Se decía que en los sesenta había dos clases de hippies, los que estaban camino de India y los que se habían quedado allí. Afortunadamente, no fue el caso de todos: la mayoría de los que fueron regresaron y la mayoría… nunca fueron. El arquetipo se basa más en la calidad que en la cantidad de los peregrinos: Allen Ginsberg en 1962, Ralph Metzner en 1964, Timothy Leary en 1965 y un número de estrellas pop en la segunda mitad de la década, incluyendo los Beatles —más una delirante troupe de músicos, amigos, familiares y buitres— en 1968.
Los hippies no dejaron de ir a la India, mientras existieron. Todo hijo de los sesenta seguirá experimentando aquella atracción, aunque sus estancias (como la de Leonard Cohen en 1999, estudiando con el maestro advaita Ramesh Balsekar tras cinco años en un monasterio budista) nunca volverán a recibir el bombo del legendario Indian trip de los Beatles. Y en algunos puntos del subcontinente (las playas de Goa, las estribaciones de los Himalayas, los ghats de Benarés) sobrevivieron viejos trotamundos, dedicándose a la vida sencilla y autosuficiente que adoptaron en aquella década donde todo parecía posible.
Este encuentro dio lugar al género del raga rock, o rock con influencias indias. Se suele pensar que la influencia era unidireccional: que la India no absorbió nada de sus greñudos visitantes. En realidad sí prestaba oídos, aunque los resultados pasaran desapercibidos en ocasiones. Una de las canciones más queridas de raga rock es “Norwegian Wood” de los Beatles (1965), pionera composición con sitar en la música popular occidental. Lejos de descartarla por su uso cosmético del instrumento, los indios se complacieron en versionarla. Ya empezaba a despuntar un pop-rock genuinamente indio (del que otro día hablaremos), pero siempre fue más fácil introducir los éxitos foráneos en los estilos autóctonos. Destaca, por lo tenue, la adaptación que compuso Rahul Dev Burman para la película Imaan (1974), donde la melodía lennoniana fluye y se confunde con los añadidos índicos.
En 1997 versionaron el tema los británicos Cornershop, cuyo nombre ironizaba sobre una de las profesiones de los surasiáticos en Reino Unido: el tendero de barrio. La formación original presentaba a dos hermanos criados en el sijismo, religión monoteísta del norte del subcontinente. El lead man Tjinder Singh introdujo motivos desi en la era post-britpop, como sus contemporáneos Kula Shaker. La adaptación de “Norwegian Wood” a la lengua punyabí sugiere, así, una red oculta de conexiones: Ravi Shankar (y otros) llegan a Occidente, George Harrison aprende de ellos el sitar, los Beatles componen con sitar, los Beatles van a la India, una familia india migra a Inglaterra, sus hijos descubren a los Beatles, su hijo añade el punyabí al sitar que puso en marcha el pinball siempre mareante de las influencias…
La India, fiel a su espíritu milenario de anárquica tolerancia, tomaba lo que le convenía, a veces sin preguntar. En materia de versiones, ya le había echado el ojo a los Beatles años antes de que estos se interesaran por ella. A principios de los 80, Usha Uthup, que hizo fama interpretando a The Kingston Trio, se atrevía con Michael Jackson o Gloria Gaynor. De esta era datan algunos de los films más taquilleros de la industria india, como el musical Disco Dancer (1982), que penetró en varios continentes e incluso triunfó en la URSS. Para las temáticas de Bollywood, una película sobre el fenómeno disco, aun tan tarde como en 1982, debía de ser cosa original. Quizá esto disculpa que una de sus canciones (“Auva Auva – Koi Yahan Nache”) fuera un aparente plagio del “Video Killed the Radio Star” de The Buggles. Se ignora si los rusos se percataron de ello, desde su lado del Muro.
El paso de las décadas solo ha acelerado estos pinballs. Rudyard Kipling escribía que nunca podría haber un encuentro genuino entre Oriente y Occidente, ¡él, que de niño traducía mentalmente del hindustani cuando hablaba inglés y decoró sus libros con esvásticas hasta que llegaron los nazis! Lo cierto es que siempre se han cruzado, y, en la era de Internet, muchas veces por segundo. En Calcuta (Kolkata), en tiempos de Kipling capital del país, Harsha Kumar Dasgupta se ha hecho un hueco en la red y en escenarios locales con sus versiones de Pink Floyd en bengalí (la banda calcutense Shiva ya versionaba algunas, en inglés, décadas antes). Su canal de YouTube alterna estos covers con algún tributo a la diosa Durga, patrona de la ciudad, composiciones propias y éxitos regionales. El viejo tipo del bengalí cosmopolita. Las producciones pretenden imitar antes que innovar, pero el hipnótico tráfico de Calcuta superpuesto a “Comfortably Numb” sugiere la posibilidad de una síntesis…
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