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La hipnosis del tempo

En Música 16 julio, 2015

Marta Ramón

Marta Ramón

PERFIL

Brad Mehldau Trio puso punto y final al Festival de Jazz de Valencia con una demostración del mejor jazz contemporáneo.

El Trío por excelencia cerró el Festival de Jazz de Valencia, en un concierto final en el que el portentoso equilibrio de la contención fue el éxtasis de la intensidad. Brad Mehldau, Larry Grenadier y Jeff Ballard entraron en la sala Iturbi con un halo de calma y naturalidad que penetró en el público por contacto visual, antes de que el pianista pulsara la primera tecla del viaje de la noche.

En el momento en el que el sonido del piano inundó el espacio, una extraordinaria quietud se instaló en un patio de butacas en el que el subconsciente conectó súbitamente con la superlativa precisión que custodió nuestra atención durante casi dos horas.

La imponente seguridad, rebosante en cada uno de ellos, fue diluyéndose en su música, haciendo que la geometría matemática mutara en una sencillez que reflejó de forma nítida la universalidad que hace de Mehldau pasión. El tesón y serenidad de los pulsos hechos mantra de la mano izquierda del pianista combinados con el tacto y concisión de Grenadier y Ballard atraparon y catalizaron la hipnosis del tempo desde el comienzo con “After the after”.

Sin pretensiones ni alardes, el virtuosismo de Mehldau crecía y se reconvertía en el cómo de su discurso, alejado de grandilocuencias y destellos huecos. El trío se volcó en un lenguaje de entramado conceptual -al juzgar por las reacciones de algunos de los tantísimos músicos que ocuparon la sala- del que el resto también pudimos disfrutar gracias a su paridad con la carga emocional.

Después de los tres primeros temas, un Mehldau informal, casi naïf, se dirigió al público en castellano, afianzando la cercanía mientras hablaba con las rodillas juntas sentado en esa banqueta sobre la que él parecía un gigante espigado.

La abstracción de los originales como “Sète Waltz” se conjugó con la deconstrucción y rearmonización de temas como “Valsa brasileira” de Chico Buarque y Edu Lobo, que pintó la sala del tono azul de su camisa aguamarina, y con la que se vivió el momento más sutil de Ballard quien acompañó únicamente con la yema de sus dedos.

La polirritmia fue soberana por compartida, tan intercambiable y desconcertante que otorgaba todavía más influencia a esa constante etérea de la mano izquierda. Este bucle subliminal permaneció latente en los diálogos entre Mehldau y Grenadier, quien cautivó con su destreza melódica. Entre la densidad hubo también algún paréntesis de distensión como el de “Si tu vois ma mère” de Bechet, con el que pudimos disfrutar de la magia de lo simple.

Un swing up tempo fue el punto culminante de un doble final con el que el público volvió a la realidad mientras ellos se despedían con una exultante calma al habernos acercado, a través de una guiada evasión, a la inabarcable infinitud de la música.

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