Lo sabemos a ciencia cierta por sus declaraciones en un montón de entrevistas y solo hay que ver sus películas para comprobarlo: Guillermo de Toro ama a los seres deformes, a los diferentes, a los marginados, a los monstruos. Incluso en Mimic mostraba simpatía por esas cucarachas gigantes manipuladas genéticamente por el hombre, que simulaban tener un aspecto humano para seguir con vida –como un monstruo de Frankenstein en el mundo insectos. A veces esa monstruosidad es metafórica y otras no. Pero el mensaje es el mismo: el mexicano prefiere a las criaturas y a las personas diferentes que desafían las normas establecidas por una sociedad que, sin empatía y de forma injusta, decide que es aceptable y que no.
Del Toro, que también es un humanista de pro (hasta los villanos humanos que pueblan sus películas tiene su razón de ser), lleva ese amor por el monstruo a unos cotas de pureza casi enfermiza, aunque no lo parezca a primera vista, en La forma del agua; uno de sus mejores filmes y una fábula depuradísima en lo formal y casi chaplinesca donde se entremezcla lo entrañable y lo combativo. Un relato que transpira amor por el género y que se acaba erigiendo como una defensa y un elogio de los desarrapados, los maltratados y los olvidados que viven al margen. Es más, su monstruo y su heroína protagonistas, y el grupo de personas que les ayudan, son un símbolo de resistencia antisistema poderosísimo.
La película, que nace de la idea de crear una secuela imaginaria y libre de La mujer y el monstruo de Jack Arnold donde la bestia anfibia acaba haciendo el amor con la bella humana, está ambientada en el Baltimore de los años sesenta. Ahora bien, todo aquí resuena de una forma atemporal y a la vez moderna. Con un trasfondo fantástico se abordan los malos tratos y el machismo hacia la mujer, la homofobia y el abuso del poder. Un puñado de males que también sirven para definir el mundo de hoy. Del Toro toca todos esos temas con una elegancia y precisión exquisita, utilizando el género como alegoría, y poniendo siempre en primer término el conmovedor romance entre el monstruo y Elisa la joven muda –un personaje que parece salido de un filme de Charles Chaplin.
La forma del agua, dentro de su aparente clasicismo, oculta diversos elementos rupturistas. La violencia que contiene duele y, sin quererlo, realiza una sátira salvaje del personaje central de Amélie; esa descripción genial de la rutina diaria de Elisa con masturbación en la bañera incluida –¿recuerdan una versión del mito de la Bella y la Bestia donde la protagonista haga eso?.
¡Ah! Lo nuevo de Del Toro también reúne uno de los dream teams de marginados rebeldes más memorables del cine reciente: la señora de la limpieza de Octavia Spencer, el pintor gay de Richard Jenkins, el científico rebelde de Michael Stuhlbarg y, claro está, la pareja que forman Doug Jones –el hombre de las mil caras– y Sally Hawkins.
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