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La Fenice recuerda los aniversarios de Nono y Schönberg

En Música lunes, 23 de septiembre de 2024

Gian Giacomo Stiffoni

Gian Giacomo Stiffoni

PERFIL

Para celebrar el centenario del nacimiento de Luigi Nono y el ciento cincuenta aniversario del nacimiento de Arnold Schönberg, el Teatro La Fenice presentó La fabbrica illuminata del compositor veneciano y Erwartung (Espera) del músico austríaco, padre de la dodecafonía. La velada empezó con La fabbrica illuminata, una obra de 1964 emblemática de la nueva investigación teatral de Nono. La pieza incluye una voz femenina y una cinta magnética de cuatro pistas, con sonidos grabados en la década de los sesenta en el complejo siderúrgico de Cornigliano, en Génova. Estos fueron elaborados en el famoso Estudio de Fonología de Milán, donde en los años setenta trabajaron figuras como Nono, Luigi Maderna y Luciano Berio. La obra explora y describe, a través de una voz solista y cintas grabadas, el trabajo alienante de los obreros en las fundiciones, utilizando textos de Giuliano Scabia y el célebre poeta Cesare Pavese. No se trata, por tanto, de reelaboraciones electrónicas de sonidos producidos en vivo —la técnica conocida como live electronics sería adoptada por el compositor veneciano solo a partir de 1979—, sino de “objetos sonoros” definidos y fijados por el compositor. Aunque su preservación en el tiempo ha requerido y sigue requiriendo intervenciones posteriores. La difusión del sonido en el espacio de escucha implica, en el momento de la ejecución, una “dirección de sonido” que, en esta ocasión, estuvo a cargo de Alvise Vidolin, técnico eminente y figura histórica de la música “electrónica”, además de haber sido asistente de Nono en los años ochenta.

La Fenice

Heidi Melton en un momento de Erwartung ©Michele Crosera

El escenario, diseñado por Angelo Linzalata y con la dirección escénica de Daniele Abbado, era sobrio y desprovisto de referencias concretas, representando simbólicamente una fábrica. Un gran elemento suspendido en el aire, semejante a una vela, recogía material que finalmente caía al suelo sobre un grupo de personas que simbolizaban a los trabajadores. Las imágenes proyectadas de la fotógrafa Lisetta Carmi, realizadas en su momento en la planta de Cornigliano, ofrecían un marco casi sacro, en una representación laica. La difusión del sonido en el espacio evocaba ecos del espacio musical de los hermanos Gabrieli en la Basílica de San Marcos entre los siglos XVI y XVII, una influencia muy estudiada por Nono. Sarah Maria Sun, soprano que reemplazó a última hora a la cantante prevista, Valentina Corò, demostró una solvencia notable, interactuando de forma magnífica y conmovedora con los sonidos grabados.

La fabbrica illuminata ©Michele Crosera.

La segunda parte de la velada, sin embargo, fue menos impactante. En Erwartung de Schönberg, compuesta en 1909 pero estrenada en 1924, Abbado renunció a una puesta en escena realista, como habría querido el compositor, optando por una dirección aún menos mimética que en la obra de Nono. Este monodrama expresionista presenta la espera como una soledad desesperada y una tragedia del alma. La protagonista, una mujer, en un monólogo delirante, busca desesperadamente al hombre amado. El libreto de Marie Pappenheim explora una serie de comportamientos femeninos modelados según las investigaciones psicoanalíticas contemporáneas de Freud, con recuerdos y emociones, visiones y presagios que se suceden sin repeticiones formales, pues la música tiene el propósito de captar cada brusco cambio traumático y expresivo. Schönberg omite la descripción detallada del asesinato, ya que no le interesa narrar el crimen, sino la continua intersección entre realidad e imaginación, pasado y presente.

Sarah Maria Sun en La fabbrica illuminata ©Michele Crosera.

Era evidente que lo que la obra requería era una puesta en escena sugerente y una interpretación intensa por parte de la protagonista, capaz de cambiar su actitud en cada momento siguiendo sus pensamientos gracias a una cantante y una orquesta con la flexibilidad y la capacidad de adaptación necesarias para responder a los variados estímulos textuales y musicales. Lamentablemente, es algo que faltó en la producción veneciana. La soprano estadounidense Heidi Melton, en el exigente papel de la protagonista enloquecida, pesa a un instrumento bien afinado e una voz potente y modulada, convenció solo en parte, al igual que la dirección de Jérémie Rhorer, que, aunque correcta, careció de la carga teatral y las sutilezas tímbricas necesarias pese a una buena actuación de la orquesta. Al final de la velada la arriesgada propuesta del teatro veneciano logró un notable éxito, con una sala casi completamente agotada.

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