A Pablo Larraín siempre le ha gustado retorcer la historia. De hecho, es un maestro en eso y lo sigue demostrando en Jackie. Nos contó la dictadura de Pinochet a través de un filme de psicópatas (Tony Manero), el golpe de estado contra Salvador Allende con una historia casi post-apocalíptica (Post Mortem), la caída de la dictadura chilena con un thriller político sui generis de misterio (No), o la vida de Pablo Neruda en un biopic que rompía casi toda las señas de identidad del género (Neruda).
Para su debut en tierras estadounidenses, Larraín vuelve a basarse en hechos reales y, claro, también los retuerce a su manera. El enfoque sigue siendo crudo y frontal, con ese punto tenebroso marca de la casa presente en la gran mayoría de sus trabajos. Pero menos visceral y más, por así decirlo, enigmático e impresionista. Esta vez depura todos los aspectos de la puesta en escena y su trabajo con los actores.
Jackie trata de arrojar luz sobre la figura de la viuda más famosa de América y de dilucidar como se forjó su mito y leyenda. Y lo hace contando la intrahistoria de lo que pasó justo después del asesinato de JFK. El filme, que se construye alrededor de una famosa entrevista que la protagonista concedió unos días después del magnicidio, se vale de esa estructura para saltar en el tiempo a diferentes momentos de su vida. La mayoría de ellos son posteriores a la muerte de su marido, pero se rescatan también episodios anteriores clave, como la visita televisada a la Casa Blanca que ella mismo presentó en 1962.
Larraín recrea esos episodios con una precisión enfermiza pero a la vez libre (la reconstrucción del tour por la Casa Blanca es casi una película de terror psicológico). Un puzle de emociones, más que de hechos históricos, que presenta a Jackie como una gran incógnita (la emisión de juicios sobre su persona queda en manos del espectador). Y ahí es donde entra la portentosa interpretación de Natalie Portman, que más que ponerse en la piel de su personaje, lo imita conscientemente de forma manierista: el acento forzado, la rigidez en los gestos, o la ambivalencia y salidas de tono que muestra durante la entrevista.
El tour de force de Portman refleja la angustia y la tensión que supuso ser la Primera Dama y una celebridad en ciernes, algo que se elevó al cubo tras la muerte de JFK (la ducha posterior al asesinato donde se limpia la sangre, el viaje en el coche fúnebre, la búsqueda en el cementerio del lugar donde enterrar el féretro, la decisión de llevar a sus hijos al sepelio…). La excelente banda sonora de Mica Levi (nominada a los Oscar) también ayuda a crear ese clima de angustia y desasosiego que acompaña a la protagonista en gran parte del trayecto vital que vemos en la pantalla.
Si en algún momento se atisba a la verdadera Jackie (o al menos una de sus verdaderas caras), es en su diálogo final con el sacerdote que ejerce de confesor (un sensacional John Hurt). Y ahí reconocemos a una mujer frágil e insegura, una niña grande que ha perdido para siempre su particular Rosebud: esa Casa Blanca convertida en una corte real a lo Camelot.
https://www.youtube.com/watch?v=nbNBLrOu7O8
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