La Fundación MAST de Bolonia (Italia) exhibe 111 sugestivas fotos industriales y tres vídeos del gran cineasta estadunidense.
David Lynch no es sólo un gran director de cine, sino también un gran artista de la imagen tout court, como demuestran sus pinturas y sus fotografías. Lo prueban con creces la 111 fotos de varias dimensiones que se exponen en estos días en el espacio de la Fundación MAST (Manifattura di Arti, sperimentazione e tecnologia) de Bolonia, en Italia. Realizadas en un blanco y negro sucio y oscuro, todas ellas tienen como único tema los restos industriales de fábricas abandonadas o centrales eléctricas que el cineasta ha fotografiado en Polonia, Inglaterra, Berlín, New York City, New Jersey y Los Ángeles en un arco de tiempo que va desde 1980 hasta el 2000.
La sensación del visitante es de encontrarse frente a un mundo que lentamente se está descomponiendo y donde la dimensión física de los objetos y de los edificios ha emprendido un proceso de descomposición imparable, destinado a una transmutación que parece casi metafísica. Los distritos industriales fotografiados por Lynch aparecen como monumentos decadentes de la industrialización, llenos de ecos inquietantes, a los que el director nos lleva emergiéndonos dentro un túnel oscuro y misterioso, donde nuestra capacidad perceptiva se hace más aguda y sensible a lo oculto y lo desconocido.
Lo que vemos en ese túnel no es la realidad tangible, sino espacios que, al par de reliquias, no tienen ya las señales de la memoria y donde los vapores, la ceniza, el polvo parecen haberse apoderado de la vida a causa de una enfermedad desconocida. Es algo que, sin duda, recuerda a Eraserhead (el primer largometraje de Lynch), una película ambientada en similares lugares; angostos, escondidos, sucios y olvidados y caracterizados, como las fotos expuesta en Bolonia, por una sensación abismal de pesadilla sin escapatoria.
Lynch no parece estar interesado por la cuestión social ni en contar la realidad del trabajo, sino en investigar el eco de las cosas, reducidas a escombros y así despojadas de sus contraseñas funcionales. Como si fueran cadáveres dispuestos a revivir como presencias puras o como fantasmas. Un yacimiento de lo perdido donde aparecen presencias siniestras: tuberías retorcidas, manillas, ventiladores, cadenas de hierro, torres de alta tensión, letras de carteles abandonados.
Lo más interesante si embargo, y también los más perturbador, es que las imágenes de Lynch nunca quieren evidenciar lo que muestran, ni tampoco curiosear en historias turbias de un mundo marginal. Como siempre ocurre en su cine todo es claro y objetivo. Pero es solo apariencia, ya que el desasosiego más angustioso se esconde justo en el lado oscuro de los objetos que tenemos delante a diario. Lo que aparece entonces es un lugar de sombras que nos habla del silencio de la historia.
Algo evidente también en la instalación sonora, The Air is on Fire_I (Station), y en los tres vídeos que cierran el recorrido de la exposición (organizada por Petra Giloy-Hirtz) y realizados expresamente por ella para el cineasta: Industrial Soundscape, Bug Crawls, Intervalometer: Steps. Vapores, oscuridad, explosiones, pistones que se mueven sin finalidad alguna y maquinarias absurdas que recuerdan las celebres “máquinas” de Marcel Duchamp. Cada uno de ellos merecería un detallado análisis.
David Lynch – The Factory Photographs – Fotografías de David Lynch – Bolonia (Italia), Fondazione MAST, 17 de septiembre | 31 de diciembre 2014
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