Terence Fisher no es solo el director de La maldición de Frankenstein, Drácula y otras obras maestras para la Hammer. Su filmografía es muy extensa. Ahora la vamos conociendo mejor gracias a las ediciones en DVD.
Es uno de los grandes del cine de los años cincuenta y sesenta. Pocos críticos supieron verlo en su momento. Ahora su excepcional y vasta filmografía es reconocida por casi todos (para ser fieles a la verdad, exceptuemos a los feligreses del “arte y ensayo” a cualquier precio, ellos pertenecen a otro universo extrasensorial). Terence Fisher (Londres, 1906-1980) dirigió 48 películas–de 1948 a 1973, entre ellas abundan las obras maestras-, fue el montador de otras 17 (de los años 1936 a 1947) y también el responsable, desde 1953 a 1959, de casi una cincuentena de producciones para televisión.
Dos terceras partes de su extensa obra no se conocen en España. No se estrenaron comercialmente o no se han emitido nunca en la televisión. Ahora, gracias a las ediciones en video, los entregados admiradores hispanos de Fisher vamos subsanando algunas de nuestras dolorosas lagunas. Hace unos meses se editaron en “Doble Sesión”-dos títulos en un mismo pack-una joya magnífica del género de terror, El hombre que podía engañar a la muerte (1959) y Spaceways (1953), curiosa mezcla de melodrama y ciencia-ficción. En edición más reciente nos llegan, también en “Doble Sesión”, la entretenida y bastante inverosímil intriga Chantaje criminal (1952, debut en el cine de Diana Dors), y un excelente drama psicológico con ribetes fantásticos, Cara robada (1952).
Si tuviera que escoger dos títulos de Fisher anteriores a su etapa de esplendor–la que comienza con La maldición de Frankenstein, 1957, y culmina con su última película, Frankenstein y el monstruo del infierno, 1973-, me quedo con Extraño suceso (1950) y esta sorprendente Cara robada que acabo de citar, cuya idea central me atrevería a decir que inspiró al Hitchcock de Vértigo. En el libreto de la película que se adjunta con el pack, lo comenta el crítico Joaquín Vallet: Es en este momento cuando “Cara robada” adquiere visos cercanos, incluso, a “De entre los muertos” (“Vértigo”, Alfred Hitchcock, 1958). Philip da forma una quimera. A una abstracción. Su nueva creación no existe como tal, ya que la fisonomía de Alice no se corresponde con la idiosincrasia de Lily.
El personaje del cirujano Philip lo interpreta, con elegancia y gran estilo, Paul Henreid, y los de Alice/Lily los encarna una inspirada y ya angulosa Lizabeth Scott. En el papel de Alice hace de buenísima mujer. En el de Lily, mala y choriza a rabiar. No entiendo cómo Lizabeth no se llevó todos los premios de ese año. Quizá porque se trataba de una producción modesta (Fisher, digámoslo de paso, rodaba rápido y muy bien aunque el presupuesto fuese escaso, tal y como ocurrió con Cara robada).
Joaquín Vallet es también el autor del monográfico que Cátedra le dedicó a Terence Fisher y que tuvo su primera edición en 2013. Vallet admira al director inglés, aunque se muestra severo con sus películas más flojas. Pero le dedica grandísimos elogios cuando analiza sus mejores filmes. A modo de ejemplo, estas son las palabras del experto al comentar Las novias de Drácula (1960): (La película) transforma las características propias del género hasta unos niveles infinitos. La formulación de una serie de claves temáticas de claro aliento freudiano (todo el entramado sexual) o la comentada metáfora social que se desprende de lo narrado hace que la película de Terence Fisher tome el género de terror solamente como los cimientos necesarios para dar forma a un discurso complejo, profundo y radicalmente personal.
Ahora me disculparán los lectores. Dejo la crónica porque esta tarde, dentro de unos momentos, comienzo en mi televisión una sesión doble con películas de Fisher, Las dos caras del doctor Jekyll (1960) y La maldición del hombre lobo (1960). Las recuerdo como obras maestras.
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