Greil Marcus, el histórico periodista y crítico musical norteamericano despacha una nueva lección magistral con La Historia del Rock & Roll en 10 canciones (Contra Editorial), un magnético ensayo que atraviesa el devenir del género desde una perspectiva nada convencional.
Para Greil Marcus, la historia del rock también es una secuencia de capas tectónicas que van reanimando su actividad de forma periódica. Hay una estrecha relación entre ellas, aunque muchas se muevan lejos de radares, sónares y listas de éxitos. Revelando un dinamismo que puede aumentar o mermar con el tiempo, pero que siempre evidencia que el transcurso de la música popular no es nunca la suma de compartimentos estancos ni la adición de capítulos agrupados por decenios, escenas y estilos, tal y como la oficialidad ha hecho creer en muchas ocasiones.
Las canciones son, en la vivacidad de su pluma, entes autónomos. Organismos en evolución, que van sedimentando su influjo de forma casi subterránea, y cuyo significado adquiere muchos más matices de los que sus artífices les imprimieron en su momento. De forma que pueden recobrar nueva vida a través de una interpretación aparentemente extemporánea, o mediante su utilización como marco sonoro para una de esas escenas que el cine ha instalado en nuestra memoria colectiva.
Porque, en esencia, eso es lo que ha trazado en su último ensayo. Un recorrido subterráneo a través de más de cincuenta años de música popular siguiendo el rastro de una decena de canciones. Diez temas que no se cuentan ni entre los más populares ni entre los más concluyentes para definir una época concreta, pero (quizá también a consecuencia de eso) revelan una inmanencia que se revela consustancial a la espina dorsal de la música popular. Inherente al pathos que sus creadores y sus evocadores tardíos lograron proyectar con ellas sobre distintas generaciones. Y hay una cualidad innata en todas ellas, y en todos quienes las alumbraron: la imperfección humana, la duda. La zozobra de quien sabe que una pausa, un requiebro de la voz o un giro inesperado pueden evidenciar esa falibilidad que les hace entrañablemente humanos. Quizá merecedores de esa empatía que hace de sus canciones ejemplares muestras de perdurabilidad, aunque la mayoría de sus creadores puedan no gozar del aura de esas figuras totémicas que parecen habitar por encima del bien y del mal.
Es esa una cualidad que comparten The Flamin’Groovies, Joy Division, The Five Satins, Etta James, Buddy Holly, Barrett Strong, The Brains, The Drifters, Christian Marclay o Phil Spector con sus Teddy Bears. Y cuyo desfigurado reflejo sabe plasmar con ejemplar grafismo y el proverbial vigor de su prosa el autor de Mistery Train: Images of America in Rock ‘n’ Roll Music (1975) y Lipstick Traces (A Secret History of the 20th Century) (1989), en cada uno de los intérpretes que, desde la pantalla o el escenario, insuflaron nueva vida y significado a esas canciones: Sam Riley, Beyoncé, Cat Power, Amy Winehouse, The Rolling Stones, The Beatles o Cyndi Lauper.
La magia del pop en apenas tres minutos. Pero también todo su drama.
Un ensayo magistral y de vuelo libre, solo al alcance de alguien con tan vasta erudición cultural como la suya.
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