Uno de los lugares más comunes del cuñadismo redentor es el de una retirada a tiempo es una victoria. Probablemente sólo esté por detrás de rectificar es de sabios.
Adjudicada popularmente a Napoleón Bonaparte sin que jamás nadie se haya molestado demasiado en certificarla, la sentencia adorna el argumentario de aquellos con los que es mejor no discutir; siempre ganan. Una victoria siempre es una victoria y, dado que la existencia del ganador justifica negativamente la del perdedor, una retirada siempre será una derrota; independientemente del tiempo en el que se ejecute. Uno se retira ante la imposibilidad de ganar.
Otra cosa es que la retirada bien meditada sea, en la mayor parte de los casos, la opción más inteligente y menos dañina para todos. Prolongar la angustia de la derrota inminente sólo tiene sentido en casos contados, y pasa en casi todos los aspectos de la vida: por supuesto, también en la música. Y, como decían Violadores del Verso, no pasa nada; de hecho, aprovechando el flow discursivo aragonés, una retirada a tiempo es más virtud que vicio. Que se lo pregunten a Green Day, que este mes ha publicado su decimosegundo disco, Revolution Radio.
La banda de Billie Joe Armstrong, que ha confirmado hace muy poco que su musical American Idiot tendrá también versión cinematográfica de la mano de la alquimista HBO, ha vuelto tras 4 años de silencio discográfico para hacer negocio con material nuevo; es preciso destacar la cursiva intencionada en el adjetivo porque, en este caso, no está lo suficientemente inclinada.
Revolution Radio, que ha sido tomado por algunos medios como el afortunado back-to-basics de Green Day, tiene poco que ver, de hecho, con el sonido más básico del grupo; más allá de que lo básico haya sido durante toda su carrera una constante.
Es cuando Green Day se sale de la senda marcada con tediosa meticulosidad en los últimos años, cuando Revolution Radio parece tener algo de sentido. Deberíamos congratularnos si el pop melódico de “Outlaws” fuera la línea del disco, pero no lo es. La vuelta de Green Day es un pastiche poco inspirado a partir de su punk más asimilado por el sistema; son canciones que, incluso en el caso de “Bang Bang”, la más acertada de ellas, podrían pertenecer fácilmente a cualquier banda de punk con acné. Es cierto que, por fortuna, Armstrong y compañía han evitado perder el rumbo con sonrojo como compañeros de oficina como The Offspring, pero no es menos cierto que su inocuidad en la última década y media sonroja a quienes disfrutan de su versión años 90.
Como escribió Antonio Escohotado, hay que darse cuenta de que no siempre que uno piensa que se va a morir, y que está hecho polvo, se muere uno; y añade, entonces, que si tenemos miedo no evitamos el dolor, sino que lo anticipamos.
Algo así pasa con Green Day: llevamos desde 2004 anticipando su deceso, y lo que hacemos es anticipar el dolor. La pregunta es, entonces, si Green Day siguen siendo Green Day. Esa vuelta a los orígenes, a lo básico, más bien, no encuentra en Revolution Radio nada que lo sustenta. No hay nada de la suciedad de 39/Smooth o de la urgencia desordenada de Kerplunk; ni rastro en las nuevas canciones, por descontado, de la pluscuamperfecta mezcla de punk y rock alternativo de Dookie; tampoco se reconocen en 2016 la contundencia versátil de “Brain Stew” o “Bab’s Uvula Who?” en Insomniac. Revolution Radio ni siquiera se aproxima al disco con el que se alinea con más precisión: Nimrod.
Si lo fundamentamos todo en lo que Green Day fue hasta el siglo XXI (aproximadamente hasta 2003, momento en el que alguien robó el master con las canciones de un disco que decidieron no volver a grabar), la respuesta parece obvia.
Green Day es constante en su existencia hasta 2004, momento en el que Armstrong y compañía cambian el destino de la banda, que desde Warning, en 2000, había levantado el pie del acelerador, con la ópera rock de American Idiot; entonces, 5 singles, 15 millones de discos vendidos y un Grammy después, Green Day empieza a ser ese grupo que hace conciertos insoportablemente largos en los que el cantante dispara camisetas al público. Desde 2004, el concepto discográfico de Green Day se ha basado en la idea de ofrecer una excusa tangible para firmar conciertos y giras.
Han pasado 12 años sin un buen disco y Green Day ya es como esas personas atascadas en el limbo de las relaciones personales que sólo te preguntan cómo estás para poder contarte cómo están ellos.
Revolution Radio es el subterfugio, el pretexto. Los años siguen sucediéndose y, pronto, caeremos en la constatación de una triste realidad: habrá muchos mayores de edad para los que Green Day seguirán siendo Green Day porque no vivieron otra cosa.
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