Hace tiempo que se desprendió de aquel tipo que siempre tenía que decir la última palabra y, a poder ser, graciosa y ocurrente, para armar sus relatos. Si es el Kiko Amat que andan buscando, pierden el tiempo, porque no lo van a encontrar entre las páginas de su última novela, Antes del huracán (Anagrama, 2018): La gran novela del “gótico Llobregat”, tal y como define con su habitual y peculiar sentido del humor –entre lo honesto, lo tierno y lo punk– a su Sant Boi natal, de finales de los setenta y los ochenta. Tuve ocasión de entrevistarlo para su primera novela, El día que me vaya no se lo diré a nadie (2003), y he tenido ocasión de volver a hacerlo ahora, unos pocos años después. Y hablamos de sus novelas, de vinilos, de Wodehouse, Tom Sharpe, Stephen King y el pollo a l’ast.
LUIS COSTA: ¿Te has vendido tres mil vinilos?
KIKO AMAT: Sí, entre dos y tres mil, y la moto también, una Vespa que tenía desde mis veinte años o así. Lo hice por pura manutención. Lo que pasa es que luego me cogió un rollo feng shui, cuando ya había conseguido la pasta, y enloquecí… Ya no pude parar y empecé a tirar cosas, a tirarlo todo. Aquello fue como un exorcismo, y empecé a soltar lastre, un baúl de fotos a la mierda y tal. Todo esto mientras iba escribiendo la novela, era una situación rara. Tuve que dejar el periodismo momentáneamente, porque no podía hacer las dos cosas a la vez. Era una novela mucho más ambiciosa, que requería una mayor entrega, más concentración, más tiempo. Entonces, tuve que tomar medidas drásticas, de índole socio-económica. Pero luego…, las cosas fueron en paralelo y mi vida se empezó a reflejar en la novela. En el sentido de que yo estaba cortando a lo bestia, esta novela era mucho más larga, aún, había muchos más elementos.
Porque, en un primer momento habías pensado en algo más breve…
Sí. Al principio la idea era hacer una comedia inglesa, al estilo P.G. Wodehouse o Tom Sharpe, mucho antes de ponerme a escribir nada. Igualmente, sabía también que la quería hacer sobre locos, una especie de esperpento con un plan de fuga y tal. Y en el momento de ponerme a escribir, tras hacer un draft muy apresurado, y llevar tan sólo unas ochenta páginas…, enseguida vi que allí se tenía que intercalar la infancia, algún tipo de background de mi personaje, de Curro. Lo que ya tenía desde un primer momento es el punto de fractura, el momento en el que brota la locura, que es una historia real de mi pueblo. Y paradójicamente no era un loco, era el hijo de los dueños de una tienda de pollos a l’ast y patatas fritas y estas cosas, que tuvo un brote de locura homicida, un ataque esquizoide muy extremo, e intentó apuñalar a la peña en la tienda y acabó hiriendo a alguien. Llegaron los municipales y lo abatieron de un balazo, en la pierna, sin matarlo. Puro gótico del Llobregat.
En esta novela te recreas en las descripciones, que son muy precisas. Y esto es algo nuevo también en tu escritura.
Sí, las descripciones son muy precisas, también he aprendido… Algo que siempre he sabido y que apreciaba en autores que o bien odiaba o bien me encantaban –y esto es algo que ya decía en las primeras entrevistas que me hicieron en mi vida–, es que toda buena literatura es contención. La mala literatura es vómito y la buena es aquella que retiene y deja espacio. O sea, aunque tu talento sea hacer metaforitas… La buena literatura retiene y envía la más precisa, la perfecta. Podrías hacer cinco, cosa que yo hacía, por ejemplo, en Cosas que hacen BUM (2007), pero porque no podía parar, las tenía que poner. Y pensaba que es algo que no hacía daño, pero sí que lo hace. ¿Y qué daño hace?, pues que elimina el espacio que debe haber entre lector y autor
Y la tensión dramática se diluye…
Claro, se diluye. Despistas al lector y la lectura se hace más pesada. Si empiezas a encadenar imágenes, la lectura se hace más pesada, es así de simple. Eliminas espacio y comprimes la parte que el lector necesita para dar rienda suelta a su propia interpretación –que así es como funciona este negocio: nosotros ponemos una mitad y el lector pone la otra. En cambio, si empiezas a poner imágenes, estás apretando y compactando esta parte que debe poner el lector con su imaginación, hasta que al final lo ahogas, porque le has estado diciendo todo lo que tiene hacer. Lo mismo ocurre con el juicio, es lo que siempre ha dicho Stephen King. A ver, dice muchas cosas, pero una de ellas es que un autor no puede emitir juicios, show, don’t tell. Tu lo enseñas y, luego, según por cómo hablan los personajes, por dónde los has situado, por lo que está pasando, acabas diciendo cosas a través de ellos, con su jerga, sus gestos. Pero la que habla es la historia, tú no opinas. Y en mis anteriores novelas a mí se me escapaba mi opinión. Esto es algo que si eres autodidacta, acabas aprendiendo con el tiempo. En Rompepistas (2009) yo dejaba bien claro con quién tenías que ir, tenías que ir con mi pandilla y no con ningún otro.
Con esta nueva novela tu voz narrativa ha cambiado por completo, ya no te instalas dentro de la historia, ni participas activamente de la misma, despareces de escena. Te retiras. ¿En qué momento empiezas a detectar esta migración?¿se ha convertido esto en un nuevo y paralelo aquelarre personal, liberador para ti?
Ha habido un gran cambio, pues en esta novela ya no emito juicios, y en las otras no podía evitar hacerlo constantemente. Ha sido muy liberador, sí, completamente. Y a su vez, te diré que yo siempre había querido hacer esto. A mí siempre me ha gustado John Fante, puede que no desde el principio… Pero al cabo de muy poco tiempo, ya tuve claro que la mejor literatura implicaba una cierta desaparición del autor. Esto lo tenía claro, lo que pasa es que no me salía, directamente [risas]. No me salía. Pero mi escritura ya era así. Yo creo que la gente que se ha leído bien Huracán, se dará cuenta de que aquí está el mismo autor y que simplemente se ha ido desprendiendo de todo lo que le molestaba para moverse.
Y además, tengo que decirte que yo también he cambiado, joder, tengo cuarenta y siete años. Mis lecturas tienen un arco también, como el de todo el mundo. Y voy a decir algo que puede sonar presuntuoso, pero todo el mundo que ha escrito novelas sabe que esto es así: llega un momento en el que superas a tus héroes juveniles, los superas. No es que te aburran, es que los superas. Yo quería hacer una cosa más grande y también había leído autores que hacían cosas más grandes y no tiene sentido hacer lo que ya has hecho, tienes que ir a por algo más ambicioso. Llega un momento en el que tu ambición tiene que superar tus posibilidades. Y a mí esto me pasó con Antes del Huracán. No tenía claro que yo tuviera la capacidad para escalar esta cima. Sólo con mucho trabajo fui capaz de conseguirlo. Yo en ese momento quería hacer algo como Richard Yates, o Tobias Wolff, algo grande.
La estructura del libro me ha gustado mucho y supone una novedad importante en tu obra. Me recuerda a Persiguiendo a Cacciato (Contra, 2017) de Tim O’Brien. No sé si la has leído y si ha supuesto algún tipo de referente para ti.
Sí claro, la he leído y me encanta, soy muy fan de Tim O’Brien. Cacciato fue una influencia mucho antes, al empezar Antes del Huracán, porque yo quería hacer que se fugara un loco y que Curro tuviera que salir a buscarlo. Esta era la idea original, que estaba inspirada en Caciatto, sí. Pero no lo fue en la estructura, esta vino dada después, cuando tuve que ampliar el texto con la parte de la infancia de Curro. Y esto exigía más capítulos y más largos, mientras que los capítulos del presente, los del manicomio, estaban pensados para ser mucho más breves. Esto es una argucia narrativa para hacérmelo venir bien e ir tirando hacia atrás en la historia.
Mis novelas nunca han tenido un final particularmente feliz, excepto Eres el mejor, Cienfuegos, que como ya he dicho varias veces es una novela fallida. Y en esta novela, el protagonista está en el manicomio, o sea, su presente es estar en un manicomio. Y cuando vas conociendo la infancia de este tipo, ya sabes que su final no será muy halagüeño.
Todas las referencias contextuales que aparecen en el libro provienen de una bibliografía que incluyes al final de la novela, excepto las sentencias de Churchill por boca de Plácido, para ilustrar ejemplos a seguir de conducta, valor y sentido común. No veo ningún libro sobre el político inglés en esa lista, ¿de dónde proviene esta fijación por Churchill? Está claro que es un personaje histórico de gran enjundia, pero era un auténtico cabronazo…
Sí, era un cabrón. El hecho de que aparezca en el libro obedece a una vieja querencia sobre mi anglofilia, y sobre el hecho de cómo ejemplifica una serie de “virtudes”, entre comillas. Que en realidad son virtudes de la clase media, o media-alta, del carácter inglés. Y Churchill es la encarnación física de las mismas: que no te tiemble el labio frente a la adversidad. Que mantengas la compostura delante de situaciones adversas. Esto es 100% Churchill. La resistencia frente a la catástrofe, la sobriedad… Todo esto hace que cuando Plácido se pone grandilocuente, su figura sea el referente perfecto. Y [Benjamin] Disraeli, que también lo menciona en varios momentos, que fue quien acuñó la frase nunca te quejes y nunca des explicaciones. Esto se lo dice Plácido a Curro. El no quejarse es muy churchiliano.
Otro de los temas recurrentes de la novela, por boca primero de Priu y luego de Plácido, es el de la Segunda Guerra Mundial, el nazismo, el Tercer Reich…
La Segunda Guerra Mundial era un interés infantil mío, por tanto, aquí no tuve que remover ni documentarme mucho porque es un tema que siempre he sabido. El Tercer Reich. Es algo que no te puedo explicar… Bueno sí, sí que puedo: es un rollo nerd total. Si eres nerd te interesa la Segunda Guerra Mundial, te interesa el eje y, además, es que te interesa solo el eje, porque son los villanos. Sí, claro…, como niño, te interesa del mismo modo que te puede interesar Darth Vader, la maldad.
Y seguimos dándole al pico, hablando sobre el Primera Persona, el festival que codirige con Miqui Otero, y que para él es “como un juguete”, sobre la selección italiana de fútbol, instalada en un hotel de Sant Boi durante el mundial España ’82, Richard Price, Harry Crews, Larry Brown o Ian McEwan y “El Tema”. También sobre su próxima novela, de la que no suelta prenda. Pero esa, es otra historia.
Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!