La providencia ha querido que Guillermo del Toro estrene su Frankenstein en la 82.ª Mostra de Venecia el mismo día del nacimiento de Mary Shelley. Es un proyecto vital que el director lleva gestando en sus adentros desde que con siete años vio el Frankenstein de James Whale. Y, como bromeó durante la rueda de prensa, después de haber traído al mundo a su criatura, se encuentra en plena ‘depresión posparto’. Al fin y al cabo, una película es también una especie de criatura del doctor Frankenstein, retazos de imágenes de lo que en un momento existió, ensamblados de manera que simulan una coherencia orgánica, y animados por un movimiento que nos da la ilusión de que esos retazos están vivos. Dice Guillermo del Toro que todo lo que lleva haciendo desde su primera película, Cronos, todo aprendizaje, toda idea sobre dirección estaba destinada a ser aplicada en esta obra. Trepidante, metafísica, delicada, colosal. La película, que compite en sección oficial por el León de Oro, galardón que ya consiguió en 2017 con La forma del agua, se estrenará en Netflix el 7 de noviembre.

Jacob Elordi como la criatura en Frankenstein. Cr. Ken Woroner/Netflix © 2025.
El amor de Guillermo del Toro por el terror gótico y los cuentos de monstruos, esa poética del horror, alcanza una fuerza estética irresistible y absorbente. Cada escenario, artilugio o recurso de iluminación es un elemento preciosista que nos abduce hacia las luces y las sombras del siglo XIX, cuando la ambición desafiante del doctor Victor Frankenstein le posee hasta el delirio. Los experimentos llevados a cabo con cuerpos humanos dejan a lo largo de esta película varios iconos de un body horror tecnológico y refinado difícil de olvidar. A pesar de todas las versiones cinematográficas con las que cuenta la novela, casi nunca se había escenificado la reconstrucción material del engendro y aquí el director se recrea en una alegre escena de casting de despiece y exceso cárnico que, más que horrorizar, muestra el entusiasmo del doctor por su trabajo como un niño armando un puzzle. La mayor parte de los escenarios y su contenido han sido construidos, no generados por ordenador. Guillermo del Toro afirma que solo usa efectos digitales cuando el límite de lo físico no le permite tener una solución para llegar a donde él quiere. Considera que el resultado del trabajo de los actores es muy diferente cuando miran a una pantalla verde o a un espacio real.

Guillermo del Toro y Oscar Isaac, durante el rodaje de Frankenstein.
Oscar Isaac en el papel de Victor Frankenstein, Mia Goth en el de su cuñada y amada Elizabeth, Christoph Waltz en el de mentor y Jacob Elordi en el de la criatura, encarnan de maravilla el guion que el mismo del Toro ha adaptado. Victor, en su juventud, egocéntrico, desmedido e irresponsable, se encuentra con una Elizabeth aguda y tajante que no deja lugar para complacer el fanatismo despiadado del científico. El monstruo es un recién llegado a este mundo cruel que simboliza la pureza, con un pie en el espanto de la reconstrucción anatómica y otro en la finura propia de las esculturas de alabastro. Una representación estética de los seres sobrenaturales que Guillermo del Toro lleva formulando repetidamente a lo largo de su carrera.
La película está estructurada en tres partes, empezando por un preludio intermitente que atravesará tanto el primer capítulo que nos muestra el ‘cuento del doctor Frankenstein’ como el sucesivo ‘cuento de la criatura’ para finalmente fundirse con el desenlace. De esta manera, pone primero el foco en el punto de vista de Victor Frankenstein y después en el del monstruo que popularmente ha adquirido el nombre de su creador en un confuso juego especulativo, pero al que en realidad nunca le fue dado un nombre propio.
La pregunta que subyace en la novela y Guillermo del Toro recupera desde el corazón de su película es: ¿Qué es ser humano?, ¿dónde reside el alma? Cuando la chispa de la vida enciende las carnes difuntas que componen el engendro, el doctor Frankenstein ve en él poco más que un fiambre en movimiento, tal vez algo parecido a la categoría de un animal. Ahora, ese producto de la experimentación no tiene más remedio que vivir para siempre su mortecina vida. De esta brecha entre el creador desalmado y la criatura inocente, a la que la mayoría niega el estatus de humanidad, nacen las introspecciones que abraza la película. Y en la médula de la tragedia, la capacidad de perdonar parece lo más humano que les puede ocurrir a esos personajes fracturados. En palabras del director: No tenemos tarea más urgente que la de permanecer humanos, tenemos que entendernos incluso bajo las más opresivas circunstancias.
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