El Lars Von Trier del cine de entretenimiento está de vuelta. Christopher Nolan se fija en un hecho histórico de la Segunda Guerra Mundial –la retirada en masa del ejército británico de una playa francesa en la primavera de 1940-, para dar forma a Dunkerque. Y el resultado es su mejor película desde El truco final (El prestigio). A continuación explicamos los porqués.
Acabado artesanal y orgánico
Qué no cunda el pánico. Dunkerque no es una película artesanal el sentido aséptico del término. Ahora bien, su apuesta por los efectos especiales tradicionales en pantalla le confiere una calidad inédita dentro de los blockbusters actuales; en este caso de autor. Aquí se usan, entre otras cosas, avionetas de la Segunda Guerra Mundial auténticas, navíos de guerra y embarcaciones civiles reales –hay momentos en los que se utilizaron más de sesenta barcos-, y miles de extras a lo David Lean dispuestos en las playas de la localidad francesa –Nolan rodó en el mismo puerto de Dunkerque.
Esa apuesta por lo tradicional, por encima de lo digital, imprime un realismo emocional a la historia que, literalmente, mete al espectador dentro de esas playas, barcos y avionetas.
Heroísmo controlado
Una película como esta podría haber caído en el panfleto heroico más rutinario, o en una postal anti-nazi maniquea, pero nada más lejos de la realidad. El director de Memento retrata casi siempre el heroísmo de forma íntima y comedida –solo en la parte final aparece esa épica marca de la casa, que al menos aquí tiene cierto sentido. Conseguir evacuar a 300.000 soldados por mar en diez días, con ayuda de barcos de civiles, es ya de por sí una gesta. Los personajes interpretados por Tom Hardy, Mark Rylance, Kenneth Branagh, y Fionn Whitehead, son una buena muestra de ese heroísmo colectivo y humilde.
En lo referente al enemigo, aquí es casi más una amenaza telúrica que algo concreto. En ningún momento vemos una bandera o soldado alemanes y los aviones nazis que aparecen, siempre lo hacen en plano general. Y es que Dunkerque retrata, en su versión más pura, pero sin olvidar el cine espectáculo, la lucha por la supervivencia de los soldados británicos atrapados en esa playa de Francia.
Huída en tres tiempos
Que Nolan nos tenía acostumbrados a los clímax paralelos y simultáneos, a veces situados en diversos planos temporales, es algo que sabíamos desde sus primeras películas del hombre murciélago y títulos como Origen. Ahora bien, esa concepción ambiciosa de las historias a veces se le iba de las manos. La forma se imponía sobre el contenido, o simplemente la cosa no se entendía debido al exceso –horror vacui– de esa práctica.
Tras años intentándolo, es ahora cuando esa concepción espacio-temporal brilla al fin en su máximo esplendor. En Dunkerque hay tres tiempos y espacios (tierra, mar, y aire), y el uso del montaje que los une edifica un crescendo emocional que tiene su punto álgido en una escena central alucinante que nos muestra un mismo hecho desde diferentes puntos de vista. Un minuto de gloria contenida.
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