El caso de John Holmes es curioso. Un pueblerino metido a actor porno que ya ha tenido dos pseudo biopics made in Hollywood mientras otros mitos como Bob Marley o Marvin Gaye todavía no lo tienen. Definitivamente, el tamaño sí importa.
En esta semana de agosto tan calurosa, vino al mundo hace poco más de siete décadas un anónimo flacucho de pelo ensortijado y salud quebradiza que hizo temblar las estructuras del cine porno con sus poderosas (y a veces flácidas) razones y unas maneras que entroncaban con el hampa más despiadada. John Holmes actuó en más de 2.500 películas para adultos en la loca década de los 70, hasta que las drogas le minaron y el SIDA le dilapidó. Mientras, todavía no nos hemos puesto de acuerdo sobre el calibre de su argumento viril, ni siquiera quien tuvo ocasión de tenerla en su momentáneo poder.
Sus primeros pasos fueron monoparentales, lacerantes y violentos debido a los zotes con los que se acostaba su madre y tendentes al hustling legal e ilegal…todo un corderito. Hasta que alguien atisbó el rabo de diablo que tenía entre las piernas y vio el signo del dólar en aquel apéndice natural…el resto son (aparentes) orgasmos.
Antes había llamado a las puertas de cachondas madres solitarias con productos a la venta en ristre, lo cual ya antecedía los pueriles guiones interpretados por su alter ego Johnny Wadd. A pesar de manejar calibres disparatados, su voz era aguda, lo cual no es que le preocupase, pero le restaba credibilidad. Pero él era John Holmes y eso era parecía ser suficiente. También fue gruista y conductor de ambulancia…esperemos que no tuviese que hacer él los ejercicios de reanimación.
El llamado “Sultán del Anal” no parecía tener suficiente y pasó drogas, fue proxeneta, metiéndose en todo tipo de problemas, tal y como relatan (con mayor o menor acierto) las citadas películas: Boogie Nights (1997) y Wonderland (2003). La cuesta abajo fue tal que no podía controlar el tren de vida que llevaba, teniendo que hacer blow Jobs callejeros con el penoso plus de marketing que suponía ser quien era.
El SIDA frenó en seco sus acometidas e incluso actuó estando infectado en-por ejemplo-una ya legendaria película del género llamada Cicciolina Number One. En los descansos se metía toda la coca del mundo y pretendía ser quien había sido. Pero su vida salvaje ya tocaba sus últimos acordes.
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