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Música

El Punto Gainsbourg

En Vidas salvajes, Música 2 diciembre, 2015

Miguel Caamaño

Miguel Caamaño

PERFIL

Serge Gainsbourg es la prueba de que los franceses siempre han ido por delante en muchas cosas, su humor ha sido cuestionado en innumerables ocasiones, pero siempre ha servido de antesala de un sinfín de tendencias. El punto G de Serge revolucionó todo… incluso a su propio país de adopción.

Serge se tomaba todo a broma. Hijo de judíos ucranianos, se reía de la estrella de David que portó en la época de los nazis, la llamaba estrella de sheriff,  pero también se reía de sí mismo, del incesto y de todo aquello que supusiese un puntapié a las convenciones. Todo lo que tocaba lo convertía en controversia, quebraba (o agudizaba) tabúes con ese punto G tan exhibicionista como lleno de genialidad.

Creó un personaje que acabó apoderándose de él: canalla, fumador y bebedor empedernido y socarrón hasta decir basta. De hecho, le escribió a una de sus vocalistas una canción que enaltecía la felación de una forma soterrada. Claro, cuando la joven France Gall se dio cuenta de ello montó en cólera. Así era él.

Quizás se le conozca más por aquel  «Je t’aime… moi non plus», que nos llevaba al éxtasis melómano con orgasmos femeninos no sabemos si simulados. Primero la grabó Brigitte Bardot, pero nunca se editó porque este amor pasajero de Serge no se atrevió. Tuvo que ser Jane Birkin la que la regrabase mientras fue pareja de este convincente hombre de nariz prominente y fácil verbo, amigo de los juegos de palabras, provocador y prolífico.

Hasta el Vaticano tuvo que tomar cartas en el asunto y aludir a este himno lujurioso como ofensivo. ¿El resultado? Publicidad gratis, oiga.  ¿El paso siguiente? Una oda (o no) a ciertas desviaciones como el incesto o la pedofilia y la crítica más ácida a los nazis que le marcaron con la citada estrella de por vida.

Ahí no se quedaba su eclecticismo (este de verdad): grabó reggae con lo más granado de la escena jamaicana, incluida la inefable Rita Marley, versionando nada menos que “La Marsellesa”, lo cual le granjeó más enemigos, amenazas de muerte y situaciones indeseables para cualquiera. Pero Gainsbourg seguía como si no fuese con él la historia.

Charlotte Gainsbourg con sus papás.  ©Michael Webb.

Charlotte Gainsbourg con sus papás.  ©Michael Webb.

Aunque le gustaba la televisión casi más que la provocación de la que hacía gala, así que no dudó en seguir haciendo “amigos” diciéndole quiero follarte a Whitney Houston (RIP) o cantar sobre el incesto con su propia hija Charlotte.

El resultado de esta vida salvaje fue una muerte quizás no tan temprana como pudiera imaginarse, un panteón en el Cementerio de Montparnasse, al lado de poetas malditos e incomprendidos y con constantes visitas de aquellos que todavía le ven como un visionario adelantado a su tiempo. El biopic tardó en llegar, casi tanto como este artículo que aquí terminamos.

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