Es posible que Bohumil Hrabal naciera en Brno más o menos a esta hora, un día como hoy, hace más de cien años. Miembro irremplazable de esa amplia nómina de escritores checos que hubieron de suceder a Franz Kafka y Jaroslav Hašek (Kundera, Seifert, Klíma y tantos otros), Hrabal nos dejó una serie de novelas maravillosas que a mí me interesaron pronto, pues me parecieron una colección de pensamiento sabio y filosofía vital.
La primera vez que leí Una soledad demasiado ruidosa fue precisamente en su ciudad natal, en la colina de Petrov, frente a la Iglesia de San Pedro y San Pablo. Yo vendía espacios de publicidad en un periódico dedicado a la información sobre el comercio internacional de fruta y verdura y aprovechaba el fin de semana, en medio de esos viajes de 15 días en el extranjero para perderme en un doble callejeo ¡me encantaba leer novelas que transcurrían en las ciudades por donde paseaba!
Que Hrabal era depositario de un pensamiento sabio y de una gran filosofía vital fue algo que hube de reconocer más tarde. La segunda lectura de Una soledad demasiado ruidosa, la historia del prensador de papel que duerme como un gato en invierno entre el estruendo de un mundo asfixiante, me descubrió que una novela puede esconder también una metafísica y, ya en el terreno más íntimo y personal, que la forma más inteligente de manejarse en medio de este sinsentido es aquella que no renuncia ni a la vitalidad ni a la ternura más sutil.
La entrañable Trenes rigurosamente vigilados, llevada al cine por Jirí Menzel en 1966, expresa de forma inteligente y fina las analogías y disimilitudes entre dos formas de resistencia: una física, expresada con las bombas, otra sentimental, prorrumpida en el deseo más hedonista. Yo serví al rey de Inglaterra, no sólo es una estupenda novela (quizás la más ambiciosa en términos formales), supone una visión del mundo moderno y de una parte de la historia del siglo XX y es también una lección de humanidad expresada en la manera siempre sensible, siempre compasiva, que dedicaba Hrabal a nuestra desconcertante especie.
Hrabal conoció la Segunda Guerra Mundial, la censura comunista, la Primavera de Praga, la Revolución de terciopelo, y, en sus novelas no recurrió al tipo de digresión filosófica muy explícita que caracteriza al estilo de Kundera, sino que prefirió esconder en medio de una cháchara perspicaz y vigorosa los artefactos más letales contra la opresión: el guiño festivo, la sensualidad, el gesto irredento, el salto estético.
Los personajes de Hrabal recorren la misma senda de Kafka y Hasek, individuos cuya singularidad resiste el peso de la historia y de unas instituciones deshumanizadas. Personajes periféricos, muy en la onda del cine de Werner Herzog, otro de mis nombres preferidos, seres perplejos o ensimismados, personajes que caminan de forma, si no alegre, sí irreductiblemente vital, como equilibristas sobre el tenso alambre en el que los totalitarismos de Hitler, Stalin, y tantos otros, hubieron de convertir la desgarrada historia del hombre del siglo XX.
Hrabal no fue, estrictamente, un escritor tardío (porque escribió temprano), pero publicó sólo en la segunda mitad de su vida, pasados los 50, probablemente un «torcido», de acuerdo con una categoría literaria para escritores que, estudiosos del derecho, trataron luego de transgredir la «norma» y que traté de acuñar aquí mismo hace ya algún tiempo: es imposible no reconocer en toda su obra el aliento de la vanguardia, la libertad, el grito dadá. Vitalismo, resistencia enérgica, burla de uno mismo, surrealismo pícaro, como en sus historias del tío Pepín, el anciano libertino: Clases de baile para mayores.
Estos días leo sus Bodas en casa, una suerte de novela autobiográfica y en ella es igualmente perceptible el equilibrio entre magia y miseria, la voluptuosidad más suave, el ánimo entusiasta de Hrabal (otra lección festiva para seres singulares, seres, como nosotros, de edad avanzada).
Una vez, sentado en el banco de una plaza portuguesa, compuse un poema para Hrabal, fue al poco tiempo de su muerte, en 1997, una muerte de causa ambigua, un suicido aparente rodeado de palomas, otra forma de saltar: It Feels Like I’m Everywhere, lo llamé.
En España, y en todo el mundo de habla castellana, tenemos la suerte de contar con la escritora y traductora Monika Zgustova, responsable de la mejor biografía de Hrabal en nuestra lengua: Los frutos amargos del jardín de las delicias. La autora de Las rosas de Stalin o Vestidas para un baile en la nieve supo también traducir a Hrabal, manteniendo toda la atmósfera lúcida y la luz cálida y clara que éste echó sobre el siglo más oscuro de la historia.
Humor sutil, verborrea, un parlanchín (pábitel) chaplinesco, Historia e historias personales, anti-héroes, bufonadas, humor en el límite, perspectiva desde los márgenes, lírica sin sentimentalismo, seres que responden al maltrato con un requiebro amargo como un trago de cerveza. Íntegro, definitivamente, la literatura de Bohumil Hrabal en el conjunto más amplio de referencias con las que me obligo de tanto en tanto a recordar las ventajas que para la lucidez conlleva la adopción de la perspectiva de los marginados, de los excluidos, pues es con ellos con los que logramos la visión más acabada de nuestra propia ontología.
It Feels Like I´m Everywhere
«Ideo el día con violines, / en jardines, con adagios, / alegría dieciochesca.
Ideo el día con historias libertinas.
Leo varias veces el librito del sobrino/
de Rameau.
Agrego al mundo como amigo a facebook. / Recreo, indulgente todo lo acaecido. / Añado de nuevo facebook al poema y hasta mezclo nuestras lenguas sin criterio/ como hacen ahora los poetas a la moda
(everywhere).
Pero en el parque se sientan siempre junto a mí/ las palomas de Bohumil Hrabal, la pereza y el olvido.
Y cuando se hayan ido, / del día ideado los violines, / advertiré su sordina, su afonía, / su inminente renuncia en mi presencia. / Esto es, quedará patente que se escapan/ precisamente por estar yo allí.
Everywhere/ It feels like I´m everywhere.
Cae la noche.
Negocio entonces a la baja
redimido por el sueño,
la pretensión febril de transformarme.»
Hermosos: libros de Hrabal
Malditas: trituradoras de papel
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