Además de ser un gran director de cine, Zack Snyder es un tipo oportuno. Su Ejército de los muertos llega justo a tiempo para continuar con la cruzada que inició Christopher Nolan hace unos meses con su Tenet: hacer que la gente vuelva a los cines. Sí, claro que se rodó antes de la pandemia, cuando nadie podía imaginar lo que se nos venía encima (nadie excepto Steven Soderbergh, claro). Pero Netflix la estrena justo ahora, que estamos comenzando a salir del túnel, ahora que las vacunas están comenzando a hacer su magia. Si Tenet fue la película que nos hizo soñar con un retorno normalizado a las salas de cine, Ejército de los muertos es la película que nos muestra que ese sueño está al alcance de la mano.
Y como Tenet, Ejército de los muertos es un potente blockbuster ubicado dentro de los márgenes del cine fantástico, que son los límites dentro de los cuales siempre se ha movido Snyder hasta ahora. Como producto, pues, encaja sin fisuras dentro de la trayectoria del director estadounidense, tanto por adscripción al único género que ha transitado como por la envergadura del proyecto, que es afín a la de la mayoría de sus anteriores películas, especialmente las adaptaciones de DC Comics. Hay, con todo, un par de importantes apreciaciones que cabría hacer en cuanto a la pertenencia de la película al universo snyderiano: una relativa a la naturaleza de la propuesta, y la otra relativa a su propio trabajo.
Respecto a la primera, me parece muy significativo el paso dado por Snyder en la configuración argumental de su película. Hasta ahora, sus historias bebían de variopintas influencias, desde la iconografía clásica del cine de terror en Amanecer de los muertos hasta los videojuegos en Sucker Punch, por poner dos ejemplos. Pero son cintas muy controladas en cuanto a las fuentes que manejan, y están muy lejos de ser productos referenciales: Snyder mantenía estas influencias bajo control en un universo propio bastante hermético.
Ejército de los muertos, en cambio, es un pastiche desbocado de referencias y citas, todas mezcladas y agitadas sin el menor atisbo de vergüenza. Por primera vez, Snyder se atreve con un cóctel meta-referencial que se detecta ya desde la propia concepción genérica de la trama: una mezcla de cine de zombis, cine de acción, y cine de robos. A partir de aquí, la película despliega un auténtico catálogo de influencias más o menos obvias: desde el helicóptero de Aliens, el regreso hasta el prólogo de En busca del arca perdida, pasando por el cine exploit italiano de principios de los 80′ y hasta por la emotiva relación paterno filial de Bruce Willis y Liv Tyler en (la también excelsa) Armageddon. Aunque de la que toma prestado buena parte de su esquema argumental es de 1997: Rescate en Nueva York, que ya a su vez era una variación (por la vía de la simplificación: de doce protagonistas a uno) de Doce del patíbulo, cinta también muy presente aquí en ese tono de misión suicida que sustituye el castillo de los nazis por la ciudad de Las Vegas.
Snyder se atreve incluso a introducir una innovación en el género de zombis que, quizás en el fuego cruzado de géneros y referencias, acabe pasando inadvertida: sus muertos vivientes están humanizados. En contra de la concepción clásica del zombi despojado de cualquier rasgo humano, los de Ejército de los muertos son seres con una cierta inteligencia, la suficiente como para establecer una jerarquía y una organización, no actúan como meros trozos de carne a la deriva. Y lo más importante de todo: tienen sentimientos. Así lo revela la presencia de la reina zombi que, en un momento clave de la película, casi se besa con su pareja, o por ejemplo el último de los zombis que aparece en la hilarante secuencia de las trampas para acceder a la caja fuerte: justo antes de morir de manera horripilante se gira y mira con cierta tristeza a cámara, consciente de su trágico destino, algo que lo convierte en más humano que zombi.
No deja de resultar curioso que los zombis de Snyder tengan rasgos de humanidad, pero estén atrapados en una versión apocalíptica de Las Vegas. Ejército de los muertos sustituye a los pobladores de estos hoteles y casinos lujuriosos por muertos vivientes y, en esa comparación, subyace una demoledora crítica hacia un estilo de vida decadente: Las Vegas es un lugar carente de humanidad. No es casual que Sodoma y Gomorra tengan un cierto protagonismo en la historia, y es que la película puede también leerse como un curioso artefacto moralista: el juego, el pecado rampante que impera la ciudad, le ha llevado a su propia autodestrucción.
Respecto al trabajo de Snyder, Ejército de los muertos certifica, por si a alguien le cabía alguna duda, que estamos ante uno de los mejores storytellers del cine del siglo XXI. Porque sí, la película es un colosal batiburrillo de géneros y de influencias, pero detrás del aparente caos emerge una cuidada planificación.
Snyder no solamente es capaz de integrar cada cita, cada referencia, dentro del relato, haciendo que tengan sentido más allá de su condición meta (algo en lo que JJ Abrams, por poner un ejemplo, suele fallar cuando visita el cine de los 80s), es que exhibe un insultante dominio de los tiempos narrativos. Algo de lo que, por otra parte, el cine comercial actual suele también andar escaso.
Y ahí es donde Ejército de los muertos remite al maestro de maestros, al mismísimo Steven Spielberg. En ese manejo casi maquiavélico del tempo interno de la narrativa, en esos momentos de quietud que presagian lo peor y que resultan casi más tensos que los momentos de acción, en ese saber pausar la acción justo en el momento indicado. En definitiva, en esa precisión quirúrgica a la hora de exponer las calmas que preceden a las tempestades. Un ejemplo brillante: el momento en el que el equipo protagonista ha de atravesar una habitación repleta de zombis hibernando, y ha de hacerlo en silencio para no despertarlos.
En esos detalles es donde Snyder demuestra lo gran director que es. En esos momentos en los que no te lo esperas, en el uso de la cámara lenta en los (antológicos) créditos iniciales, en el clasicismo de planificación de escenas como la apertura de la caja fuerte. Más allá de que muy pocos, realmente muy pocos, habrían podido manejar semejante empacho referencial y extraer de él una película tan cohesionada, contundente, y eso sí, excesiva se mire como se mire. Una película hecha no para los fans, sino por un fan, que son dos maneras muy distintas de entender el cine.
Zach Snyder, por fortuna para nosotros, dirige películas. Lo que este señor ha aportado ya al fantástico del siglo XXI daría para un libro. Lo que queda por venir, si es la mitad de fascinante que Ejército de los muertos, será ya para hacer una enciclopedia.
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