Quizá hemos caído en la trampa de considerar que nuestro éxito personal se mide en función del dinero que ganamos, la posición que ocupamos, el número de likes de Facebook o la imagen que tenemos.
No me cabe ninguna duda de que todos los hombres y mujeres que vivimos en la faz de este planeta estamos tratando de hacer las cosas lo mejor que sabemos, lo mejor posible o lo que podemos con los recursos de que disponemos.
También estoy convencido que todos tenemos unas necesidades básicas que vamos satisfaciendo a medida que nos van apareciendo y que, este hecho, se produce de manera inconsciente en un porcentaje especialmente alto en todos y cada uno de los seres humanos.
Las necesidades básicas a las que hago referencia se pueden resumir brevemente como necesidades de seguridad, variedad, singularidad y conexión, tal y como las define el profesor Luis María Huete en algunas de sus diversas obras.
Las necesidades de seguridad son unos deseos completamente legítimos que nos reclaman estabilidad, orden, certeza, confort, para evitar el miedo, las complicaciones, lo incierto, etc. Los deseos de variedad son necesidades de explorar, de competir, buscar la sorpresa, el reto, la diversión, de soltarse la melena… porque queremos evitar lo monótono, lo aburrido, la apatía, etc. La singularidad, sin embargo, nos reclama llamar la atención, destacar, ser único, ser especial… y, finalmente, la conexión es un deseo de compartir, de ser aceptado, querido, pertenecer a un grupo y se dispara para evitar la soledad, el rechazo, la marginación, entre otras cosas.
Saber gestionar estas cuatro necesidades va a conformar en nosotros una personalidad determinada y unos comportamientos que nos lleven a tener una mayor o menor satisfacción con nosotros mismos. Pero hay que saber que cuanta más hambre tenemos menos se discrimina el alimento que tomamos. Cubrir nuestras necesidades con fast-food emocional en lugar de tener una dieta emocionalmente sana puede acabar por desquiciarnos y desquiciar a los que tenemos al lado. Pero de esto hablaremos en un futuro cercano.
Lo que creo es que hemos caído en una trampa que nos confunde a muchos. Basamos nuestro éxito personal en función del dinero que ganamos, de la posición o el puesto que ocupamos, el número de likes en Facebook o de relaciones por whatsapp y cómo no, de la imagen que tenemos. Si a esto le añadimos que somos los mayores expertos del “tú más”, echar la culpa al vecino, justificarnos con mil excusas, matar al mensajero, controlar al prójimo y a uno mismo y estar siempre al ataque, puede ser el mayor olvido de sí que hagamos y, además, supone estar jugando con nuestras necesidades básicas sin saber las consecuencias que puede tener en nosotros.
Conocerse uno mejor, razonar el porqué y el para qué de nuestras acciones, anticiparse o prever las consecuencias de lo que hacemos, desdramatizar muchas de las situaciones que vivimos, tener sentido del humor y saber reírse de uno mismo o entrever que existen dos necesidades mayores, que son el crecimiento como personas y el altruismo con nuestros congéneres, nos puede llevar a disminuir nuestros niveles de estrés hasta niveles insospechados. Ocuparse de uno mismo no es egoísmo es yoísmo.
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