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Entre dioses y mortales: “Die Walküre” vuelve a la Scala

En Música miércoles, 19 de febrero de 2025

Gian Giacomo Stiffoni

Gian Giacomo Stiffoni

PERFIL

El Teatro alla Scala, considerado un verdadero templo wagneriano desde los tiempos de Toscanini, ha perdido esta característica en la última década. Si con Barenboim el compositor alemán tuvo una presencia destacada (como en la época de Muti), durante el periodo de Riccardo Chailly —quien nunca ha dirigido una de sus óperas— esta tradición se ha visto interrumpida. Por ello, su regreso a Milán, aunque parcial,  es una señal alentadora. En octubre se representó Das Rheingold (El oro del Rin), sobre la que escribimos puntualmente, ahora es el momento de Die Walküre (La Valquiria), la segunda parte de Der Ring des Nibelungen (El anillo del Nibelungo), dentro del ambicioso proyecto de escenificación de toda la tetralogía wagneriana, que originalmente iba a ser dirigida por Christian Thielemann, pero que finalmente fue asumida por Simone Young y Alexander Soddy. En junio será el momento de Siegfried (Sigfrido) mientras que habrá que esperar el 2026 para ver el Götterdämmerung (El ocaso de los dioses) y la tetralogía completa, prevista para el mes de marzo.

Scala

Klaus Florian y Elza van den Heever en el primer acto de Die Walküre. © Brescia/Amisano – Teatro alla Scala.

Vuelve al escenario de la Scala la imaginativa puesta en escena de David McVicar, que en esta ocasión se ve matizada por la presencia de los humanos, quienes, por voluntad de Wagner, portan sentimientos que desentonan con la autoridad del Walhalla y terminan contaminando con sus pasiones a los propios dioses. Al director de escena escocés hay que reconocerle la gran delicadeza con la que abordó la progresiva toma de conciencia amorosa de la pareja incestuosa (los gemelos Siegmund y Sieglinde) y la compleja relación de Wotan con su hija rebelde, Brünnhilde. No obstante, lo que evocó la atmósfera de cuento de hadas desde el inicio fue, sobre todo, la escenografía, autoría del mismo McVicar y Hannah Postlethwaite, así como los trajes de Emma Kingsbury: el huracán que estalla en las últimas notas del preludio y que parece invadir la sala, la cabaña-cueva de Hunding con un fresno estilizado sostenido por postes, y el Walhalla del segundo acto, decorado con menhires y un gigantesco globo terráqueo que en un momento dado es hecho rodar fuera del escenario por asistentes semidesnudos.

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Michael Volle y Okka Von der Damerau en el tercer acto de Die Walküre. © Brescia/Amisano – Teatro alla Scala.

En la gran escena que abre este acto, protagonizada por Fricka (diosa del hogar y esposa de Wotan), se desarrolla un intenso diálogo con el padre de los dioses, magníficamente escenificado por McVicar, en el que ella condena a muerte a los dos amantes. Las ocho valquirias, que aparecen en el tercer acto durante la famosa cabalgata con la que se abre la primera escena, fueron representadas como un mundo aparte y hubieran resultado muy efectivas si no fuese por la discutible decisión del director respecto a los caballos en los que deberían cabalgar. Estos fueron de hecho interpretados por gimnastas sobre zancos que evocaban prótesis de los Juegos Paralímpicos, con cabezas equinas esqueléticas y plateadas colgando sobre sus cabezas. La estilización funcionó cuando el corcel era único y acompaña a Brünnhilde, pero en la mencionada escena de la cabalgata grupal los pseudo caballos se volvieron demasiados, voluminosos y macabramente ridículos. Más que simular un galope, apenas podían moverse (cayendo varias veces), y al final sus movimientos se redujeron a una especie de ballet que, sin duda, habría horrorizado a Wagner.

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Michael Volle en el segundo acto de Die Walküre. © Brescia/Amisano – Teatro alla Scala.

La dirección de Alexander Soddy fue de menos a más durante la velada, aunque en términos generales no destacó por una personalidad marcada. Sin duda, el director demostró un excelente control de la relación entre el escenario y la orquesta, logrando sonoridades poderosas y siempre claras, así como momentos delicados finamente esculpidos. La tensión se mantuvo constante y, en parte gracias a su labor, los pasajes más extensos de ciertos diálogos fluyeron con naturalidad. No obstante, faltó un mayor cuidado en los detalles y la capacidad de resaltar los momentos líricos e introspectivos que hacen de la partitura de Wagner una obra excepcional.

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Michael Volle y Camilla Nylund en el tercer acto de Die Walküre. © Brescia/Amisano – Teatro alla Scala.

Los intérpretes ofrecieron un rendimiento sobresaliente, en particular Klaus Florian Vogt como Siegmund, un tenor heroico a la altura del personaje tanto vocal como gestualmente, y Elza van den Heever como Sieglinde, quien en el primer acto pareció algo frágil vocalmente, pero que se redimió plenamente a lo largo de la función. Michael Volle fue un Wotan autoritario e incisivo, aunque le faltó el lirismo adecuado en la escena final de la despedida a su hija, mientras que Okka Von der Damerau encarnó a una Fricka convincente. Camilla Nylund, en el papel de Brünnhilde, supo resaltar tanto la rudeza del personaje como su melancolía. Excelente también Günter Groissböck en el papel de Hunding, al igual que las ocho cantantes que interpretaron a las valquirias. Al final de la noche, un verdadero triunfo para todos, con un saludo especial del teatro y de las masas artísticas al director artístico Dominique Meyer, quien deja su cargo en la Scala tras cinco años de excelente labor.

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