Los cinéfilos somos insufribles. Hablemos de política o sexo, acabamos remitiendo la charla al mundo del cine. En “Una vida difícil, Alberto Sordi”… La escena de la cocina en “El cartero siempre llama dos veces”... Algunos recordamos los veranos por las películas que vimos durante los calores de julio y agosto.
#9 de julio
Por fin puedo ver Mambo (Robert Rossen, 1955). No es una película fácil de conseguir. Me la pasa mi amigo Pepe Catalán, que tiene más de 8.000 títulos con buenas copias. Mambo, rodada por Rossen en su extraño periplo europeo (huía del maccarthismo), mereció elogios del desaparecido José María Latorre. Siempre me he fíado de Latorre. Incluso cuando no estaba de acuerdo con él, me interesaban sus puntos de vista, era brillante, culto y con mirada propia. Mambo, en efecto, es superior de lo que señala su escasa fortuna crítica.
#15 de julio
Otra película que me pasa Catalán: Una vida difícil (Dino Risi, 1961), con Alberto Sordi y Lea Massari. Una obra maestra. Me gustó mucho cuando la vi en el cine Artis de Valencia. Cincuenta años después aún me gusta más. Y ahora la he comprendido mejor. La ideología, los vaivenes de la vida, los sueños pequeñoburgueses, las renuncias…
#20 de julio
Ya lanzado, Catalán me remite un email con el listado de sus ocho mil y pico de películas. Elige las que quieras, me dice con orgullo de coleccionista. Me estudiaré el listado y te pediré dos películas más, pero solo dos.
#29 de julio
¿Ya has decidido qué películas quieres de mi colección?, me pregunta, ansioso por ser útil (¡eso es la amistad!). Sí, le respondo. ¿Cuáles?, mi respuesta le sume en el desconcierto: Violetas imperiales (Richard Pottier, 1952, con Luis Mariano y Carmen Sevilla), y Aventuras del barbero de Sevilla (Ladislao Vajda, 1954, con Luis Mariano y Lolita Sevilla). ¿De toda mi colección son esas dos las que más te interesan?, me pregunta, dolido. Sí, le respondo, escueto y puñetero. No solo de Renoir, Lang, Mizoguchi, Powell, Hitchcock o Fellini vive el cinéfilo. También tenemos nuestros caprichos y curiosidades. Lo que se llama la memoria sentimental.
#6 de agosto
Hay algo que le oculto a Catalán. En realidad lo que más me interesa de Violetas imperiales y Aventuras del barbero de Sevilla es el estado de su color, que si no me equivoco se trataba en ambos casos de lo que se llamó Gevacolor. En la época, las vi siendo niño, eran unos colores caseros y apañados, un poco tirando hacia la pastosidad crema. En posteriores visiones y nuevas copias, ya fuese en pases por la TV o con ediciones en VHS o DVD, uno notaba que el color iba perdiendo contraste. El paso del tiempo, que se hace evidente cuando hablamos de una técnica de urgencia industrial.
Violetas imperiales es kitsch a más no poder, entretenida e históricamente muy tramposa. Una opereta de Francis Lopez llevada al cine con cierto encanto. Sin pasarse, se deja ver. Aventuras del barbero de Sevilla es digna, está bien rodada, salen Gila y José Isbert en divertidas secuencias y el guión es ameno, aunque el carisma de Lolita Sevilla es muy inferior al de Carmen Sevilla. Vadja, húngaro refugiado en España y cineasta de irregular carrera (Marcelino, pan y vino, 1955, Mi tío Jacinto, 1956 y El cebo, 1958, son magníficas) era un buen profesional en situaciones espinosas. Fue la suya una vida difícil, como la de Alberto Sordi en la película de Risi. Recupero mi comentario sobre las dos películas protagonizadas por Luis Mariano: el color de Violetas imperiales es una sombra paliducha de lo que fue. La copia de Aventuras del barbero de Sevilla es en blanco y negro. Un blanco y negro no malo del todo.
#18 de agosto
Intento ver de nuevo Saló o los 120 días de Sodoma (Pier Paolo Pasolini, 1975). No puedo con ella. A la media hora ya estoy sobrepasado. Es demasiado atroz. Me conformo con los interesantes extras que relatan el rodaje de la película. Admiré mucho a Pasolini -ahora ya no tanto-, pero incluso durante mi fervor por él, había algo en su personalidad que parecía empujarme hacia el abismo.
#23 de agosto
Encuentro en unos grandes almacenes una película de King Vidor que no conocía, Un sueño americano (An American Romance, 1945). Muy patriótica. Apología de la familia, del esfuerzo individual. De vez en cuando, secuencias sencillas y líricas que emocionan. Evito al lector mi comentario sobre muchas otras películas que vi en este largo y cálido verano. No quiero ponerme pesado. Tal vez lo haya sido ya.
Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!