Con motivo de la próxima exposición de una amplia muestra de monotipos de Edgar Degas, en el MOMA de Nueva York, la primera bailarina del ABT Misty Copeland, ha recreado algunas de sus más icónicas pinturas en torno al ballet.
Al artista francés le llamaban el pintor de las bailarinas, y es cierto que algunas de sus telas más famosas recrean estiramientos, preparativos, posturas y poses de la danza de su época, muchas de ellas escenas recogidas en las salas del Ballet de la Ópera de París, una de las instituciones dancísticas más importantes de la época, donde el bullir de jóvenes en puntas inspiró profusamente a Degas.
Una de las más famosas intérpretes de la época fue Roseta Mauri (1850-1923), una catalana que alcanzó el estrellato en París gracias a su temperamento, su vigorosa gracilidad y a una técnica aprendida desde niña con la enseñanzas de su padre, el también bailarín y coreógrafo Pere Mauri.
La apasionada y encantadora Roseta debutó en el Liceu de Barcelona, bailó en los principales teatros europeos hasta que fue fichada como primera bailarina de la Ópera de París. Para ella se estrenaron algunos famosos ballets como La Korrigne de Charles Vidor o Les deux pigeons de Messaguer. Concluida su carrera como intérprete, fue maestra de baile en el conservatorio de la misma casa.
Casi un siglo después de su muerte y con motivo de la amplia retrospectiva que le dedicará el MOMA a partir del 26 de marzo, Misty Copeland, primera bailarina del American Ballet Theatre ha posado como las bailarinas de Degas en una sesión especial para la revista Harper’s Bazaar.
La historia personal de Copeland está escrita como tanto gusta a los estadounidenses, con tintes dramáticos en los que reluce una historia de superación. Ella es la única bailarina principal afroamericana en la larga historia de este ballet, posición que ha alcanzado después de no pocas dificultades, traumas y alguna que otra lesión.
Nacida en 1982 en Kansas City, se crió en California y comenzó a bailar a los 13 años, diez años después que la media de las bailarinas. Su infancia y adolescencia no fueron fáciles en una familia desestructurada, numerosa y muy humilde, y tuvo que soportar la falta de fe en sus capacidades y el rechazo de ingreso en algunas escuelas de danza después de que Cindy Bradley, su maestra en el Boys and Girl Club descubriera en ella algo especial y la animara a tomar clases.
Una de las cartas recibidas decía: Querida candidata. Muchas gracias por solicitar entrar en nuestra academia. Desafortunadamente no ha sido aceptada. No tiene los pies adecuados, su cuerpo no es apto para el ballet y con 13 años es demasiado mayor para considerarle como una posible candidata. Su musculoso cuerpo contrastaba con el de las comunes espigadas y delgadas bailarinas.
Finalmente, ingresó en el San Pedro Dance Center primero y en el San Francisco Ballet School después, donde se formó antes de ingresar en profesionalizarse en el ABT. Una lesión en la pierna mantuvo en vilo su carrera hasta que se recuperó totalmente.
De todas estas vivencias, Misty Copeland ha extraído sus propias conclusiones y lo ha contado en el libro Life in motion: An Unlikely Ballerina, de 2014, un retrato de su vida donde está presente la discriminación, el racismo y la marginalidad. También el documental de 2015 A Ballerina’s tale, de Nelson George, retrata la vida sacrificio de esta icónica bailarina.
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