El creador de la criatura de Alien, el octavo pasajero y artista multidisciplinar cercano al surrealismo murió hace un par de años. Dark Star. El universo de H.R. Giger repasa los últimos meses de vida del maestro suizo, a la vez que traza un relato, emotivo y leído, de su obra y figura a través de sus amigos, colaboradores y familiares.
Bien difícil lo tenía Belinda Sallin para realizar un documental que hiciera justicia a la figura de H.R. Giger, uno de los artistas plásticos más influyentes de la segunda mitad del siglo veinte que, ojo, tuvo impacto tanto en el mainstream como en el underground. La verdad es que Dark Star. El universo de H.R. Giger lo consigue, y lo hace gracias a mostrar un retrato cercano del genio suizo centrado, sobre todo, en la guarida de Giger, una propiedad a las afueras de Zurich. Una casa que Sallin muestra como si tratara de un organismo vivo, un lugar mágico, casi un gabinete de curiosidades surrealista, que parece estar dominado por fuerzas telúricas –esas secuencias de las habitaciones y recovecos que parecen estar habitados por extrañas presencias. Un espacio construido a conciencia por el creador del Necronomicon a lo largo de los años; un artista precoz que ya de niño confeccionada pasajes fantasmales para sus compañeros de clase. Unos pasajes que dieron forma a una de sus últimas piezas: un tren de la bruja que recorre su jardín y que podemos ver en el documental.
La película, a la manera del Relámpago sobre el agua de Wim Wenders y Nicholas Ray, muestra a un Giger en decadencia física pero no mental. Aún lúcido, afirma no creer en la vida más allá de la muerte; entre risas comenta que de tener otra se aburriría soberanamente. Es más, está contento con la existencia que ha tenido. Recuerda algunos episodios tristes; el suicidio de una de sus primeras musas y como se agarró al arte para salir del hoyo.
De hecho, esa confrontación con el lado oscuro, con las tinieblas, con lo desconocido, con los terrores atávicos, es lo que ha marcado su obra. Así se encargan de remarcarlo en el filme sus colaboradores más cercanos, su mujer Carmen Maria Scheifele Giger o el psiquiatra Stanislav Grof. Giger fue una persona sencilla que no tuvo miedo a explorar su subconsciente, el mundo de los sueños más extremos, sin autocensura. La imaginería malsana presente en su trabajo es en realidad una obra torrencial llena de luz, una puerta a otro mundo, realidad o dimensión con la que solo Giger podía contactar. Un mundo en el que convivían H.P. Lovecraft, Dalí, las deidades egipcias, los seres biomecánicos y un montón de referentes más que hacía propios.
En un momento de Dark Star, uno de los amigos del artista suizo comenta que Giger tiene unas manos que funcionan como un sismógrafo: es capaz de canalizar las vibraciones más extrañas de este mundo y del de más allá para darles una forma física. También se habla de trances, de estados alterados de consciencia –algunos conseguidos mediante las drogas; Giger jugueteó con el LSD. Otro de los detalles que sorprenden de su proceso creativo es que casi no realiza borradores, todos sus trabajos son piezas únicas. Más trivia curiosa: nuestro hombre llegó al estrellato gracias al mundo de los posters, un formato cercano al pop art. De hecho, el idilio de Giger con las galerías y museos de arte oficiales no se consumó hasta finales del siglo pasado.
Dark Star es rico en anécdotas –el día a día de su relación con la productora Fox en relación a Alien, el octavo pasajero-, nos hace partícipes de las últimas apariciones públicas de Giger –la conmovedora visita a su museo en el Château St. Germain de Gruyères-, y nos muestra que, hasta el último momento, el artista suizo estuvo cerca de sus amigos, cuadros, esculturas, familiares, libros y de su gato Müggi. Belinda Sallin realiza un retrato que parte de lo cotidiano para explicar la leyenda. Una operación sencilla pero brillante.
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