Japandroids, Cloud Nothings y Surfer Blood, triunvirato de luminarias para el 2017, proponen distintas formas de prolongar el legado sonoro independiente norteamericano.
Más de 25 años han pasado desde que a Lou Barlow se le ocurrió componer aquella canción y titularla “Gimme Indie Rock” (al frente de su proyecto Sebadoh). En ella nos contaba que todo había empezado en 1983, cuando el hardcore no era suficiente para él y lo que tocaba era asumir las lecciones de The Velvet Underground o The Stooges, tomar inspiración de Hüsker Dü, relajarse con Pussy Galore, romper barreras como Sonic Youth y pisar pedaleras como las que se gastaba su colega J Mascis al frente de Dinosaur Jr. Todos esos nombres desfilaban en la letra de una canción con visos de levantar acta generacional, por mucha retranca que supurase su texto. El propio Barlow sigue hoy en día grabando y girando sin desmayo para ganarse el jornal con Dinousar Jr, y reiterando que todo aquello del indie rock fue poco más que una broma, porque las etiquetas están, sobre todo, para desecharlas.
En cualquier caso, como el rock es un género cuya evolución puede estar más que en entredicho, pero no es capaz de abortar por sí mismo las sucesivas oleadas generacionales de músicos que siguen releyendo los dictados de quienes ya escribían la historia antes de que ellos mismos nacieran, puede decirse que el indie rock, tal y como lo entendieron decenas de bandas norteamericanas, desde finales de los 80, sigue bien vivo a través de los discos de grupos como Japandroids, Cloud Nothings o Surfer Blood (entre muchos otros). A ellos hemos querido agrupar en este texto, por haber facturado sus nuevos retoños casi al alimón, entre la última semana de enero y la primera de febrero de este 2017.
El power duo que forman Brian King y David Prowse, el guitarrista y el batería que dan forma a Japandroids desde hace diez años en Vancouver (Canadá), es el ejemplo más patente de que ese aguerrido indie rock de nuevo cuño progresa a través de vías expresivas cada vez más diferenciadas entre sí. Near To The Wild Heart of Life (ANTI/PIAS) es ya la prueba fehaciente de que están mucho más cerca del stadium rock que pregonan unos The Gaslight Anthem que de los chispazos de electricidad -ideales para la distancia corta- que expedían en sus inicios, cuando parecían los nuevos Superchunk.
Sus nuevas canciones, repletas de onomatopéyicos uuuooo que parecen ideados para ser coreados por grandes audiencias, vuelven a poner de relieve el papel de bisagra que ejercieron hace unos años bandas como The Hold Steady o Marah a la hora de adaptar el imaginario de The Replacements y Springsteen (sí, Springsteen) a las composiciones de una nueva hornada de músicos, de quienes ellos también han mamado. No en vano, hace ya siete años, en aquella espléndida recopilación de sencillos llamada No Singles (Polyvynil, 2010), Japandroids se marcaban un guiño al boss en “Darkness On The Edge Of Gastown”. Estarán, por cierto, en el próximo Primavera Sound, en donde ya han dado muestras de su huracanado directo otras ocasiones.
También han limado los aspectos más fieros de su música los Cloud Nothings de Dylan Baldi, el trío de Cleveland (EEUU) que también se caracteriza por directos auténticamente anfetamínicos. Life Without Sound (Wichita/PIAS) es su cuarto álbum, el más pulido hasta la fecha, con la producción de John Goodmanson (Death Cab For Cutie, Sleater-Kinney). La apuesta por ese indie rock de última generación, en sintonía con compañeros como Wavves, Male Bonding, Titus Andronicus o Bored Nothing sigue ahí, luciendo más expansiva que nunca, y aunque la inspiración melódica no ha mermado, sí que se echan en falta esos sarpullidos de electricidad desbocada, cuya cuota aquí apenas cubren canciones como “Darkened Rings”. Son las cosas de crecer, madurar y hacerse mayores: ley de vida.
También alcanzan la cifra de cuatro álbumes los Surfer Blood, quienes exudan en sus canciones la luminosidad propia de su Florida natal, por mucho que su nuevo retoño, Snowdonia (Joyful Noise, 2017), luzca un nombre y una portada de lo más gélidos. John Paul Pitts y los suyos se han sobrepuesto a la muerte de Thomas Fekete, su antiguo guitarrista, hace menos de un año, con un puñado de melodías cálidas, que igual pueden recordar a The Chills, Built To Spill, Modest Mouse o a cualquier banda que se adscriba a la escuela de los Beach Boys.
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