Elvis significó distinguir lo bueno del resto, el Rock’n’Roll de lo que no lo era. A pesar de tener un incómodo e ingobernable remolino en el pelo y de que casi me quemo el pelo en el intento, mi afán por llevar tupé era titánico. Otra cosa era cómo me sentaba.
Elvis elevó a la quintaesencia la categoría de mito planetario, de guapo con alma y de cantante educado pero sin ser relamido. Quizás usurpase parte del impacto que le debía a aquellos negros que le rodeaban en aquel momento cantando incluso, puede, que mejor que él. Pero el Rey del Rock’n’Roll supo jugar sus cartas con maestría, sin tener que dar cuentas a nadie. Bueno sí, al Coronel Parker, su tenaz manager, quien le consiguió el contrato con la RCA pero que le trataba como a un pueblerino ignorante. Además, éste le daba largas para hacer una gira mundial porque se trataba de un inmigrante holandés ilegal que había huido de Europa escapando de un crimen cometido en su juventud. Por si fuera poco, vetaba aquellas películas con papeles pretendidamente serios para apoyar aquellas más facilonas de las que sacar tajada del estereotipo de cantante guapo que no se despeinaba aunque se tirase a la piscina. El susodicho militar sólo miraba por él y por su galopante ludopatía.
Otra de las sombras que planeó sobre la vida de Elvis fue la llamada Memphis Mafia, un grupo de guardaespaldas, bufones y aduladores que siempre acompañaba al Rey, compuesto por amigos de la adolescencia y del servicio militar que cumplió en Alemania. Siempre iban armados y tenían disponibilidad 24 horas para ir al cine a disfrutar de un pase privado a la hora que fuese dado el insomnio de Presley. Conseguían muchachas y se beneficiaban de ellas sin que por supuesto sus mujeres se enterasen jamás. Les regalaba joyas y coches a ellos y a sus mujeres para verles felices, aunque al día siguiente, con el bajón de las pastillas que copiosamente ingería, les llamase para despedirles.
Estuvieron nada menos que 17 años a su servicio hasta que la disparatada economía de su jefe, la venta a precio irrisorio de los royalties a la RCA y demás circunstancias, hicieron que se buscasen otra bicoca lejos de Graceland. Como venganza, estos chupópteros editaron un libro en el que desvelaban sus secretos de yonki pastillero, lo cual hundió todavía más a Elvis en una depresión que le abocaría a consumir más drogas y morir poco después.
Y volviendo al tupé, Elvis era en realidad rubio oscuro, disimulado por el blanco y negro y kilos de gomina. Pero se tiñó a moreno por moda y porque daba mejor a cámara. En el funeral de Elvis, su padre le pidió al estilista del Rey que le tiñera, pero al no tener las herramientas adecuadas para tapar las canas y los mechones rubios, recurrió a un spray de pintura para disimularlo.
Anécdotas hay mil, surtidas en este caso por el hermano freak de Elvis que todo deberíamos tener, pero una de las más jugosas fue cuando tras discutir con su padre y con su mujer, se fue hasta Washington a visitar la Casa Blanca hasta arriba de pastillas y así hacerse fotos con Nixon. Elvis se vino arriba y le ofreció su colaboración como posible “agente anti-droga” para acabar con “esos malditos hippies”. Ni corto ni perezoso, pidió placas de agente y para su mencionada Memphis Mafia. Se hizo fotos y le enseñó al Presidente su arma pavoneándose de que se había colado en la Casa Blanca sin que nadie le cachease. ¿Por qué? Porque era el Rey.
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