La nueva serie del canal MTV le da un twist teena la fantasía épica en esta adaptación de las novelas escritas por Terry Brooks.
En una escena de Crónicas de Shannara, la nueva serie épico-fantástica del canal MTV (TNT en España), el héroe protagonista es un adolescente medio elfo, medio humano llamado Wil que, de un día para otro, se ve envuelto en la mayor aventura de todas: tiene que proteger a una princesa y salvar el mundo. Un mundo, por cierto, en el que el malo es un druida del lado oscuro y se dicen frases del nivel ¡El río de plata! ¡Su fango es conocido por tener propiedades curativas!
Casi como sacadas de una partida de rol amateur, las líneas de diálogo deCrónicas de Shannara viven condenadas a seguir los tópicos de un género que últimamente es una parodia de sí mismo. Salvo por contadas excepciones, la fantasía de espada y brujería vive a la sombra de la épica solemne de Juego de tronos y El señor de los anillos. El resto de contendientes tienen la trascendencia de unas rocas mágicas en el mundo del merchandising —las compras por Amazon y acaban en la estantería de la que te avergüenzas cada vez que vuelves a casa por Navidad.
Lo excepcional de Crónicas de Shannara es que tiene la habilidad de no resultar vergonzante. Es tan evidente y tan atractiva en la superficie que sus propios estereotipos pasan por guiños simpáticos. La serie no es cínica, o acaso consciente de su intrascendencia, pero sabe manejar sus virtudes. El reparto es sobradamente atractivo, Nueva Zelanda es un escenario que luce mucho en televisión y el imaginario shannariano es tan obvio que al final uno se queda prendado. En serio. Sólo por ver al próximo gnomo que sabe el lenguaje antiguo de los elfos arcanos para así abrir el cofre de hueso del poblado indígena aniquilado por Gargank el Odioso pienso aguantar toda la temporada. Y sí, esto último me lo he inventado, pero encajaría tan bien en la mitología de la serie que hasta me asusto por el prometedor futuro que tengo en la literatura high fantasy.
Un género literario que, por cierto, encaja en el perfil de audiencia que busca Crónicas de Shannara: el adolescente. Su marcado tono teen de triángulos románticos y tensión sexual de abdominales y espaldas al aire se complementa bien con el bagaje de novelas que existe detrás. ¿Qué sería de los fenómenos fan sin los libros que permiten a los chavales mirar al resto de espectadores por encima del hombro? ¡Qué sabrás tú de lo que piensa Eretria si no te has leído la decimocuarta novela! Es como los debates con la izquierda rancia pero cambiando moral por literatura de sagas a 20€ el tomo.
Claro que nada funcionaría sin un reparto que sepa moverse en tal delirante contexto fantástico. Por suerte, lidera la función un Manu Bennett que cae bien desde que firmara aquella impresionante primera temporada de Spartacus como el malogrado Crixus. Aquí está genial, carismático y convincente, que ya es difícil, como el mentor de Wil, un druida llamado “Allanon” (sic). El punto teen (y sexy) lo ponen Poppy Drayton y nuestra Ivana Baquero (El laberinto del fauno), que tiene el personaje más interesante de toda la serie. Una pena que el contraste masculino lo pongan unos Austin Butler y Marcus Vanco muy por debajo de sus homólogas, tanto en lo físico como en lo interpretativo.
Lo que también puede concedérsele a Crónicas de Shannara es un diseño de producción estimable. Los efectos especiales están cuidados y no hay cromas de los que asustarse. La música, aun refrito de sus mayores, juega su parte. Y la acción, disfrazada tras el gore y un afán sanguinario casi enfermizo, aporta lo suficiente como para que no esté todo dedicado al culebrón de ver quién va a salvar las cuatro tierras mañana.
Al final, Crónicas de Shannara queda perfectamente enmarcada en la secuencia en la que se conocen el héroe y la princesa. El atractivo del paraje, una cascada en la que Amberle disfruta de un baño sin ropa, y el humor incómodo del encuentro con Wil se contraponen al fondo: no hay personajes, no hay discurso, sólo unos figurantes que versan un texto escrito sin imaginación o calado. Básicamente, lo que hay es el fango que apesta bajo los brillos del agua cristalina. Te bañarías, pero no pasarías la mano por el fondo en busca de aquellas rocas mágicas de tu estantería.
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