Las paradojas de la nueva sociedad tecnológica son los temas de dos novedades editoriales, ¿Quién controla el futuro? y El Círculo. Desde el ensayo y la novela, Jaron Lanier y Dave Eggers examinan los signos de nuestro presente distópico: el espionaje masivo, la precariedad laboral y la hipervisibilidad como dogma.
No por casualidad, al principio de ¿Quién controla el futuro?, Jaron Lanier hace referencia a Una proposición modesta, el ensayo breve de Jonathan Swift, ejemplo paradigmático de sátira literaria. Tanto El círculo de Dave Eggers, como ¿Quién controla el futuro? pueden considerarse reformulaciones del género satírico para una realidad invadida por la tecnología. Las estrategias son bien diferentes, ya que El círculo es una novela de ritmo endiablado y ¿Quién controla el futuro? un ensayo no exento de un mesianismo que parece satisfacer a su autor.
Episodios de desempleo de masas. Fue en 2010 cuando apareció You Are Not a Gadget, un libro que hacía justicia a su condición de manifiesto por su tono provocativo y su concisión expositiva (en España se publicó con el lamentable título de Contra el rebaño digital). En ¿Quién controla el futuro? (publicado por Debate, con traducción de Marcos Pérez Sánchez), Jaron Lanier ha decidido desarrollar con mayor profundidad sus efectistas argumentos. Este segundo ensayo, de espíritu más predicitivo, dobla en número de páginas al primero y su escritura es más densa y compleja.
Para transmitir su visión humanista de la tecnología, Lanier ha acuñado algunos conceptos sobre los que reflexiona ampliamente en el libro. Los servidores sirena, por ejemplo, son las instituciones, empresas y servicios de Internet que utilizan la arquitectura de flujo libre de información en su propio beneficio. En el contexto de la actual Internet, la generación de contenido no parece tener valor, todo es gratis, pero empresas como Google y Facebook están consiguiendo las mayores fortunas de la humanidad gracias al espionaje masivo de sus usuarios.
La alianza de una nueva casta de ultracapitalistas con los activistas de la cultura libre ha generado una nueva clase de concentración de capital, y está arrasando la gran conquista social del capitalismo del siglo XX, la clase media. “Por mucho que me duela reconocerlo”, escribe Jaron Lanier, “podemos sobrevivir si solo acabamos con las clases medias de músicos, periodistas y fotógrafos. Lo que no podremos superar es que a esto se sume la destrucción de las clases medias en el transporte, la industria, la energía, los trabajos administrativos, la educación y la sanidad”.
Los pasajes más impresionantes de ¿Quién controla el futuro? son aquellos en los que Lanier reflexiona sobre los futuros “episodios de desempleo de masas”. La situación es urgente, tal y como él la formula. Las impresoras 3D y los coches autoconducidos de Google parecen bromas de ciencia-ficción, pero pueden tener efectos severos en los sectores de la producción industrial y el transporte en unos años.
La primera idea y la mejor idea. El modelo que Lanier propone para una Internet alternativa tiene como inspiración el trabajo del investigador Ted Nelson, que a principios de los sesenta teorizó sobre una posible red global con su proyecto Xanadú. Este modelo requeriría cambios estructurales considerables en la World Wide Web, como una arquitectura de enlaces bidireccionales, y una gran tienda global única, pero podría ser la solución para el reparto de la riqueza en la esfera digital, gracias a un sistema universal de micropagos. En este contexto, la piratería perdería sentido, ya que la copia no tendría valor y todos los contenidos estarían disponibles en servidores en la nube. Netflix y Spotify son, en cierta forma, antecedentes de este modelo.
¿Quién controla el futuro? es un libro inabarcable, saturado de ideas y argumentos sobre Internet y el desarrollo tecnológico, así como de anécdotas personales del Lanier ciudadano de Silicon Valley. Otros de los temas que aborda con su visión periférica y transversal son Wikileaks y la NSA, Apple, el big data, las tabletas y su ecosistema de aplicaciones, las finanzas en red o el futuro del libro, y resulta casi enternecedora su evidente tirria por Google y Facebook. Lanier es un insider que combina en sus libros su afán de protagonismo personal con una visión humanista del porvenir tecnológico.
Los secretos son delitos. Según David Baddiel, crítico de New Statesman, El círculo de David Eggers es una novela “tan importante para nosotros como 1984 y Un mundo feliz en su momento”. Las comparaciones son odiosas, y cada época histórica tiene sus peculiaridades, pero lo cierto es que esta novela parece escrita con la inmodesta pretensión de convertirse en sátira de la hipervisibilidad. La historia es sencilla: la joven Mae Holland consigue un trabajo en el Círculo, la compañía más famosa del mundo, ubicada en el soleado norte de California. El concepto que Eggers ha trabajado para dar forma a esa empresa de ficción recuerda a una combinación de Google y Amazon, con componentes de red social. El círculo es una distopía con sólidas bases factuales.
En sus adictivas casi 500 páginas, El Círculo (Random House, con traducción de Javier Calvo) integra acción con reflexiones sobre el devenir tecnológico de los últimos años, con acento especial en la cuestión de la transparencia. Además de sus perlas irónicas sobre el trabajo y el ocio en las instalaciones de estas nuevas empresas tecnológicas, Eggers parece interesado en una cuestión clave, la de la creencia en el nuevo dogma de la visibilidad permanente. El personaje de Mae se construye a partir de su adhesión a la utopía de la visibilidad, en contraposición a su ex novio, Mercer, que intenta huir y refugiarse en un anonimato radical, y sufre consecuencias por ello.
El círculo, de Dave Eggers conecta con ¿Quién controla el futuro?, de Jaron Lanier, en la descripción del ordenador gigante ubicado en las instalaciones subterráneas de su Google de ficción: Eggers utiliza el lenguaje de la literatura para dar forma en la mente del lector a esa máquina gigantesca que lo sabe todo sobre nosotros, y que ha convertido en multimillonarios a sus propietarios.
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