El silencio es absoluto ¡Cuánto ruido hacen, en ocasiones, las palabras! También los pensamientos, a veces, molestan la quietud y el silencio de mi mente. En el silencio parece como si únicamente existiera yo mismo.
Apago la luz de la salita, me tumbo en el sofá. Sólo escucho el silencio. Al rato comienzo a sentir los latidos de mi corazón. Mi cuerpo se mueve con cada latido y hasta me parece oír cómo fluye la sangre por mis venas con cada bombeo.
Aparece una voz, alta o baja, que da la sensación de pegarse al cuerpo y que, por economía, la llamamos uno mismo. Se escuchan las ideas que sobrevuelan la cabeza, se reproduce lo que se ha vivido, tal vez resuena lo que se espera vivir, se escucha al propio cuerpo.
Confucio decía que el silencio es el único amigo que jamás traiciona y parece que sea necesario para descubrir nuestros deseos y nuestros sueños en esta vida.
Siento que huyo del silencio en numerosas ocasiones, que evito quedarme en silencio para no encontrarme conmigo mismo, con mi realidad, con mi rutina, con algo que quizá ahora no quiera saber… La tiranía del ruido, de los sonidos, de las palabras de otros, de los gritos en las conversaciones, en el patio del colegio, por las calles.
El silencio ha entrado en crisis definitivamente. No se le dedica la más mínima campaña de marketing. Ya no se vende silencio en el supermercado, pero tampoco se vende ni en hospitales, ni en residencias, en iglesias o en mezquitas. Un minuto de silencio no llega a durar más que unos pocos segundos y se rompe con palmadas y algo más que muchos gritos.
Para descansar de esta loca carrera de ruidos en la que estoy metido sólo me queda el silencio. Desde ahí puedo tener un encuentro conmigo, quizá escuchando en el silencio descubro a alguien que no conocía, no sé…. Quizá debería atreverme a entrar en él y esperar a ver qué pasa.
He visto que en las partituras musicales el silencio forma parte de la obra, tanto como las notas redondas, negras o corcheas. Son como respiraciones que reclaman atención, contratiempos que nos avisan de que algo importante va a suceder, una gran lección de uso de los silencios para integrarlos en la partitura de nuestra existencia y poder expresarnos de la manera más adecuada con el resto del mundo.
Hoy sé que gracias al silencio puedo escuchar cada uno de los te amo que me dices cada mañana al despertar a tu lado y oír cómo tus labios acarician los míos. Esas palabras sí que mejoran el silencio y vale la pena pronunciarlas tal como nos apuntaba José Luis Borges.
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