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Castrados en el Camino de Santiago

En Cultura lunes, 26 de mayo de 2025

Óscar Carrera

Óscar Carrera

PERFIL

Las leyendas del Camino de Santiago son una verdadera morgue de decapitados, ahorcados y otras criaturas ejecutadas justa o desaforadamente. A veces se le añade un autocastigo: la castración. El episodio clásico es el del peregrino que se corta los genitales por consejo de Satanás, que lo abruma de culpa por haber fornicado “con una jovenzuela”. Se traspasa con el hierro el vientre y se lo lleva una hueste de demonios, pero la Virgen lo cura y resucita, y “le creció la carne como una verruga, por la que orinaba”. Sabemos de este milagro porque el peregrino lo predicó a bombo y platillo tras su regreso a Francia, mostrando a todos las cicatrices, “y hasta dejó ver a muchos que así lo deseaban lo del sitio más secreto”. Uno de estos afortunados fue Hugo, abad de Cluny, que parece haber visto al hombre (o a su verruga genital) “con frecuencia por admiración”. El entusiasmo del abad por este hombre y su milagro fue transmitido por la tradición cluniacense hasta llegar a los autores del Códice Calixtino, el cual ordena que se conmemore el milagro, junto a otros de Santiago, el día 3 de octubre.

Es solo el ejemplo más visceral de un motivo fundamental en el legendario del Camino: la supresión forzosa de las bajas pasiones. Uno de sus símbolos más perdurables es la doma de un animal salvaje. Según la Historia compostelana, el obispo de Iria Flavia (Compostela), Adaulfo II, fue acusado de sodomita y se vio obligado a amansar un toro bravo para demostrar que no se había librado a esa lujuria. Acaso apunte a lo mismo la presencia de cuadrúpedos testarudos en los entierros de santos como san Isidoro, san Millán, santo Domingo o san Eufrasio, Varón Apostólico: la muerte del santo supone el cese final de la bestia. Allá donde esta se detenga reposarán para siempre sus restos. El locus classicus, en el Camino, son los toros bravos que la malévola Reina Lupa reservaba para los discípulos de Santiago cuando estos buscaban un sepulcro para el Maestro en Galicia: los cornúpetas se apaciguaron al entrar en contacto con el aura de los restos apostólicos.

Camino de Santiago

Adaulfo II cogiendo al toro por los cuernos.

La doma de la bestia adopta muchas formas. En una leyenda de Nájera, cernícalo y paloma detienen su ancestral persecución y descubren juntos un altar a la Virgen. Las hay aún más simbolistas, más psicoanalíticas. La Leyenda Áurea y el Códex nos hablan de un prisionero en una enhiesta torre que se reblandece, curvándose hasta rozar el suelo, para liberarlo de un tirano. Tras este desinflamiento de lo previamente erecto, el cautivo, “libre de ataduras”, parece haber alcanzado un plano de realidad diferente: en la persecución final se zafa de las huestes del déspota, que, pese a caminar a su lado, no aciertan a verlo.

Una historia publicada por Charles-Alfred Kohler combina todos los ingredientes. Una niña nacida de violación es mandada al diablo por su madre. Satanás vuela con su ahijada por todas las tierras, le enseña todas las lenguas y la dota de un ejército y de un séquito de damas “que al regresar la recibían como una reina en castillos y torres de oro”. Un día se aparece Santiago a la muchacha y la unge con una cruz; Satán, al percatarse, se introduce en su cuerpo proclamando que no la puede dejar ir: será suya para siempre porque la ha criado durante dieciséis años. (Lógica padrera). La joven peregrina a Oviedo tras enterarse de que solo podrá librarse del huésped en la catedral de esta ciudad o en Compostela. El arcediano tortura a la bestia mediante la imposición de objetos sacros. El Diablo chilla, se retuerce, insiste en que ese cuerpo le pertenece por haberlo criado, suplica que le permitan habitar dentro de la chica, confiesa que la ama y se ofrece a desvelar trapos sucios de todas las capas de la sociedad. Uno de estos días de forcejeo aparecerán como de la nada unos niños y piden a coro que el demonio salga. (No olvidemos que la chica tiene diecisiete años, etapa de curiosidad sexual. La futura prole comienza a llamarla…).

Camino de Santiago

Teodosio de Goñi, en pleno arrebato edípico.

El demónico padrastro termina liberándola después de que la chica muerda la Cruz de los Ángeles, que en un primer contacto le hizo hincharse y cerrar los ojos y la boca (¿el orgasmo?). 

Las tierras del Camino ofrecen otras leyendas que se prestan a lecturas “freudianas”, como aquella donde un caballero, Teodosio de Goñi, mata a su padre y a su madre mientras duermen, creyendo que son su esposa y el amante. Final dramático el de este Edipo navarro, que se sale del mundo imaginal del Camino, donde es más frecuente el apaciguamiento, la doma, el cese del deseo, la castración simbolizada mediante el amansamiento de la bestia salvaje, ya sea animal o la referida Reina Lupa (‘loba’), la guardiana de Galicia, el Cerbero o Cebreiro que todo peregrino ha de conquistar en su camino hacia la Costa de la Muerte.

Por supuesto, en estas historias de purificación siempre hay una coda, un desliz o tropezón final: después de que los nobles discípulos de Santiago conviertan a Lupa, ese Cerbero del Finis Terrae, intentará apresarlos un rey tiránico conocido como Philetus o quizá Phalletus… 

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