¿Qué es el Ser, qué es el Ser, qué es el Ser?, se preguntaba una y otra vez Chicho Sánchez Ferlosio. No es el único músico del siglo XX que se lo ha planteado, aunque fuera el más irónico, porque el estrellato suele conllevar dilemas morales, filosóficos y harto metafísicos. De ahí que numerosas luminarias de la música popular se hayan sentido en algún momento de sus excesivas carreras atraídas por las respuestas, enrevesadas o facilonas, de aquello que dan en llamar lo Oculto.
Las conocidas excentricidades de Matt Bellamy de Muse son solo las últimas de una larga lista. Jimmy Page, John Lennon, Madonna… Fueron muchos los que juguetearon en su momento con respuestas que en su día fueron susurros. Fueron muchos los que creyeron que el vacío del estrellato podía ser rellenado con el horror vacui de los grimorios.
Aunque también hay quienes bailaron esta danza macabra desde el principio y estos, como los monjes ordenados a una tierna edad, son los más meritorios. Comenzaremos por uno de ellos.
JACULA
Jacula es uno de los grupos más excéntricos de los inicios del progresivo italiano, si es que se le puede clasificar de este modo. Lo fundaron Antonio Bartoccetti y “Llama de los Espíritus” (Doris Norton). Su música se compone principalmente de voz y órgano (supuestamente robado de una iglesia) sobre letras de alto contenido mistérico. Sus dos discos, el primero grabado en un castillo inglés, no superaron las quinientas copias: fueron enviados principalmente a sectas y clanes satánicos.
Destaca la presencia en sus filas de un médium (Franz Parthenzy), que cuando caía en trance “recibía” melodías posteriormente utilizadas por el resto, y de un organista, Charles Tiring, descrito como un “anciano demente” con una esposa de dieciocho a la que se había unido mediante un pacto con el Diablo.
Depués del segundo disco de Jacula, probablemente el mejor, hubo una pausa tras la que Antonio continuaría su estela en Antonius Rex (Neque Semper Arcum Tendit Rex, 1974) y Doris se consagraría a una bizarra electrónica ocultista (Parapsycho, 1981).
https://www.youtube.com/watch?v=EOXAyGHXYnU
IGOR WAKHÉVITCH
Igor Wakhévitch es una oscura figura de la vanguardia musical francesa, que colaboró en su día con Salvador Dalí y con el Groupe de Recherches Musicales de Pierre Schaeffer. En sus ratos libres, componía atmosféricos “rituales sonoros” en los que, poniendo en práctica todo su buen hacer como explorador de la electrónica, mezclaba la magia del sintetizador con la magia de verdad.
Hathor, subtitulado Le temple de la Sainte Kabbale (1973) se inspiraba en motivos egipcios, bíblicos y cabalísticos y tenía por objetivo declarado acompañar una liturgia “para la resurrección de los muertos”.
ZIOR
Se supone que, en el mundo del hard rock ocultista, Zior eran los Black Sabbath practicantes, aunque en lo que se refiere a componer es opinión extendida que Sabbath practicó más. Su cantante, Keith Bonsor, era el principal esoterista de esta rara banda, asociada con el bombástico Monument. Se rumorea que fue asesinado en una misa negra, razón por la cual no se le volvió a ver.
Lo cierto es que ha concedido entrevistas a la vuelta del siglo.
KEITH JARRETT
El reputado pianista de jazz es menos conocido como seguidor del místico armenio G. I. Gurdjieff.
Gurdjieff defendía que el arte de las eras anteriores encerraba, mediante calculadas desviaciones de un patrón formal previamente acordado, mensajes descifrables únicamente por los Iniciados en una antigua tradición esotérica, de la que él se decía depositario. Declaraba ser capaz de “leer” pirámides, dólmenes o pinturas rupestres, y gracias a ello realizó asombrosos descubrimientos arqueológicos. Es conocida una discusión que entabló en las cuevas de Lascaux, en la que el armenio afirmaba que las pinturas tenían sólo 7.000 años, que pertenecían a una Hermandad generada tras el hundimiento de un gran continente y que uno de los animales de caza era una esfinge egipcia.
Los inexplicables estados de ánimo activados por la música se deben también a esta oculta aritmética de variaciones. Para demostrarlo, Gurdjieff facturó varias piezas junto al compositor ruso Thomas de Hartmann, que Jarrett adaptaría en G.I. Gurdjieff: Sacred Hymns (1980). La que seleccionamos pretende ser un reflejo musical de las tres leyes transversales a todos los fenómenos cósmicos: Santa Afirmación, Santa Negación y Santa Reconciliación.
Otros grandes músicos influenciados por Gurdjieff son Franco Battiato, Kate Bush y Robert Fripp.
DAVID BOWIE
El músico británico vivió el ecuador de los años setenta en un estado de paranoia y pánico crónico. Obsesionado con los ovnis, el cine mudo y Adolf Hitler, con una confesada dieta de leche, pimientos chili y cocaína, que lo llevó a pesar cerca de 30 kilogramos, el Delgado Duque Blanco, como se hacía llamar en referencia a su infausto hábito, parecía en ese momento la víctima perfecta para un delirio esotérico.
Y lo fue: adepto a la güija y las bolas de adivinación, construyó un altar en el salón de su casa de Los Ángeles, pintó las paredes de símbolos mágicos e hizo exorcizar repetidas veces su piscina. En una entrevista, afirmó haber visto un cuerpo caer del cielo por la ventana. Dice la leyenda que, obsesionado con una conspiración en su contra (por parte de Jimmy Page, entre otros), guardaba su orina, sus uñas y su pelo en el frigorífico, no fueran a hacerle vudú sus enemigos, y escuchaba hasta el hastío cada nueva canción de los Rolling Stones escrutando mensajes ocultos dirigidos hacia él.
Esta etapa de desequilibrio quedó plasmada en su álbum Station to Station (1976) y en la canción del mismo nombre, con referencias a la gnosis y la Cábala y basada en las estaciones de Cristo (el propio Bowie, una suerte de Superhombre ario), siendo el “retorno del Delgado Duque Blanco” una alusión a su Segunda Venida.
ROBERT JOHNSON
Según la leyenda, el músico errante Robert Johnson, el rey del blues del Delta, vendió su alma en un cruce de caminos del Mississippi rural. Algo le indicó que fuera al encuentro de un gran hombre negro que lo aguardaba en la noche cerrada. Éste afinó su guitarra, la tocó un rato y se la dio, concediendo de súbito a Johnson la pericia en el blues que le hizo inmortal. Algunos ven en este diablo de la leyenda a Papa Legba, divinidad vudú que frecuenta los cruces de caminos.
Robert Johnson falleció en 1938, a la edad de 27 años. Se desconoce la causa; de hecho, ni siquiera se descubrió un certificado de su defunción hasta treinta años después. Unos dicen que fue una sífilis congénita, otros que un envenenamiento. En cualquier caso, nuestro bluesman fue la primera leyenda de la música popular en morir en misteriosas circunstancias a los 27 años. Si tal fue la edad máxima que el Maligno le permitió sobrevivir, ¿hemos de sospechar otros tenebrosos pactos detrás los miembros del célebre “club de los 27” (Brian Jones, Janis Joplin, Jim Morrison, Kurt Cobain, Amy Winehouse…)?
Aunque, a diferencia de sus compañeros de club, Johnson no disfrutó de gran fama en su corta carrera, sí que parece haber homenajeado a su mentor espiritual en algunos de sus temas (origen quizá de la leyenda), como “Crossroad Blues”, “Hellhound on my Trail” o el que hoy seleccionamos.
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