A pesar de nuestros mejores deseos y propósitos para cada año nuevo que empieza, el índice de fracasos alcanza un altísimo porcentaje, si no en la primera semana, en los siguientes días.
Yo también he sido de buenos propósitos para el año nuevo. He esperado atiborrándome de comida en las distintas mesas de Navidad para plantearme adelgazar a partir del 1 o del 7 de enero. También quise dejar de fumar, ponerme en forma o tener mejores relaciones, ser más amable y simpático, y ¿cómo no?, una enorme lista de otros objetivos, “buenismos absolutos”, que se movían desde el todo a la nada sin encontrar término medio en ninguno de los ellos.
Lo revelador de todo esto es que es verdad, que no sólo me pasa a mí. La buena voluntad de los humanos es increíble y queremos, de verdad, conseguir metas saludables, sinceras y que nos ayuden a estar orgullosos de nosotros. Así es que los gimnasios, piscinas y centros de yoga saben que enero es un buen mes para hacer nuevas inscripciones, pero también saben que febrero y marzo son meses de bajas silenciosas constantes. Los supermercados, después de vender los mejores manjares hasta el día de Reyes, se encuentran vendiendo legumbres y ensaladas los siguientes días de las fiestas por citar algunos ejemplos de consecuencias de objetivos personales.
No me planteo objetivos para el nuevo año, porque el resultado siempre ha sido nefasto. Lo peor no es el fracaso que se consigue en la consecución de un buen objetivo, atractivo, agradable de tener o bueno de lograr, sino el castigo al que nos sometemos a nosotros mismos cuando no se ha logrado, que en mi caso ha sido en la totalidad de los casos.
Ahora he descubierto la constancia en las acciones. No basta una brillante idea o un gran deseo para que se haga realidad, sino una acción constante y por un tiempo determinado para que nuestro cerebro entienda que es un cambio que se va a instalar en nuestra vida y lo tome como parte de nuestro comportamiento normal. Empezamos bien, motivados y con ganas, pero ante cualquier contratiempo, obstáculo o propuesta abandonamos nuestro camino.
Otra cosa que he descubierto, después de tanto fracaso, es que el mejor momento para comenzar cualquier cambio en mi vida es ahora, el momento actual. Esperar a encontrar el mejor momento, aquel en el que se juntan los planetas en una forma geométrica determinada, es no empezar nunca.
En cambio, determinar lo que necesito y empezar el camino, aun a sabiendas de que encontraré dificultades, cuestas, bajadas y largos llanos bajo el sol, me ofrece alguna oportunidad de éxito. Así pues, os deseo que el 2016 sea vuestro mejor año y que cuando miréis atrás os emocionéis de todo lo que habéis vivido y disfrutado.
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