El imperio, la última película de Bruno Dumont, galardonada con el Oso de Plata en el pasado Festival de Berlín, llega a las salas, tras su paso por el Festival de Cine de Gijón, el D’A Film Festival, el BAFICI, el IndieLisboa y la Viennale. El imperio es una de las obras más ambiciosas y singulares de su carrera.
Protagonizada por Anamaria Vartolomei, Lyna Khoudri, Camille Cottin, Fabrice Luchini, Bernard Pruvost, Philippe Jore y el debutante Brandon Vlieghe, El imperio marca una insólita incursión del autor en el terreno de la ciencia ficción, concebida como una sátira cósmica sobre el bien y el mal, ambientada en un pequeño pueblo costero del norte de Francia donde fuerzas celestiales y demoníacas libran una batalla por el alma humana.
En palabras del propio Dumont, El imperio “fusiona dos universos cinematográficos opuestos: los superhéroes de las odiseas espaciales hollywoodienses y los antihéroes naturalistas del cine de autor europeo”. La película transforma esa dualidad en un relato tragicómico sobre la condición humana, donde la lucha entre ideales e instintos se presenta como un combate perpetuo e inútil.

El film contrapone así dos filosofías estéticas: la de lo sagrado y lo ideal frente a la de lo común y lo terrenal, en un juego de contrastes que recuerda la distancia entre la pintura italiana y la flamenca en la Edad Media. Mientras una busca la Verdad —el Bien, el Mal, lo Justo y lo Injusto—, la otra la disuelve en la infinita complejidad del mundo. De esta tensión nace una película que oscila entre la grandilocuencia simbólica y la ironía cotidiana, entre el mito y la sátira.
Las localizaciones
El rodaje tuvo lugar en Audresselles, un pequeño pueblo pesquero de Pas-de-Calais ya familiar en la filmografía de Dumont, escenario de El pequeño Quinquin y Coincoin y los extrahumanos. En esta ocasión, el director combina la crudeza del paisaje local —sus bosques, sus ruinas militares, sus caballos— con iconos de la arquitectura europea, como la Sainte-Chapelle, transformada en cabina de mando de una nave espacial, o el Palacio de Caserta, réplica italiana de Versalles, reconvertido en fortaleza galáctica. Una estética que une lo sublime y lo vulgar, lo cósmico y lo provinciano.

Con El imperio, Bruno Dumont continúa su exploración de los límites entre lo espiritual y lo grotesco, la fe y el absurdo, el heroísmo y la torpeza humana. Desde La vida de Jesús (1997) hasta France (2021), pasando por La humanidad, Flandres, Camille Claudel, 1915 o su particular díptico sobre Juana de Arco, Dumont ha construido una de las obras más coherentes y provocadoras del cine contemporáneo europeo. En esta nueva parábola cósmica, el director vuelve a enfrentarse al misterio de lo humano desde su territorio más propio: la frontera entre lo divino y lo cotidiano.







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