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El jeto de Bobby sí nos representa

En Música miércoles, 31 de octubre de 2018

Carlos Pérez de Ziriza

Carlos Pérez de Ziriza

PERFIL

El incómodo momento ha sido más que comentado en las redes sociales en los últimos días: el 18 de octubre, Bobby Gillespie, líder de la banda escocesa Primal Scream, fue uno de los invitados al programa semanal This Week, en la BBC. Un late night show presentado por el veterano periodista Andrew Neill, en el que se debaten (entre otras cosas) temas de actualidad política.

Allí compartió mesa con el (también veterano) político conservador Michael Portillo y la diputada laborista Caroline Flint. Al final del programa, y mientras los créditos empiezan a aparecer sobreimpresos en pantalla, tanto el presentador como los dos políticos se ponen en pie y deciden imitar un estúpido baile: el Skibidi Dance Challenge. Otra idiotez (como lo fueron el Gangnam Style, el Harlem Shake, el Pen Pinapple Pen y tantos otros), que cualquiera pensaría ideada para entontecer al personal en unos tiempos en los que conviene (les conviene a los de arriba, claro) que la gente no piense. O que piense lo menos posible.

El momento recuerda mucho a los grotescos espasmos de Theresa May en el último congreso tory o a los paquidérmicos saltos que emprendía Rita Barberá en el balcón del consistorio valenciano. Hay cosas que es mejor no probar si no se tiene un mínimo sentido del ritmo, aunque solo sea por elegancia. Si no somos capaces de cuidar la ética, al menos mantengamos a salvo la estética. 

Bobby Gillespie, por el contrario, permanece sentado. El rockero más incombustible de la escena británica, salsa de todos los guisos, alma de todas las fiestas, se queda impertérrito, con cara de pocos amigos. El contraste es brutal. No le hace ni puñetera gracia. Entre otras cosas, porque él no ha venido a eso. Ha venido para hablar (algo) de política y de paso promocionar (algo menos) su “nuevo” álbum, The Original Memphis Sessions.

La estampa de estos tres señores, agitando divertidos sus brazos y contoneándose como si fueran chimpancés en un zoológico, no puede ser más parecida a esos momentos de insultante obscenidad en que nuestros políticos se ríen a mandíbula batiente, encantados de haberse conocido, en cualquier acto público a mayor gloria de las siglas que representan o (peor aún) mientras malvierten su tiempo en el Congreso de los Diputados o en cualquier parlamento autonómico.

No sé si a ustedes les ha asaltado la misma pregunta, pero quien esto firma se ha preguntado en más de una ocasión: ¿De qué puñetas se ríen? ¿Es realmente tan divertido lidiar con cotas de paro y desigualdad galopantes, con un estado flagrantemente fallido y con una corrupción que carcome hasta el mismo tuétano a sus propios partidos e instituciones? Quizá simplemente se estén riendo de todos nosotros. ¿Por qué bailan Neill, Portillo y Flint como si se hubieran tomado una pastilla? ¿Están el Reino Unido y su televisión pública para monerías gratuitas? ¿Apuesta también la BBC porque la información y el entretenimiento de encefalograma plano vayan tan cogidos de la mano que apenas se distingan?

Durante la conversación con Andrew Neill, el frontman de Primal Scream defiende la tesis de que tanto el Reino Unido como Europa están retrocediendo a los años treinta del siglo pasado. La idea de que el manido progreso tiene una contrapartida siniestra: no hay más que testar el auge de los partidos de extrema derecha en todo el continente, el enroque en planteamientos insolidarios y profundamente xenófobos o la bochornosa deriva generalizada de nuestras instituciones ante el drama de la inmigración.

Pero tanto al presentador del programa como a sus dos habituales contertulios ya les va bien. Que si quieres arroz, Catalina. Ellos, a lo suyo. Hay hasta cierta condescendencia hacia el músico. La superioridad moral que se arroga el taimado político ante quien deben considerar un pintoresco miembro de la farándula. Un rarito a quien, simplemente, no le apetece participar de un baile estúpido, y menos en un momento especialmente delicado para su país.

El jeto impávido de Bobby Gillespie aquella noche encarna la cordura de un Reino Unido post Brexit ciertamente desnortado. Un país rehén de un legado imperial amortajado en naftalina, que sigue debatiéndose entre pasado y presente, al que en estos tiempos de hiperconexión ni siquiera le queda ya (en términos culturales, sobre todo musicales) aquella secuencia de acción-reacción con los EEUU para alentar nuevas rivalidades con las que estimular el orgullo patrio.

Somos muchos, desde luego, los que nos vemos representados por la cara de póker de Bobby Gillespie (todo un síntoma) aquella noche del 18 de octubre.

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