Dwight vive en su destartalado Pontiac azul. Sobrevive recogiendo botellas en la playa hasta que su rutina se trastorna al enterarse de una terrible noticia.
Parafraseando al proustiano Marcel de En busca del tiempo perdido (À la recherche du temps perdu, 1908-1922), Noodles resumía sus últimos treinta años de vida al comienzo de Érase una vez en América (Once Upon a Time in America, 1984) respondiendo que se había estado acostando temprano a la pregunta del encargado del antiguo local en el que su banda se reunía («¿Qué has estado haciendo todos estos años?»). El personaje interpretado por Robert de Niro era un fantasma que reaparecía tras treinta años de ausencia y confrontaba el inexorable paso del tiempo al contemplar su avejentado reflejo en un espejo mientras sonaban los compases de Yesterday.
El protagonista de Blue Ruin es igualmente poseedor de esa esencia fantasmal inherente a quien se halla lacerado por una herida no cicatrizada del pasado. El sonambulismo que rige la interpretación de Macon Blair aporta al personaje el dejo espectral propio del alma en pena condenada a errar sin descanso hasta consumir su yerma venganza. Aún sabremos menos respecto a las actividades de Dwight durante los años que pasa esperando la puesta en libertad del supuesto asesino de sus padres que de las tres décadas que Noodles se distanció de su Brooklyn natal, a excepción de unos breves planos al comienzo del metraje que lo muestran viviendo en la indigencia. Es éste uno de los principales atributos de la película que nos ocupa: la sorprendente capacidad que el director y guionista Jeremy Saulnier demuestra poseer para despojar a la narración de todo elemento accesorio con tal de reducirla a su esencia; no en vano, el tempo dramático del segundo largometraje de Saulnier se juega en los pequeños detalles del relato.
Blue Ruin se balancea con acierto e inteligencia entre la verosimilitud (las torpezas del protagonista, dignas de figurar en un guión de los Coen) y la estilización, erigiéndose en singular epítome de la depuración formal y narrativa mediante la que opera el thriller posmoderno. Parca en diálogos, pero profusa en la creación de atmósferas opresivas y una tensión sostenida a lo largo de todo el metraje, esta tragedia contemporánea transita a través del reverso lóbrego del american way of life, por espacios sombríos en los que la pobreza se expande invisibilizada por cegadores espejismos del capitalismo (Dwight buscando restos de comida en la basura de las colindancias de una feria) y el amor y la violencia devienen consustanciales.
La grandeza de Blue Ruin se revela en los momentos en que se adentra en los excelsos senderos del estilo trascendental que Schrader reconociese en la obra de cineastas como Robert Bresson.
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