Bill Murray no es un actor, ni un cómico, ni un gran jugador de golf, ni músico, ni apasionado de la poesía, ni entusiasta del béisbol, Bill Murray es una experiencia que ha marcado su propio camino y el de los que se cruzan en él. La personalidad arrebatadora, a veces en sentido literal, cimentada durante décadas, ha transformado de tal modo su vida personal y profesional en una amalgama de happenings, performances y sorpresas, que podemos hablar de un fenómeno de la leyenda urbana cósmica, made in USA. Una experiencia que incluso tiene su día oficial desde que el Festival de cine de Toronto instituyó el 5 de septiembre como el Día de Bill Murray
Con tal bagaje, leer una biografía de Bill Murray como la del periodista Gavin Edwards (The New York Times, Wired) es un placer comparable al de asimilar un tao de la vida recitado en off por Jerry Lewis, guionizado por Jacques Tati, protagonizado por los hermanos Marx y filmado por Jim Jarmusch, tras una noche de juerga con Blake Edwards. Nada es lo suficientemente absurdo, sorprendente o transgresor para el protagonista de Cazafantasmas (Paul Feig, 1984). Las reglas son que no hay reglas, los límites son una fantasía de quien los establece y la vida es una pura improvisación, ni siquiera un ensayo para una función que jamás se estrenará.
Nadie te va a creer es el mantra de quien aparece por encima de tu hombro y te roba patatas de la bolsa que sostienes confiadamente mientras esperas a que el semáforo cambie a verde, porque Murray es una presencia, un ser y un estar tan mágico, deseable e inverosímil como la propia imaginación, capaz de desaparecer en el éter como Santa Claus, tras subirse a un andamio de repente y ponerse a recitar poesía a los atónitos obreros de la construcción.
Así y todo, Edwards se arriesga a establecer un decálogo, un manual del correcto Bill Murray extraído de ciertas pautas ineludibles en su conducta habitual. De hecho, ese es el título original de la biografía, The Tao of Bill Murray. Entre sus principios (y si no les gusta tengo otros): La sorpresa es oro, Invítate tú a la fiesta o Conoce tus placeres y sus parámetros…
El famoso actor, cuya lanzadera fue Saturday Night Live, donde formó equipo con Harold Ramis, Dan Aykroyd o Gilda Radner ha seguido a su instinto, impulso o cómo le queramos llamar, para viajar por el mundo, elegir trabajos, sumergirse en estudios y aprendizajes que le han convertido en quien es. Uno de los epítetos que le atribuye Edwards es el de dios burlón, el bufón todopoderoso que la sociedad necesita para que encarne este espíritu de anarquía típicamente americana, dispuesto a repartir bromas y jugarretas, a diestro y siniestro. Si Bill Murray es nuestro filósofo-payaso, podemos imaginarle transcribiendo su tao en un estado de iluminación, tras recibir el impacto de una pelota de golf en su occipital, mientras está suplantando al vendedor de hot dogs en una fiesta infantil. Es perfectamente posible, pero si lo presencias y lo cuentas, nadie te creería.
El común denominador de la experiencia Murray es el poder de sugestión, cuando él interviene todo es posible y la gente es capaz de ver cualquier cosa, como afirma David W. Smith, quien le dirigió en un corto promocional para la Trident Academy, un centro para niños con dificultades de aprendizaje. Llegó tarde al rodaje, fomentó con su displicente comportamiento la mala fama de actor conflictivo, para finalmente grabarle recorriendo un pasillo en cámara lenta en lo que parecía una escena descartada de una película de Wes Anderson. Ese vídeo de un minuto tuvo dos millones de visitas de golpe… al año siguiente.
Bill Murray reconoce que Harold Ramis hizo que su carrera fuera completamente distinta, se conocieron en 1969, compartieron escenarios con la compañía de comedia del Second City en Chicago, formaron parte del equipo de SNL y coronaron su colaboración en el cine con Atrapado en el tiempo (1993), que Ramis escribió y dirigió, y que también arruinó su relación. Según Ramis, el actor es todos los hermanos Marx en una sola persona y solo tiene dos estados: el sueño y la sobreexcitación. A ver quién maneja eso.
Cómo ser Bill Murray no solo desgrana el tao y refiere un alud de anécdotas enhebradas con cada una de las reglas de oro, también ofrece una filmografía brevemente comentada en la que no duda en señalar los fiascos y elecciones guiadas por un impulso o un factor extracinematográfico, así como las pequeñas joyas más desapercibidas como El hombre que no sabía nada (1997) Esta sátira, dirigida por Jon Amiel, podría ser, en palabras de Gavin Edwards una continuación del disparatado thriller cómico Charada (Stanley Donen, 1963) y Bill Murray, el actor actual que más se parece a Cary Grant (sic).
https://www.youtube.com/watch?v=izpyHkl-EjE
A dos años de cumplir el medio siglo, el imprevisible Murray abre un nuevo ciclo en su carrera, al iniciar una segunda etapa de redescubrimiento, desde su colaboración con Wes Anderson en Academia Rushmore (1998), con quien solo no aparece en su primer film, porque aún no se conocían, y con Jim Jarmush (Flores rotas y el cameo realcomolavidamisma en Coffee and Cigarettes). La diversión, la nostalgia, la excentricidad, la peculiar dignidad en la adversidad, parecen haber sido creadas a medida del actor, cuya participación en el segundo largometraje de Sofia Coppola, Lost in Translation (2003) supuso la coronación como it man, la fusión definitiva de persona y personaje que todos desearíamos encontrar en el ascensor y que nos raptara en un carrito de golf, camino de una 24 hour party que marcara el resto de nuestra vida… aunque nadie nos creyera.
Cómo ser Bill Murray
Autor Gavin Edwards
Traducción de Ismael Attrache
Ilustrado por Jonathan Millán
320 páginas
Editado por Blackie Books
Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!