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Berlinale 2015: viajes de sueño para dramas de vértigo

En Cine y Series viernes, 13 de febrero de 2015

Emilio Doménech

Emilio Doménech

PERFIL

Hedi Schneider is Stuck y The Summer of Sangailè combaten las depresiones de sus protagonistas con magia y sensibilidad.

Tirado en la calle. Sexta jornada de Berlinale y la nula sincronización con mis compañeros (y algo de mala suerte) me deja, a eso de la 1 de la madrugada, apoyado, a la intemperie, en la puerta acristalada del edificio de apartamentos en el que resido, alquilado vía Airbnb, desde que llegué a este Festival de Berlín 2015.

La acumulación de historias, los litros de café del Starbucks, el mal comer y las pocas horas de sueño hacen mella. Es dejar levitar la mirada por el cemento amarillento que me enfrenta y realidad y ficción pasan a fundirse con el entorno. Es como los déjà vu. La mente juega contigo, pierdes la noción del tiempo -e incluso del espacio- y cuando tu cuerpo recupera la compostura necesitas unos segundos para colocar las cartas verdaderas a la derecha y las (nocivas y) mentirosas a la izquierda, en la baraja de descarte.

Muy de vez en cuando, los naipes abandonan su raciocinio numérico y se convierten en soldados con bastos y espadas. O peor aún, en cartones de Tarot que divagan entre los sueños y las pesadillas. Hay parte de nuestro suelo, del palpable, pero también de ese imaginario estrellado al que sólo nosotros mismos sabemos atribuirle sentido cuando estamos cuerdos ¿lo estamos alguna vez?

Varias de las películas de esta Berlinale han jugado a eso, al ¿te echo las cartas?, responder tú que  y ver después cómo los figurines te estampan en el rostro. Y qué gozada cuando, lejos del ordenamiento de baraja sobre la mesa o del significado de ese, por ejemplo, hombre colgado que lidera el dibujo de una de las cartulinas, lo que cuenta definitivamente, y para regocijo de la aventura o del romance propio de cada uno, es el viaje. Sí, el viaje.

En Hedi Schneider is Stuck, sobre una mujer casada (Laura Tonke, soberbia) de vida complaciente, banda sonora alegre y trato desenfadado, el mundo de la protagonista se empieza a tambalear cuando unos ataques de vértigo le impiden descifrar su felicidad. Porque la depresión que le acosa, para la que responde con ingesta de pastillas o acurrucándose a lo feto sobre el colchón, difiere bastante de la exposición que Hedi hace de sus sentimientos. Esto viene de algo bastante sencillo en la superficie, pero complejo en la aplicación: Hedi Schneider is Stuck es tan entrañable y aguda en su comicidad, pero tan crítica y opresiva en el drama, que es una constante para el que observa ver la carta del sol, la luz, al final de un manojo cuyo trono vigilan naipes oscuros.

El camino hasta allí, acompañado por los conflictos que desencadena algo tan misterioso y punzante como es la inevitable melancolía de Hedi, parte y acaba con la coherencia y sensibilidad que se espera de la película. Desde la deriva extra-matrimonial del marido, tan bien evidenciada por sus efímeros descansos en el balcón; hasta la soledad del primogénito mientras aspira juguetes entre bambalinas, pasando por la atmósfera casi de cuento que imprime la directora Sonja Heiss a la reclusión voluntaria a la que se presta Hedi para aspirar a robar esa última carta.

The summer of Sangaile

The summer of Sangaile

Sangailè (Julija Steponaityte), del filme de The Summer of Sangailè, es una chica de 17 años también absorbida por las limitaciones del vértigo. En este caso, su drama deambula entre el coming-of-age onírico, tan presente en las experiencias sexuales de la protagonista, y el empuje redentor que finalmente le ayude a tomar vuelo.

Alanté Kavaïté, directora, ambienta la aventura romántica de Sangailè en la Lituania rural de lagos, verde campestre, ferias de aviación y retiros industriales en forma de plantas eléctricas con encanto. El resto del entorno está decorado por el amorío estival de Sangailè, la encantadora y comprensiva Auste (Aiste Dirziute), que da vida, primero, a los colores del vestuario con su estilo fifties, y segundo, al verano lituano con su incandescente sonrisa.

La aproximación que Kavaïté hace al coming-of-age, engalanado por esa estética mágica y un estilo visual acogedor perfectamente marcado, estalla cuando la historia de Sangailè cumple los tiempos de su empresa. Hay pasión y ternura -aunque también un justificado desencanto- en el retrato carnal y sin duda hay miedo, emoción y finiquito climático convincente en el drama de precipicios y alturas mareantes de Sangailè.

Su historia es más un castillo de naipes que necesita de buena base para frenar los tembleques, pero el trabajo es el mismo: descartar las figuras débiles para que las sinceras alcancen la cima y la chica pueda echarse a volar. Porque aunque la fortaleza caiga unas cuantas veces más, para la próxima ya sabrá por dónde empezar.

Y yo también. Primero elijo echarme a dormir y luego ya veremos de qué nueva historia toca disfrutar.

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