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Berlín y el eterno amigo americano

En Música miércoles, 6 de marzo de 2019

Carlos Pérez de Ziriza

Carlos Pérez de Ziriza

PERFIL

No llevamos ni tres meses completos del 2019 y ya hay al menos tres discos importantes facturados por músicos norteamericanos que han hallado en Berlín una irreemplazable fuente de inspiración. Pasan los años, pasan también las décadas, y la capital alemana sigue siendo un foco de atracción para músicos y artistas en general, venidos de todo el mundo.

Poco importa que ya no sea aquella urbe que simbolizaba el fin de una era, a finales de los ochenta. O que tampoco su condición de meca de la música electrónica luzca como algo precisamente nuevo, dado que los noventa quedaron ya lejos. Algo debe tener para que muchas de sus propiedades se mantengan intactas en el tiempo, y aún resulten estimulantes para músicos que necesitan nuevos estímulos. Los más notorios suelen llegar del otro lado del charco.

David Bowie, Iggy Pop, Nick Cave, U2, Depeche Mode o hasta R.E.M. encontraron en la ciudad, tanto en la época del muro como en la posterior a su caída, una forma de renovar sus discursos sin por ello alienar a sus seguidores de largo recorrido. Se dieron un baño de modernidad sin ahuyentar a sus fans fatales.

Esa vieja historia de seducción entre la vieja ciudad fénix y su fiel amigo americano –parafraseando el título de la película que dirigió Wim Wenders en 1977– tiene tres jubilosos nuevos episodios. Todos muy recientes. El primero lo ha protagonizado Zach Condon, alma mater de Beirut, de quien no teníamos noticias desde hace cuatro años.

Harto de la tóxica atmósfera política de la era Trump, se fue hasta Berlín, se reencontró con su amigo Jan St. Werner (de Mouse on Mars, referentes indiscutibles del pop electrónico de lo que llevamos de siglo) y aprovechó algunas de las colaboraciones que han trabado hasta ahora para darle a su tradicional sonido fronterizo un aliento ligeramente electrónico, que en ningún momento ahoga la frescura de un disco grabado también en Apulia, al sur de Italia.

El trombón y la trompeta de sus fieles Ben Lanz y Kyle Reznick siguen ahí. También esa forma de modular músicas del mundo –sin etiquetas– que tanto distingue a Condon, aunque esta vez sin aroma balcánico. Pero Gallipoli (4AD/Popstock!), lo nuevo de Beirut, suena inequívocamente a nueva etapa.

Haciendo que todo cambie para que, en esencia, todo siga igual (esa máxima lampedusiana), nos topamos con otro ilustre vecino de Berlín que decidió dejar atrás Norteamérica para emprender una nueva vida: Bob Mould. En su caso (y es paradójico, porque él sí mostró hace años un interés por la electrónica europea en su propia obra, y se ha ganado también los cuartos pinchando esa clase de música durante años) no hay beats, ni programaciones ni teclados sintéticos que salpiquen sus nuevas canciones.

Todo en Sunshine Rock (Merge/Popstock!) es instantáneamente reconocible: la garra, el frenesí en las guitarras eléctricas, los estribillos fulminantes, el impenitente ritmo que marcan sus canciones cuando suenan enlazadas y apenas dejan respiro… pero todo suena –y no solo por algunos bonitos arreglos de cuerda– como si el ex de Hüsker Dü y Sugar, tras perder consecutivamente a su madre y a su padre, hubiera (en cierto modo) emergido con ánimo rejuvenecido.

Hay una sensación casi inasible de revitalización, de nuevo impulso, que va más allá de la adscripción a cualquier estilo, o de si uno entiende o no entiende sus letras a la primera: se transmite en todo el disco, y cobra una emotividad especial en canciones como “The Final Years”. Berlín tiene gran parte de culpa.

El último músico yanqui en sumarse a la operación renove en clave berlinesa ha sido Stephen Malkmus, quien fuera líder de Pavement, una de las bandas clave del rock alternativo de los noventa. Pasó casi tres años, desde 2011 a 2014, viviendo con su mujer y sus dos hijos en la ciudad alemana. Cuando volvió a su país, empezó a dar forma a un anhelo que venía de lejos: un álbum de música electrónica. Un capricho que podría sonar a desbarre. 

Malkmus se había empapado allí de una escena nocturna de clubes de la que tanto él como Bob Mould hablan maravillas. Quien esto firma ha tenido ocasión de entrevistar a ambos hace unos días, y puede dar fe.

Y aunque Groove Denied (Domino/Music As Usual, 2019), que es como se llama su nuevo álbum –en la calle en una semana– ni es un disco enteramente electrónico (el jefe de su sello americano, Matador, se tiraba de los pelos escuchando su primera hornada de temas), ni es lo más brillante que ha despachado en su vida, ni tampoco (desde luego) se le augura continuidad –porque Malkmus está de nuevo viviendo en su casa de Portland–, sí supone una saludable bocanada de aire fresco en la carrera de un músico fiable pero poco dado a las aventuras.

Foto cabecera ©Olga Baczynska.

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