Casi todos damos por sentado que el cine es el resultado del esfuerzo colectivo de muchas personas, pero también tendemos a minimizar el rol de casi todas ellas en favor de las caras más conocidas. Y es precisamente cuando un guionista eclipsa con su estilo al mismo director o a sus estrellas que nos percatamos de que también en Hollywood existen las anomalías.
Y no es que pretenda reivindicar a estas alturas la figura del guionista, el verdadero responsable del relato, esos a quienes en España hacemos entrar por la puerta de atrás de los Goya o directamente ni invitamos a pesar de que su película esté nominada y haya sido la más taquillera del año. Solo quiero dejar claro que nos encontramos ante un autor, Charlie Kaufman, cuya personalidad rebasa los limites estructurales del oficio, y como en sus películas, nos hace cuestionar todo aquello que dábamos por sentado.
Son muchas las cintas en las que a pesar de haber trabajado con realizadores imprescindibles como Spike Jonze (Cómo ser John Malkovich, 1999) o Michel Gondry (¡Olvídate de mí!, 2004); o incluso con estrellas que deciden probar de vez en cuando la dirección como George Clooney (Confesiones de una mente peligrosa, 2002), la figura de Kaufman marca una impronta por encima del resto. Su cine es heterogéneo, ecléctico e irreal. Transgrede las estructuras narrativas tradicionales y experimenta con la posibilidad de hacernos formar parte del relato y mutar con él. No sé si rompe la cuarta pared, pero nos deja mirar por el espejo como ningún otro.
La última película escrita y dirigida por Kaufman y codirigida por Duke Johnson, autor de las cintas Mary Shelly´s Frankenhole (2010) y Before Orel (2012), marca otro punto de inflexión en su carrera: por primera vez se adentra en el terreno de la animación. No es un proyecto original. Anomalisa antes de ser película fue una obra de teatro homónima escrita por el mismo Kaufman bajo su pseudónimoFrancis Fregoli para la Theater of the New Ear, una pieza experimental donde la narrativa de los sonidos compuestos por Carter Burwell y la percepción del público eran claves para la transmisión del mensaje. Por eso el escritor neoyorquino se vio reacio en un principio ante la idea de exportar las tablas al celuloide. Aun así el proyecto tomó forma de corto y fue financiado por Kickstartercon tal repercusión que la recaudación final permitió no solo la realización de un cortometraje, sino un largo de 80 minutos. Con el mismo equipo de la obra original a bordo y la experiencia de Johnson a la dirección del stop-motion el resultado es una de las joyas cinematográficas del año.
Anomalisa no es una película de animación al uso. Es una excepción en la industria. No solo consta de producción independiente y se aleja de cualquier referente dentro de su campo, sino que a diferencia de otras, la técnica empleada es realmente medio y no género. Kaufman teje una historia tan madura y adulta como cabría esperar, y se sirve de los recursos propios del medio de la animación para llevarla más allá. Nos habla de la mecanización de la cotidianidad, de la depresión de la mediana edad y del automatismo en el que puede llegar a convertirse nuestra vida. De la desazón de la rutina y del canibalismo emocional. Nos mete en su cerebro y se mete en el nuestro, y logra que conectemos con la que seguramente sea la más humana de sus historias siendo al mismo tiempo la más convencional.
El empleo de la música, de los sonidos, y sobre todo de las voces, son clave para transmitir una serie de sensaciones que hubieran sido imposibles de cualquier otra forma, como también lo es el uso del stop-motion, que hace tangibles unos personajes que, a pesar de verse artificiales y demostrarte en ocasiones que lo son, transmiten una cercanía y veracidad pocas veces vista (mención especial a una de las mejores y más realistas escenas de sexo filmadas en los últimos años).
Soy de los que defienden que el cine de animación no debería separarse del resto a la hora de establecer categorías, especialmente a la hora de premiarlas. Que exista en los premios Oscar, por ejemplo, una categoría a la mejor película de animación plagada casi siempre de cintas dirigidas al público infantil o en mayor medida a todos los públicos, no hace sino marginar más el espectro social al que el espectador medio tiende a pensar que van dirigidas, mermando así su repercusion (animación=cine para niños). Y obliga a que cintas como Anomalisa, que podría perfectamente competir por un galardón a la mejor película del año independientemente de su técnica, se vea sepultada y olvidada por la maquinaria publicitaria de Pixar, Disney, Sony… Como si no lo tuviese ya suficientemente difícil por tratarse de una película pequeña e independiente.
Por suerte autores como Kaufman, que reivindican el valor de su profesión con cada linea que escriben, no dejan de intentar cambiar las reglas de la industria, y quién sabe, puede que gracias a ellos algún día todo esto se considere normal y las anomalías sean precisamente otras.
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