Hay tres fenómenos que no paran de crecer a escala planetaria: la violencia bélica y narcocriminal, la edad que alcanzan los seres humanos y las migraciones de personas por causas no deseadas. Sobre esos tres ejes—y algunos más—, la película del cineasta Morad Mostafa, Aisha Can’t Fly Away, construye su ficción y la de Aisha. Esta cuidadora sudanesa de veintiséis años vive en un piso regentado por un gánster en el corazón de El Cairo (Ain-shams), tiene una relación ambigua e inentendible con un cocinero, trabaja cuidando adultos mayores en condiciones de extrema precariedad y, de tanto en tanto, oficia de enfermera y vacuna a un niño discapacitado y enfermo.
Aisha Can’t Fly Away, película ganadora del premio Palmera de Oro en la Mostra de Valencia —que puede llegar a distribuirse en España gracias a este galardón— es una película oscura, compleja y fielmente narrada. El film, de una duración de poco más de dos horas, propone una lectura equidistante del capitalismo actual. Esto se transmite mediante las formas narrativas que toman sensibilidad dentro de la pieza. Según la filósofa mexicana Sayak Valencia, el capitalismo gore se da en contextos de mercado laboral desregulado, desterritorialización y descodificación de flujos financieros, es este estadío actual del capital el que permite también ese tipo de cine con recreación de escenas sangrientas y caníbales, que tienen como efecto una especie de golpe real sobre la realidad, una incomodidad tan sórdida que se transforma en un trauma visual para los espectadores.

Aisha Can’t Fly Away es lo que pasa cuando un cineasta se involucra e intenta contar y sublimar, de algún modo, la realidad más compleja del mundo actual. En Sudán, al día de hoy, hay miles de desplazados y muertos, denuncias de la Naciones Unidas no atendidas, un genocidio disfrazado de supuesta guerra civil que ya lleva más de tres años, miles y miles de personas que huyen de su país de origen, una realidad que los medios de comunicación no cuentan, donde hay más de quinientas mil personas desplazadas en lo que va del 2025. El film producido por Sawsan Yusuf denuncia que escapar de una guerra es un estado mental, es estar atrapado en no poder volver, en extrañar a los que quedaron allá, en pensar todos los días en el peor escenario posible.
La película, rodada en Egipto, demuestra los matices de la otredad, y a los occidentales judeocristianos que África no es un país sino un continente donde no hay pacificación cercana, donde hay países sometidos a genocidios peores que los del siglo XX, como el que sucede en Sudán. Este desemboca de una crisis que viene desde 1989 y que tiene como saldo más de catorce millones de personas que han huido de sus hogares. Muestra que, dentro de los tres niveles (internacional, regional y doméstico), Sudán es el tercer productor de oro de África y tiene al 92% de su población bajo la línea de pobreza.
Sin embargo, a pesar de ser catalogada por ciertos críticos españoles como pornografía traumática o de la miseria, Aisha Can’t Fly Away no es una película fetichista, tal vez, porque lo que entra en juego ahí es la mirada de quien la juzga y cataloga y no tanto los procedimientos formales de filmación y puesta en escena. Durante toda la película, ni la narrativa, ni su tratamiento quedan anclados en el estadío emocional de las escenas impactantes, sino que profundiza en otros abordajes y permite mediante la mezcla vertiginosa de paisaje y acción, ver cómo el sistema toma como rehenes a las víctimas y los victimarios, poniéndolos a todos en una situación de continua sospecha paranoica en la cual hay una suspensión moral de lo que se entiende como vida.

Aisha, la personaje principal, cae bajo redes explotación tan complejas que ella misma termina formando parte de esa misma maquinaria, sobre todo, de una maquinaria de opresión machista, no por la condición genital sino por la forma en la que esa opresión es ejercida, donde quien muestra un pequeño signo de debilidad será la próxima carne de cañón del sistema que arrasa. Esa debilidad puede ser representada por una mujer migrante, un hombre entrado en edad o un integrante de un grupo narcocriminal. Todos son victimarios y a la vez no, esa es la eterna contradicción africana porque si naciste en un país como Sudán estás condenado a ser extranjero en todas partes, hasta en el mismo lugar donde naciste.
Aisha Can’t Fly Away, que brilló en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes también se pregunta por la economía del cuidado, esa donde se paga mal y se trabaja peor, red de contención que si no existiera el mundo se vendría abajo de forma definitiva, dimensión ética que no se puede decir sino que se hace y que cultiva el bien en las sombras. Porque en los únicos momentos donde la protagonista recupera su dignidad, su lugar en el mundo, su sentido humanitario, es cuando cuida a otros y también cuando es cuidada por los otros, sin un fin más que el cuidado en sí, en su relación tan compleja con un grupo de mujeres que vive en una especie de ghetto; y también cuando el propio gánster la pasea en motocicleta por la ciudad en búsqueda de un hombre que la ha abandonado. Tal vez, el recorrido de Aisha permita, como dice el ensayo Filosofía del cuidado del filósofo Boris Groys (Caja Negra, 2022), buscar las pistas de los protagonistas del cuidado en un mundo donde los estados abandonan y el mercado desprotege.

Hay una metáfora que se sostiene a lo largo de Aisha Can’t Fly Away, que transforma a Aisha en un avestruz y ese avestruz toma la forma de arquetipo, por eso las preguntas finales cuando llegan los créditos de la película son: ¿qué es un avestruz?, ¿un ave que no puede volar?, ¿un animal que a la vista parece inofensivo pero que es altamente peligroso?, ¿la velocidad de estos tiempos?, ¿la diosa Maat, la verdad, la justicia, la armonía, el orden?, ¿la pluma del corazón de Osiris?, ¿el animal real del antiguo Egipto?, ¿la riqueza, los huevos, África?, ¿la representación de una mujer que quiere ser otra cosa pero no puede?, ¿alguien que quiere volar pero que está condenado a correr?, ¿la ontología del cuerpo de los sujetos que cuidan a los sujetos de cuidados de estos tiempos?, ¿la cara de lo injusto en el siglo XXI?






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