En la historia del teatro moderno, pocos nombres resuenan con tanta fuerza como el de Sarah Bernhardt. Considerada la primera gran estrella internacional de la escena, la actriz francesa no solo definió un estilo interpretativo inconfundible, sino que encarnó también una manera de vivir el arte con intensidad absoluta. La nueva película de Guillaume Nicloux, protagonizada por Sandrine Kiberlain y Laurent Lafitte, se adentra en los últimos años de esta figura mítica, mostrando su lucha por mantenerse en el escenario pese a la adversidad y su empeño por dejar una huella imborrable en el imaginario cultural.
La cinta, nominada a dos Premios César —Mejor Diseño de Producción y Mejor Diseño de Vestuario—, ofrece una ambientación de época minuciosa que sitúa al espectador en la transición de finales del siglo XIX a principios del XX, un período marcado por profundos cambios sociales y artísticos. Lejos de ser un biopic convencional, la película propone una mirada íntima y emocional, donde lo personal y lo artístico se entrelazan con la misma intensidad que en la vida real de Bernhardt.
Un retrato de excesos y contradicciones
“Sarah Bernhardt es una de esas personas vampíricas, capaces de absorberte con su presencia, con sus exigencias y contradicciones, con su generosidad y su exceso. Es una mujer excesiva: demasiado amorosa, demasiado violenta, demasiado injusta, demasiado enamorada de la justicia, demasiado rebelde. Todas esas facetas se complementan y se alimentan mutuamente.” Así describe el propio Guillaume Nicloux a la protagonista de su película. Para el cineasta, acercarse a Bernhardt era enfrentarse a un personaje que desborda cualquier molde: artista inagotable, amante turbulenta, militante adelantada a su tiempo.
Este enfoque define el tono del filme, que se presenta como una obra abiertamente romántica, en el sentido más amplio del término: una historia de amor y pasión donde el deseo de una mujer por afirmar su lugar en el mundo artístico prevalece sobre la razón y la moralidad. Nicloux convierte la vida de Bernhardt en un viaje único, guiado por la imaginación y la constante superación de sí misma.
Sandrine Kiberlain, el alma del proyecto
Al frente del reparto se encuentra Sandrine Kiberlain, reconocida por títulos como Crónica de un amor efímero. La actriz logra un equilibrio complejo: por un lado, reproduce la majestad y el magnetismo de Bernhardt; por otro, revela su vulnerabilidad en la madurez, cuando la enfermedad y las limitaciones físicas amenazaban con apartarla del escenario. Kiberlain encarna a una mujer que, aún enfrentándose al declive físico, mantiene intacto el fuego interior de la creación artística.
A su lado, Laurent Lafitte (Elle, El conde de Montecristo) aporta una interpretación sólida que subraya la dimensión coral de la historia, recordándonos que el mito de Bernhardt se construyó también en diálogo con los hombres y mujeres que la rodearon. Sin embargo, es indudable que la película pertenece a Kiberlain, cuya presencia domina cada plano.
La Divina Sarah Bernhardt se articula en torno a la idea de que la actriz vivió múltiples vidas en una sola. Para ella, el teatro y el amor constituían los pilares de la existencia, dos pasiones que se entrelazaban en un constante vaivén de intensidad. Sus interpretaciones, descritas como inmensamente trágicas y magnéticas, eran reflejo de un espíritu que no conocía medias tintas.
Más allá de su genio sobre las tablas, Bernhardt se destacó como una mujer adelantada a su tiempo. No temió expresar opiniones políticas y feministas en una época en la que hacerlo resultaba incómodo, cuando no escandaloso. Su independencia y franqueza la convirtieron en una figura polémica, pero también en un referente para generaciones posteriores de artistas y mujeres que buscaban romper con las convenciones establecidas.
La estética de una época
Uno de los grandes aciertos del filme radica en su cuidado diseño de producción y vestuario, reconocidos con sendas nominaciones en los César. La reconstrucción del París de fin de siglo no se limita a la recreación histórica, sino que transmite la atmósfera de un tiempo en el que el teatro era el gran espectáculo de masas y los artistas eran venerados como ídolos. Los trajes, escenarios y decorados contribuyen a sumergir al espectador en ese universo, al tiempo que subrayan la teatralidad inherente a la propia vida de Bernhardt.
Sarah Bernhardt: Entre el mito y la mujer
Lo que distingue a la película de Nicloux es su capacidad para equilibrar la dimensión mítica de Sarah Bernhardt con la humanidad de la mujer real. No se trata solo de la “Divina Sarah”, encumbrada por la crítica y el público, sino de una persona que enfrentó fragilidades, dolores y contradicciones. La obra consigue mostrar que la grandeza de Bernhardt no residía únicamente en su talento, sino en la forma en que supo convertir su existencia en un acto de creación constante.
El resultado es un retrato íntimo, apasionado y profundamente humano, que invita a redescubrir a una figura cuya influencia sigue viva más de un siglo después. Al salir de la sala, el espectador no solo recuerda a la actriz que revolucionó el teatro, sino también a la mujer que, contra todo pronóstico, se mantuvo fiel a sí misma hasta el final.








Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!