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Todas las películas de Van Damme son malas

En Cine y Series lunes, 14 de abril de 2025

Javi Cózar

Javi Cózar

PERFIL

“Los músculos de Bélgica”, le solían llamar en sus días de gloria. Jean-Claude Van Damme (nacido Jean-Claude Camille François Van Varenberg) acumula a estas alturas cuatro décadas protagonizando películas (más de 80, según su ficha en IMDb) con un único denominador común: en ellas saca a pasear sus músculos para repartir hostias a los malos.

Los títulos de las películas en las que se ha involucrado no dejan mucho espacio para las dudas: Mátalos a todos (2017), Justa venganza (2004), Contacto sangriento (1988), Retroceder nunca, rendirse jamás (1985), Libertad para morir (1990), 6 balas (2012) o Desafío a la muerte (2007), por citar algunos. La testosterona sudando ya en cada letra de esos títulos. El Madelman, el Geyperman hiper fibrado, un armario de músculos cuyo único cometido es salvar a los buenos y matar a los malos.

Van Damme

El esquema se repite invariablemente y, hasta cierto punto, sorprende la capacidad de repetición demostrada por el belga en estos 40 años. Esos son muchos años para hacer siempre lo mismo. En su descarga no sería justo omitir algunos, pequeños, puntuales destellos de algo cercano a la calidad cinematográfica que es posible, sí, encontrar en su filmografía. Ahí están, por ejemplo, Soldado universal, que dirigió Roland Emmerich en 1992 y a la que no se le puede negar una factura más o menos responsable. También fue dirigido por dos directores digamos que importantes, en oposición a los pobres desgraciados que le dirigieron en la mayor parte de sus películas. John Woo en Blanco humano (1993), y el imprescindible Peter Hyams (¿para cuándo un reconocimiento público a este maestro?) en tres ocasiones: Timecop: Policía en el tiempo (1994), Sudden Death (Muerte súbita) (1995) y Cerco al enemigo (2013).

Pero la verdad, la cruda verdad, es que una vez a Hollywood se le pasó el enamoramiento que tuvo con Van Damme entre finales de los 80 y mediados de los 90, los estudios dejaron de verle como un valor comercial seguro y su carrera lleva ya más de dos décadas transitando por las ciénagas de la serie Z de acción. Ya nadie recuerda cuál fue la última película de Van Damme que tuvo un estreno normalizado en salas de cine en España, y me refiero como protagonista absoluto, por lo tanto descartando esas fiestas de amigos orquestadas por Sylvester Stallone en la saga de los mercenarios. Hace tanto tiempo, es la verdad, que cuesta creer que Van Damme estuviera un día dentro del circuito de grandes estudios y que en su catálogo haya películas producidas o distribuidas por Twentieth Century Fox, Metro-Goldwyn-Mayer, Columbia Pictures, o Universal Pictures.

Van Damme

Fue justo en mitad de este periodo de decadencia, en el año 2008, cuando Jean-Claude Van Damme, de repente y sin que nadie lo viera venir, se embarca en una de las películas más marcianas, peculiares, y a la postre originales que se han rodado en lo que llevamos de siglo. JCVD era su título, y no costaba mucho adivinar a quién hacía referencia.

La película comienza con el belga ejecutando una de sus típicas secuencias de acción, rodada en plano secuencia, en la que, como siempre, salva a la chica y deja un reguero de cadáveres a sus espaldas. Sin embargo, pronto descubrimos que no estamos ante una ficción, sino ante el rodaje de una ficción: el director grita “corten” y Van Damme, que se interpreta a sí mismo (primera sorpresa), se queja de que está demasiado mayor para rodar la secuencia en un único y continuo plano. El director ni siquiera habla inglés, y se mofa de sus días de gloria con John Woo en el primero —pero no último— de los divertidísimos chistes meta que encontraremos a lo largo del metraje. Estos chistes, que pueden parecer easter eggs para los fans, son cualquier cosa menos banales: en todos ellos subyace una burla hacia la carrera de Van Damme, una reflexión crítica que ciertamente es el corazón mismo de esta película.

Lo siguiente que vemos es a Van Damme luchando, pero no con sus puños, sino por la custodia de su hija en un juicio. El abogado de la madre, como parte de su estrategia procesal, esgrime ante el juez un buen puñado de películas de Van Damme para argumentar que un tío que protagoniza esa clase de películas no es apto para educar a su hija. Ojo a este momento porque, no lo olvidemos, estamos en el año 2008, y por eso mismo su importancia es superlativa: estableciendo esa confusión entre ficción y realidad, intentando que la primera se infiltre en la segunda, JCVD se avanzaba más de una década a esta terrible situación que vivimos hoy día en la que, sobre todo desde redes sociales, se judicializa el contenido ético o moral de las películas, específicamente de las que fueron pensadas/rodadas en tiempos pretéritos socialmente muy distintos al actual. Todo para apoyar/difundir una determinada agenda política y social que, por muy bien intencionada que sea, no debería poner en tela de juicio lo que es una ficción heredera, como todas, de un determinado momento social e histórico.

JCVD

Volvemos a JCVD. Como necesita dinero de manera urgente para pagar a su abogado, Van Damme va a una oficina postal a recoger un giro. En el camino salen a su encuentro dos fans que le piden hacerse una foto con él, a lo que accede de buen grado. Pero en la oficina las cosas se tuercen porque, sin saberlo, el actor se ha entrometido en un asalto que están llevando a cabo tres delincuentes de poca monta.

Y aquí es donde empieza otra película (segunda sorpresa), la del atraco, que en cierta manera es doble: por un lado está el atraco de la ficción, y por otro lado está el atraco al propio espectador, que poco podía esperarse ese giro vistos los primeros 20 minutos de película.

Aquí es donde Mabrouk El Mechri, el director de JCVD, lo da todo con la propuesta. Y es que la puesta en escena de todo lo que acontece en el interior de la oficina postal está cuidada al milímetro. La cámara traspasa los decorados, se mueve entre ellos y los personajes en una danza de una belleza estética pasmosa. La luz es escasa, se proyecta de manera focalizada sobre espacios y personajes, dejando amplias partes del plano en penumbra o directamente a oscuras. Una metáfora de la propia carrera de Van Damme, marcada por los claros (su historia de superación personal, su lucha exitosa contra las drogas) y los oscuros (esa filmografía plagada de subproductos a la que antes hacía referencia).

El Mechri controla los tempos y la tensión de manera admirable, construyendo una heist movie ejemplar que se admira sin vergüenza alguna en esa obra maestra que es Tarde de perros (1975), en la que se inspira de manera evidente para explicar el atraco, las relaciones entre los atracadores y los rehenes y también entre los propios atracadores. Es tan importante la referencia que incluso el look de uno de los atracadores, el que interpreta de manera extraordinaria Zinedine Soualem, es un calco (peinado, color de la ropa) del de John Cazale, uno de los compinches de Al Pacino en la inolvidable película dirigida por Sidney Lumet.

La habilidad narrativa de El Mechri es exquisita, hasta el punto de que resulta incomprensible que este señor no haya seguido dirigiendo grandes proyectos para los que aquí demuestra estar sobradamente capacitado. Mientras avanza su heist movie, la otra película, la meta, sigue también su curso. Una película meta que muestra un Van Damme alejado de sus personajes heroicos capaces de resolver este tipo de situaciones con un par de buenas hostias y una ametralladora. De hecho, a Van Damme le atizan, le empujan, le gritan: por mucho menos, en sus películas levantaba la pierna y reventaba cabezas, en cambio aquí el ídolo se convierte en un ser humano, la humillación y la vulnerabilidad lo envuelven casi de manera constante.

Esa vulnerabilidad alcanza su epítome en una escena estremecedora, un plano sostenido de cinco minutos de duración en el que Van Damme rompe la cuarta pared y libera toda la tensión acumulada hasta entonces. Y ocurre algo mágico: Van Damme, persona y personaje, se funden en uno. El belga utiliza la ficción de la película (su precariedad económica, el juicio de su hija, el atraco, todo es mentira y forma parte de la ficción) para desgranar un monólogo en el que se sincera con el espectador acerca de su filmografía, de sus películas, y hasta entra en problemas de índole personal como su adicción a las drogas.

JCVD

Es un momento desgarrador que le deja a uno patidifuso (tercera y más grande de las sorpresas). La ficción se detiene y ahí tienes a Van Damme, llorando por no haber sabido aspirar a películas de mayor calidad. No menciona ninguna en concreto, no cita a ningún director, pero no hace falta: queda claro que el curso de su carrera no ha sido el que tenía planeado cuando llegó a Hollywood con una mano delante y otra detrás dispuesto a convertirse en una estrella.

Es el momento que define toda la película y que, creo, define al propio Jean-Claude Van Damme, porque deja entrever que el belga ha sido toda su vida un juguete a merced de los productores que, una y otra vez, le han encasillado en el mismo tipo de papeles. Es una reflexión autocrítica por no haber sabido encauzar mejor su carrera, por no haber podido aspirar a entrar en la liga de sus admirados Arnold Schwarzenegger y Sylvester Stallone.

¿Todas las películas de Van Damme son malas? Probablemente, salvo contadas excepciones, sí. El propio Van Damme renuncia a rebatir esta afirmación en este monólogo. Lo cual resulta trágico y triste al mismo tiempo, porque en estos cinco minutos, también en el resto de la película pero sobre todo en estos cinco minutos, es fácil entrever que ahí dentro, tras los músculos y los puñetazos y los disparos, había un actor.

Y creo que nos hemos perdido a un buen actor.

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