Yo capitán, que se estrena en las salas españolas el 3 de enero, nos cuenta la odisea migratoria de dos adolescentes senegaleses que emprenden un viaje suicida hacia su soñada Europa, la que conocen por las redes sociales. Un coming of age a lo bestia que bien podría tratarse de uno de los escenarios distópicos que tanto nos fascinan. Pero sin necesidad de viajar a ningún futuro probable. En los últimos años se ha producido una proliferación de las historias distópicas que invitan a situarnos en paisajes postapocalípticos. Nos gusta jugar a imaginarnos como sociedad y como individuos en un panorama desprovisto de estado, sin estructuras gubernamentales, sin leyes, salvo la del más fuerte. Una interrupción de las garantías fundamentales donde la lectura que se suele hacer es que quienes tienen la posición y los medios se aprovechan impunemente de quienes no tienen esa suerte. Son supuestos en los que la empatía y la solidaridad son debilidades que entorpecen el instinto de supervivencia individual.
Estrenada en el Festival de Venecia, donde se llevó el León de Plata a la mejor dirección y el premio Marcello Mastroianni, dedicado a jóvenes actores emergentes, para Seydou Sarr, fue presentada en la sección Perlak del Festival de San Sebastián, donde se alzó con el Premio del Público. Además, Yo capitán representará a Italia en los Oscar de 2024.
Matteo Garrone, experto en versatilidad, ha demostrado destreza en el thriller criminal: El taxidermista, Gomorra, Dogman; en el realismo social: Terra di mezzo, Ospiti; en la fantasía: El cuento de los cuentos, Pinocchio; y hasta en la comedia con ciertos tintes fellinianos: Reality. En Yo capitán abraza la crudeza con la que aborda el drama social, el juego de luces y sombras con el que interpreta la fantasía y, por su supuesto, su interés por el mundo de la juventud.
Al igual que Pinocho desobedeció a su padre y desoyó las advertencias del grillo parlante, en Yo capitán, Seydou y su primo Moussa deciden emprender esa peligrosa aventura ocultándoselo a sus madres, a pesar de saber que están totalmente en contra. Viven en Dakar y no están en una situación desesperada, pero se dejan fascinar por la quimera de vivir en el reino del éxito asegurado. Y, sin embargo, lo que les espera son mafias de trata de personas y policías corruptos sin el más mínimo escrúpulo. La progresiva dureza de las situaciones por las que van pasando los protagonistas con su cándida ignorancia hace que los minutos de metraje vayan apretando cada vez más el nudo que ello provoca en las tripas. Es una fábula desgarradora que deja respirar gracias a los despuntes de fantasía onírica y a la invencible esperanza de Seydou. Y, como ocurre en el cuento del niño de madera, del mismo modo que se encuentran con temibles malhechores, también aparecen benefactores en el camino.
Yo capitán es una trepidante película social en clave de aventuras que maneja la tensión y el desarrollo de personaje con admirable maestría. Pero además sirve como recordatorio de lo que muchas personas tienen que vivir para llegar a Europa. Eso para quienes la vemos desde aquí. Me pregunto por el efecto que causará en la juventud africana.
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