Ulrich Siedl desvela los secretos escondidos en los subterráneos de la clase media austríaca, literalmente. El director de Import-Export y la trilogía Paraíso nos permite la entrada en los sótanos más inquietantes, fascinantes e inimaginables, transformados en escondites, patios de juegos o guardianes de secretos, por sus propietarios no menos perturbadores. El documental de Ulrich Seidl nos lleva a recorrer un catálogo de espacios liberados de la convencionalidad de las cuatro habitaciones, baños y cocina, donde la creatividad de la clase media prescinde de los límites que marcan las leyes sociales o políticas para poder ser ella misma. El espectador que valora la filmografía del director austríaco no saldrá defraudado de esta especie de misa negra, escáner o diván de psicoanalista, donde sus planos secuencia sin diálogos, casi fotos fijas que hablan por sí solas, poco difieren en elocuencia de sus obras de ficción.
Será en los momentos en que los protagonistas se dirigen a la cámara, explicando su especial relación con la parte más oculta de la casa, guarida, trastero, bar privado, cámara del tesoro, cuarto de lavar, salón de tiro o mazmorra de dominatrix, cuando la imagen transcienda lo que podría ser ficción. Entonces, llega nuestro asombro, horror, vergüenza ajena, carcajada… ante sus testimonios que, con cándida y valiente sinceridad, defienden la naturaleza de sus actos, inconscientes de la percepción tan diferente que tendrá el espectador. Ahí está su magia, en hacernos creer que no puede dejar de ser ficción una realidad tan sórdida, para abofetearnos a continuación con la verdad de la confesión.
Sin abandonar por un solo momento su personal estilo en el planteamiento y desarrollo de un tema, En el sótano confía el noventa por cien del resultado a la pura imagen, que retrata una sociedad de dos caras, que diferencia lo público y lo privado, convirtiendo esto último en lo oculto, en la parte oscura y secreta de la personalidad. Seidl explora las alcantarillas de una sociedad insana, que solo al mostrar sus vísceras se define a sí misma.
Los rubicundos obesos en sus guaridas, rodeados de un universo kitsch con trofeos de safari, instrumentos de tortura, mausoleos de culto nazi o paraísos de Diógenes, son una elocuente estampa de la degradación, ensimismamiento y esclerosis del intelecto y de las emociones, un atlas viviente que ilustra una cara de la sociedad solo visible públicamente en su punta de iceberg.
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