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Cultura

Hermosa y terrible incertidumbre: “Hubo un jardín” de Valeria Correa Fiz

En Hermosos y malditas, Cultura martes, 31 de enero de 2023

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

Fue en su Introducción a la literatura fantástica donde el filósofo y crítico literario búlgaro-francés Tzvetan Todorov situó nuestro género preferido en el terreno de la incertidumbre. Se trataba de una incertidumbre hermenéutica particularmente referida a la posibilidad de una doble interpretación de lo sucedido (de lo relatado): o bien se trata de una ilusión de los sentidos –de un proyecto de la imaginación– y las leyes del mundo siguen siendo las que son, o bien el acontecimiento se produjo realmente, es parte integrante de la realidad, y entonces esta realidad está regida por leyes que desconocemos. Y yo creo que los relatos de Valeria Correa Fiz contenidos en Hubo un jardín (Páginas de espuma, 2022) tanto si entran todos bajo el amplio rótulo de los fantástico como si lo hacen –y quizás tangencialmente– solo algunos de ellos, presentan como primer rasgo el hecho de ocupar el tiempo y el fructífero terreno de esa incertidumbre.

Comenzando por el tiempo y en relación con la morfología de lo verde, inciden en esa sugestiva fluctuación determinadas palabras como plantas ruderales empeñadas en crecer allá donde nadie daba nada por ellas: frutos envenenados, floras oscuras que preludian desenlaces ambiguos entre lo fatal y lo salvífico, el ritual, la vida interior de la figura solitaria, la fuerza oscura, la perfecta unión (un estilema caro a Valeria Correa) entre lo extremadamente bello y la crueldad extrema, el deseo, el enigma y la violencia entre otras figuras axiales de lo fantástico (la amplia idea del monstruo y del fantasma o de la nostalgia, si fuera posible, de lo ignoto) cuya resonancia en cada uno de los siete relatos de ese jardín del pasado avoca al lector a un frágil y peligroso pacto con lo real.

Valeria Correa Fiz provee a estos relatos de un perfecto equilibrio entre el paraíso y el infierno, entre la crónica de sucesos y la utopía, entre lo que fue (lo que hubo) y lo que solo ella imaginó.

Siguiendo con la forma del jardín, sostienen mi interpretación de que el último libro de la autora de La condición animal se retuerce con sugerente ambigüedad literaria en un terreno de incertidumbre o de penumbra el recurso al pretérito imperfecto, cierta naturaleza oral (los relatos de Valeria Correa Fiz podrían ser leídos en voz alta, escuchados en un húmedo penthouse bajo el goteo rítmico del aguacero), el cuidadísimo ritmo (de raigambre poética) con que la escritora cuida cada frase, cada párrafo, así como una suave modulación consistente en la aparición, como matas de gramáticas misteriosas, de ciertas locuciones introductorias que, sin cambiar el sentido de la frase, modifican, como observó Todorov, la relación entre el sujeto de la enunciación y el enunciado: No se suponía que yo ni nadie anduviera después de la medianoche en el invernadero.

Valeria Correa Fiz

Valeria Correa Fiz

En cuanto a los frutos crecidos en la matriz de las historias, de forma paralela a la Lluvia sombría de interpretaciones (creo que la imagen es de Susan Sontag), los relatos de Hubo un jardín, parecen transcurrir en algunos días nublados del siglo XX, quizás allá cuando Mark Fisher, Simon Reynolds o Grafton Tanner todavía no podrían ubicar el inicio de la nostalgia, y parecen desencadenar en el lector no solo extraños juegos de asociaciones entre lo humano y lo animal sino un deseo ontológico de trascender la culpa (enseguida habrá que decir algo del «pecado original» en ese edén del mítico pasado).

Suele ocurrir, así, en el segundo tercio de los relatos que algo cede, como cuando se quiebra completamente un cuerpo torturado, y la explicación imposible del fantástico (la incertidumbre con la que nos atrevimos a comenzar) asoma sus ojos claros. Entonces, la natural cadencia que nos ha ido acompañando se desvanece y, de pronto, el lirismo, como ocurría con los perfectos contrastes de Leonora Carrington o David Lynch, nos enseña su otra cara, su cara fundida sobre la hermosura: el horror más puro. El estilo de Valeria Correa Fiz adquiere en ese instante la rara cualidad que tiene la música para transformar los lugares al dejar caer sobre ellos y levantar de forma inesperada con los hilos invisibles de la literatura, el toldo de una rara atmósfera. Corresponderá ahí al lector completar el espacio de lo no contado.

Y en cuanto al terreno al otro lado de esa elipsis (el terreno de la incertidumbre con la que comenzamos atrás) ahora que suena «Everything like it used to be» de Muzz (aunque quizás debería hacerlo la música del Epic Garden, el disco de debut sobre jardines de mi banda postpunk preferida: Sad Lovers and Giants) , reparo en que el jardín es también, como la propia hermenéutica del fantástico, un espacio intersticial, un lugar siempre a medio camino, un distrito indefinido, ni grisáceamente urbano ni estrictamente natural (o botánico). ¿No escribió Walter Benjamin del más enigmático de los paseantes de la nueva ciudad –el flâneur– que este botanizaba el asfalto?

Valeria Correa Fiz

Si el jardín es un espacio cercado donde la naturaleza ha sido domeñada en formas de racionalizada vegetal es posible que el lector sea conducido entonces por senderos aparentemente confiables para ser asomado luego a esos vertiginosos confines que exploró modélicamente –es cierto que de todo eso hace ya mucho tiempo– William Hope Hodgson. Descubrirá que la oración iba dirigida a un dios malvado «Así en tu cuerpo como en el mío», corroborará que los recuerdos se revuelven feroces «como un animal hermoso». Y algo semejante debe ocurrir con el slaughterhouse donde nos recibe «La Celestial», ese inquietante degolladero bajo la lluvia en el que un sinuoso rio rojo nos salpica precisamente cuando tratamos de eludir los charcos, o con el invernadero, con las horas de equinoccio del Parque del Retiro, con el hotel frecuentado por nazis aparentemente retirados o con la casa, con ecos de Lucio Fulci, pegada a un cementerio, con el barranco de crisis existencial allá «Donde mueren las perras».

Relatos como reyertas con el sentido, presagios, terrain vague, ecos de la Otra vuelta de tuerca de Henry James, reivindicación de la maltratada (por el mito bíblico o por Hesíodo) curiosidad femenina, cadencia, euritmia, erotismo y sonoridad. Si el «hubo» de nuestro título en su formato impersonal indica existencia, la desconcertante personalidad de Valeria Correa Fiz provee a estos relatos de un perfecto equilibrio entre el paraíso y el infierno, entre la crónica de sucesos y la utopía, entre lo que fue (lo que hubo) y lo que solo ella imaginó.

El jardín también podrá entenderse finalmente, señalamos la obviedad atrás, como edén, una evocación poco fiable sobre una presunta pérdida de beatitud. Sin embargo, justo cuando parezca que alguna protagonista señale con el índice un estado nostálgico de perfección, Valeria Correa Fiz perfilará –por momentos, con una inquietante penetración– entre oraciones como meritorios aforismos, y palabras como trinos muy sonoros, la posibilidad de otro jardín allá justamente donde el charlatán se atreve a decir que dios nos expulsó. Ese otro jardín permanece casi siempre a oscuras inmune al fútil impulso dilucidador, ajeno a lo no esencialmente literario y quien lo visite intuirá el peligro que anida en su lirismo extremo. Y al revés.

Convendría, pues, al lector que se atreva a pasear en ese otro vergel, no acercar el órgano de ningún sentido a la flor abierta con forma de campana, no alimentar a ningún animalito que se acerque con su ojos kawaii. Esta escritora de talento, capaz de unir lo brutal y lo bello, ya le ha invitado a sospechar del vientre oscuro de los pájaros, a preguntarse qué es eso angelical y demoniaco, elevado y oscuro perfectamente unido a él.

Hermosas: flores del mal.

Malditos: gases de efecto invernadero.

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