El género “cine dentro de cine” se ha caracterizado, en numerosas ocasiones, por retratar las miserias del séptimo arte, adentrándose de manera despiadada en su interior, para poner al descubierto sus errores y contradicciones. Tales son los casos de François Truffaut en La noche americana plasmando los problemas que surgen durante una producción, Sunset Boulevard o Cantando bajo la lluvia, relatando la decadencia del cine mudo en tonos muy diferentes, o Cazador blanco, corazón negro, donde Clint Eastwood se metía en la piel de John Huston para narrar sus vivencias durante la preproducción de La reina de África. A estos films clásicos podemos añadir, recientemente, Hitchcock, obra que muestra las trabas a las que tuvo que enfrentarse el director durante el rodaje de Psicosis, o The Disaster Artist, crónica del rodaje de la mejor peor película de la historia. La recientemente estrenada Competencia oficial no se queda atrás en mostrar a los espectadores el rostro más oscuro del cine, en esta ocasión, desde el prisma de la sátira.
El dúo responsable de esta cinta, de coproducción hispano-argentina, está compuesto por los directores Gastón Duprat y Mariano Cohn, quienes ya han mostrado su destreza a la hora de elaborar sofisticadas sátiras de marcado carácter crítico. Tanto su obra El hombre de al lado como El ciudadano ilustre, se presentaron como mordaces y agresivos ensayos sobre la naturaleza humana, más concretamente acerca del ego de sus protagonistas.
En Competencia oficial no se desmarcan ni de la temática, ni del estilo narrativo de sus trabajos previos, poniendo, en esta ocasión, al mundo del cine ante el incontestable espejo de la autocrítica. Su trío protagonista está compuesto por Lola Cuevas (Penélope Cruz) una directora de cine de personalidad marcadamente histriónica y amante de lo extravagante, y dos actores de renombre (Félix Rivero e Iván Torres) encarnados respectivamente por Óscar Martínez y Antonio Banderas. Todos ellos se ven inmersos en la aventura de la preproducción de una película, producida por un magnate farmacéutico, que busca de esta manera dejar su impronta en la historia, y que se verá marcada por la lucha de egos entre ambos intérpretes y los métodos heterodoxos de la cineasta.
Las alusiones presentadas en el film en tono satírico son tan acertadas como hilarantes. El personaje de Penélope Cruz constituye una evidente parodia de Pedro Almodóvar, tanto en su personalidad estrafalaria, como en su estilo alternativo o su intensidad creativa. Sin embargo, no solo la figura de su protagonista exhibe claramente una caricatura del director manchego, su excelente ambientación y cuidada fotografía suponen además un claro homenaje a sus películas, con sus planos con punto de fuga, su gusto por los espacios vacíos, los colores intensos y su composición abstracta.
Por otro lado, Óscar Martínez y Antonio Banderas representan a las dos caras del mundo de la interpretación, en un sano ejercicio de autoparodia. El malagueño interpreta a un personaje casi reflejo de su propia figura, un actor mediocre de éxito internacional. Martínez, por su parte, representa a un actor completamente opuesto al encarnado por el personaje de Banderas, un profesional de método, formado en el mundo del teatro, de impronta mundial más discreta, enemigo de los premios cinematográficos y maestro de futuras estrellas. Sus personalidades antagónicas supondrán el incio de una relación de competitividad entre ambos, basada en el pretexto de su perspectiva sobre el oficio de actor, pero marcada definitivamente por su ego y su presunción.
La trama discurre en una combinación de performance y comedia de enredos, aderezada por una puesta en escena exquisita. Se sustenta, además, en el brillante trabajo de su trío protagonista, cargado de química, que logra transmitir al público las sensaciones vividas en pantalla.
No obstante, Competencia oficial no se reduce únicamente a retratar un duelo entre dos divos y su ego, un elemento tan arraigado en el mundo de las artes, puesto que, al igual que en otras cintas de sus directores, busca mostrar las cloacas del universo del cine a través de la ironía. La cinta pretende criticar varios aspectos de la cultura, la mercantilización del arte, el snobismo cultural, la arrogancia creativa, la incuestionable decadencia del del posmodernismo actual o la cada vez más escasa fiabilidad de los premios, todo ello expuesto en un estilo, irreverente y directo. La película es, en definitiva, una efectiva comedia negra, dotada de un humor cargado de cinismo que logra cautivar al espectador desde el minuto uno.
Sin embargo, su hilaridad y su tono cómico convierten la virtud en vicio, ya que, en algunas ocasiones el guion del film se centra excesivamente en la carcajadas que pueden llegar a generar sus gags, dejando en segundo plano la historia. Aunque su trama no se vea devorada por los chascarrillos, también es cierto que este fallo provoca que, en alguna ocasión, el relato pierda fuerza y que nos encontramos con alguna que otra situación predecible.
A pesar de ello, Competencia oficial resulta un interesante representación del mundo del espectáculo que invita irremediablemente a la reflexión. Al igual que otras cintas anteriores a ella, logra plasmar en celuloide los oscuros entramados de la producción de un film, desmitificando toda aquella parafernalia que se presenta ante el espectador. Es, en definitiva, una feria de vanidades rebosante de ingenio y hablidad a la hora de crear símbolos y poner de relieve los sumideros no solo del show bussiness, sino del sistema que lo sostiene.
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