2021 iba a ser mejor que 2020. Al menos respecto a eso que todos estáis pensando. Y lo ha sido, sí, pero no en la medida en que todos y cada uno de nosotros lo esperábamos. Vaya final de año llevamos. El túnel se está haciendo un poquito más largo. Más de lo que nunca imaginamos, ni siquiera hace algo más de año y medio.
Sí que ocurre algo parecido a lo que ya fue una constante durante los anteriores doce meses: que (afortunadamente) uno se las ve y se las desea para hacer una selección de veinte discos, porque podrían ser cuarenta o cincuenta. Perfectamente. Quien no albergue ni un gramo de fe en la producción actual y siga anclado en la cantinela de que cualquier tiempo pasado fue mejor, no sabe lo que se está perdiendo.
Son canciones, discos, a veces ya incluso directos (poco a poco), que no solo nos alimentan el alma, por cursi y relamido que pueda sonar, sino que también son un reflejo fiel del tiempo que nos está tocando vivir. Con algunos de ellos resumimos el 2021. En cinco planos de lectura. En cinco claves para asimilar lo que nos está pasando a través de la música pop, que viene de popular: eso que tanto nos motiva y emociona.
#1 Bailando por los abrazos robados, con lágrimas en los ojos
Si durante el 2020 los álbumes del rebrote disco, los efervescentes trabajos de Kylie Minogue, Dua Lipa o Jessie Ware, fueron algo así como la negación de lo que nos estaba pasando, los de For Those I Love y Fred Again… (este por partida doble) han sido como los de la aceptación definitiva de la realidad. Tocar fondo para volver a levantarse. Sufrir para volver a gozar. Avistar la luz al final del túnel. El sonido de la puñetera resiliencia. Esto sí que sí.
Los abrazos hurtados, los fiestones postergados, los conciertos aplazados (y aún no del todo recuperados), el contacto humano con los seres más queridos y, sobre todo, la evocación de todo esto con la muerte bien cerca, bien presente por allegados o hermanos de espíritu, fueron los motores de dos discos que conjugaban, en rabioso presente de indicativo, con lenguaje de la calle y economía de medios, algunos de los mejores modismos de la música electrónica y el pop sintético británicos de los últimos decenios (2 Step, dubstep, drum’n’bass, la herencia de The Streets, los filtros de voz de los sonidos urban) en tres emocionantísimas colecciones de canciones.
Tan intensas, tan sobresalientes, tan emotivas, que cuesta pensar que sus autores algún día puedan superarse. Ojalá no lo hayan dicho ya todo. En junio los tenemos, respectivamente, en Sónar y Primavera Sound.
#2 El (post) punk no ha muerto, el (post) punk ha vuelto
Parafraseamos a nuestra manera aquella canción de Pentratonika, más por motivos estéticos que éticos, porque el post punk en realidad nunca se fue en estos últimos cuarenta años: ocurre que está más vivo, mutante e impredecible que nunca, y que tiene su epicentro también más visible, algo casi milagroso en esta era de empeños creativos globalizados y micronizados por todo el planeta.
Su hervidero se escenifica en The Windmill, una pequeña sala de conciertos del sur de Londres, y sus jóvenes cachorros son Squid, Black Country, New Road, Dry Cleaning o Black Midi. Todos han publicado excelentes discos (los tres primeros, debuts) que hacen que lo viejo suene terriblemente fresco.
Son las suyas unas canciones angulosas, crujientes, rotundas, intrigantes, alérgicas a lo convencional y sin estima por los cánones y corsés de las viejas radiofórmulas. Nadie puede negar que el rock post Brexit encarna la mejor generación brit desde que Franz Ferdinand y compañía proferían sus balbuceos. Por mucho que los irrepetibles Arab Strap, este año con un retorno sobresaliente, se rían otra vez de todos ellos, con la misma mala leche que Luke Haines lo hacía de los niñatos brit pop en los noventa.
De cerca les siguen colegas algo más entrados en años, con un cuajo más reconocible aún, como Shame, Idles o los mejores Sleaford Mods que hemos conocido nunca (quién lo iba a decir, con lo limitado que parecía su credo hace una década), con Parquet Courts y Geese vigilando desde Nueva York, Viagra Boys desde Estocolmo o Turnstile desde Baltimore.
Con todos ellos, puedes bordear los cincuenta tacos (o rebasarlos) y sentirte como si tuvieras veinte. Palabra.
#3 Lo tranquilo (y largo) vuelve a ser el último grito
Podemos bailar como si estuviéramos bajo una bola de espejos, podemos también hacer pogo como si creyéramos que estamos en Londres en el 77, pero como esta realidad tan agobiante que nos aturulla desde hace casi dos años nos empuja a decantarnos por experiencias lo más intensas posibles (a veces extremas) y dejarnos de medias tintas que no conducen a (casi) nada, también podemos optar por el repliegue en lo íntimo, lo confesional, lo sigiloso, lo cálidamente acogedor. Y si además nos llega con un envoltorio que desdeña los consumos fugaces y jibarizados de la era del streaming, casi mejor. Entonces la inmersión es completa.
Seguramente por eso ha sido este el año de Floating Points y Pharoah Sanders, marcándose un inclasificable disco entre el free jazz y la electrónica que es una sola y emocionante composición de 46 minutos. Por eso Sufjan Stevens (con su colega Angelo De Augustine) ha vuelto a entusiasmarnos como no lo hacía desde el también acústico Carrie & Lowell (2015). Por eso Kings Of Convenience han vuelto a convencernos de su grandeza. Por eso dos de las revelaciones del año, como son Cassandra Jenkins y The Weather Station, brindan marchamo de mujeres que optan por la delicada, detallista y atmosférica sutileza.
Por eso los inimitables Low siguen haciendo solo de Low. Y también por eso nuestro Julio De La Rosa se ha atrevido a publicar un precioso disco dedicado a su hija que es como una banda sonora de una película no existente que se concreta en un corte de casi cincuenta minutos. Con un par. No son tiempos de dejarse nada en el tintero. Por lo que pueda pasar. Y todos salimos ganando, la verdad.
Más reservona, y también más discreta de lo habitual, nos ha salido la cosecha de los ilustres veteranos. Paul Weller, Van Morrison, Neil Young, Tom Jones, Elvis Costello, Bruce Springsteen, Marianne Faithfull o Nick Cave (estos dos últimos con Warren Ellis) han hecho discos estimables que, aún así, ni nos van a mostrar nada que no sepamos ya ni tampoco van a figurar entre sus cumbres.
#4 La gran cosmovisión negra
A las músicas nacidas del blues, del soul, del hip hop y del r’n’b en todos sus afluentes, ni siquiera les hace falta la coartada identitaria y reivindicativa que el Black Lives Matter les propinó hace un año. Aunque tampoco les viniera precisamente mal. Es tan vasta e inabarcable esta maraña de sonidos que la excitación rebosa.
Eso sí, no tan fácil es dar con álbumes en los que nada sobre. De los que no inviten a darle a la tecla skip. Ya sea por una brillantez algo intermitente (Doja Cat, SZA, Paloma Mami, H.E.R.) o ya sea por redundar en ejercicios de estilo (impecables, irreprochables, pero ejercicios de estilo al fin y al cabo) como los de Silk Sonic, St. Vincent o Jon Batiste. El imprevisible Kanye West se sobrepuso (algo) a sus últimos desbarres, ganándole la partida a Drake, en el mismo negociado que alegraron y oxigenaron Lil Nas X y Tyler, The Creator.
Y aunque lo de Arlo Parks, Billie Eilish, Leon Bridges, Nathaniel Rateliff & The Night Sweats o Tirzah, cada uno y una en su estilo (ya, algunos y algunas solo son negros y negras de corazón, no de piel), sí fueron palabras mayores de principio a fin, el gran disco en este ámbito lo firmó una enorme Little Simz. Totalmente incontestable lo suyo.
#5 Lo nuestro, asumiendo el legado y la treintena de nuestros cachorros
Dos han sido las constantes, grosso modo, en la música pop y rock estatal: la pasmosa y definitiva reconexión de tradición folk local y vanguardia sonora, por un lado, y la mayoría de edad de una generación urban que asume (a su manera) postulados más adultos de los que se le suponía hasta hace bien poco.
En lo primero, ¿cómo no mencionar los extraordinarios discos de Maria Arnal i Marcel Bagés, Califato 3/4, Ruiz Bartolomé, Niño de Elche, Verde Prato, Sandra Monfort, Los Hermanos Cubero, Baiuca o Tarta Relena? En lo segundo, es obligado constatar que C. Tangana, Alizzz, Yung Beef, Sen Senra, Goa o Albany encaran la treintena, justo en el año en que se publica un libro que censa muy bien su escena, surgida hace ya cerca de una década, que el tiempo vuela.
Y lo hacen, en la mayoría de casos, con notables discos que lo tienen todo para empatizar con el gran público, por lo ancho (su diversidad de estilos, su falta de prejuicios) y por lo alto (su conexión con los gustos de generaciones que les sacan décadas de edad). Al final, ni lo suyo era tan nuevo ni lo que, por contraste, dábamos por viejo, lo era tanto.
Mientras tanto, al tiempo que la nueva generación se escribe con los nombres de Cabiria, rebe, Chavales, Mori, Marcelo Criminal y tantos otros, los de siempre y los de hace muy poco que van a su bola, siguen puntuando muy alto: Kiko Veneno, Joaquín Pascual, Ferran Palau, Joana Serrat, Gener, Espanto, Soleá Morente, Parade, Queralt Lahoz, Tote King, Júlia, La Habitación Roja, El Petit de Cal Eril, El Hijo, Maronda, Wild Honey, Zahara, Alexanderplatz, Steven Munar, el ya mencionado Julio De La Rosa o la debutante Maria Hein podrían también figurar en cualquier razonable lista.
(Foto cabecera: Little Simz, por Patthew Parri Thomas)
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