Un desconocido contrincante de Muhammad Ali, en sus primeros combates, afirmaba: Probé todos y cada uno de los trucos para desestabilizarle, pero era demasiado bueno. Así era Ali, pero el boxeo era un mero pretexto.
Si hay alguien que tiene que repetir en este blog es Muhammad Ali y no precisamente porque se haya ido, sino porque hay cientos de ángulos desde los que acercarse al impacto de su figura humana; los mismos ángulos desde los que se le intentaba derrumbar tanto en el ring como en la vida.
Se trataba de un hombre con determinación, arrogancia y algo de insensatez, lo cual le hacía peligroso para los guardianes de lo establecido. Pero él quería pelea en la jungla, no quería matar vietcongs en una guerra absurda, pero no se conformaba con recoger las migajas del suelo. Experimentó el cambio de mentalidad cuando volvió de la cita olímpica de Roma en 1960, sin haberse descolgado la medalla de oro conseguida, y observaba cómo no se le permitía acceder con libertad a muchos lugares por el hecho trivial de ser negro. Eso, unido a las enseñanzas del líder afroamericano Malcolm X (aunque luego le abandonase a su suerte) pulieron a un ideólogo de acera, sin que él mismo entendiese los porqués.
Precisamente espoleado por el negro pelirrojo de Omaha, Cassius Clay (ya por aquel entonces Muhammad Ali), viajó a África y se dio cuenta de que su pueblo necesitaba personas que dijesen con total libertad lo que les diese la gana. Y lo hacía en forma de rap, con esa verborrea inconfundible, con esos andares de quien se sabe invencible. Además, lo que añadía peligrosidad a Ali eran sus ataques de ira, aunque calculadamente teñidos de socarronería, suficiencia e histrionismo. Los periodistas se frotaban las manos, micrófono en ristre, para inmortalizar titulares potentes como sus golpes.
No quiso hacer el servicio militar, su única sumisión fue a una nación del Islam que le llenó de algunas ideas extremistas que luego desdeñó. Ello provocó que le quitasen la licencia para boxear, aunque, lejos de rendirse, siguió desplegando su posición de forma apasionada en ponencias en las que hacía enmudecer a las audiencias, que luego estallaban de júbilo en parte, y de incredulidad el resto.
Ali no se frenaba ante nada ni nadie. Aunque sí que le frenó Joe Frazier en el primer combate que les enfrentaba, algo que más que probablemente le hizo replantearse sus bravuconadas. De hecho, cuando le venció en la deseada revancha decía que todo era para calentar y promocionar los combates en los que participaba, algo que se siguió adoptando como norma en este muchas veces vilipendiado deporte
Ya en los años 70, con los afros en ristre, el astuto y canoso de Don King fue el más astuto, ya que llevaron a Zaire el famoso combate del que se han escrito toneladas de tinta y se han hecho no pocos documentales. A Foreman le tumbó, porque nada podía ya con un gigante con pies de acero. Con él no pudo la CIA, no pudo la droga, el alcohol ni las malas compañías que siempre pululan por este mundo, no pudo casi ni el Parkinson. Ali era demasiado bueno.
Y tal y como dijo un día en uno de sus acalorados speeches: No echaré de menos el boxeo, el boxeo me echará de menos a mí. Amén.
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