El Festival de Rávena cumple este año 32 años de actividad ininterrumpida. En este considerable arco de tiempo la ciudad italiana ha sido —y sigue siendo, pese que en los últimos años la escasez de recursos económicos haya mermado parcialmente el parterre de figuras de la música que llenaba su programación— centro de uno de los festivales más originales de Europa, donde además de la música clásica conviven las últimas tendencias del balé, del teatro, de musical, de la música jazz, pop y rock e de otras artes afines al mundo de la performance.
Esta edición, para recuperar algunas de las funciones prevista el año pasado y mermadas a causa de la pandemia de Covid 19, se caracterizó por un número más alto de actuaciones. Por más dos meses —desde la inauguración previa el 9 de mayo con el concierto de Riccardo Muti al frente de sus amados Filarmónicos de Viena, hasta finales de julio— las calles, los templos y los teatros de Rávena (donde no hay que olvidar se encuentra ocho monumentos patrimonio de la Unesco) se llenaron de propuestas originales, que vieron como eje central el nombre de Dante recordando los setecientos años de la muerte del gran poeta italiano que vivió la parte final de sus vida en Rávena, donde murió y donde hoy se encuentra su tumba.
La figura de Dante Alighieri, importante para la literatura italiana y mundial, representa la idea del viaje, ya que su existencia fue un constante peregrinaje desde su exilio de Florencia mientras que su gran obra, La Divina Comedia, es por si misma una potente metáfora del camino hacia el descubrimiento de lo desconocido. Es algo relacionado de cerca con el recorrido hecho hasta ahora por el Festival, pensado siempre como en perenne exploración hacia lo nuevo, anclado sin embargo en glorioso pasado de una cultura occidental que mira constantemente a Oriente.
El viaje de este año tuvo varios momentos clave. De enorme interés fue sin duda el concierto del 10 de junio que tuvo como protagonistas al famoso violoncelista Giovanni Sollima, junto a la Orquesta Juvenil Cherubini y al director Kristjan Järvi. En un programa dedicado a la figura de Dante, pero con obras de Bach (se escuchó una fenomenal ejecución del la Suite n.3 para violoncelo), Sollima y Järvi lo que destacó fue sobre todo la nueva composición escrita por el mismo violoncelista, titulada Seis estudios sobre el Infierno de Dante, encargada por el Ravenna Festival.
La voz de su instrumento se unió de forma muy poética con la del contratenor Raffaele Pe originando un diálogo lleno de sugestiones tímbricas y donde las influencias de la escritura de Sollima (ancladas en la tradición musical deld sur de Italia) se unieron de forma muy eficaz con los textos inspirados en la variedad de imágenes proporcionadas por el famoso poema dantesco.
Sugestivo, pero por otros motivos, esencialmente por la enorme musicalidad del intérprete y por su impresionante técnica instrumental, fue el concierto del pianista ruso Daniil Trifonov. El que sin duda es uno de los pianistas más relevantes del panorama contemporáneo ofreció un recital muy original y que requería de parte del público una enorme concentración, así como una entrega total.
Sarcasmes de Prokofiev (obra llena de ironía y de una dificultad ejecutiva impresionante) dejó paso en la primera parte del concierto a una composición poco conocida de Debussy, Pour le piano, donde Trifonov lució toda su capacidad de sacar sonoridades suaves y adamantinas. La Sonata n. 3 de Brahms —la que menos se escucha en los recitales de las tres que escribió el compositor alemá— dejó patente, en la segunda parte, la capacidad del pianista ruso de esclarecer el amplio arco formal que caracteriza la composición, dejando espacio a todas las posibilidades tímbricas del instrumento.
Entre los otros conciertos destacaron sobre todo el del veterano Charles Dutoit al frente de la Slovenian Philharmonic Orchestra (orquesta muy amada por ese gran director que fue Carlos Kleiber), con un programa centrado en obras de Chaikovski y Stravinski, del que este año se recuerdan los cuarenta años desde su muerte, así como el concierto del violinista y director Leonidas Kavakos junto al violista Antoine Tamestit y la Orquesta Juvenil Luigi Cherubini. Excelente fue la ejecución del la Sinfonía concertante para violín y viola de Mozart así como muy intensa la de la Sinfonía n. 8 de Antonín Dvořák.
Pero sin duda, el ápice del Festival fue el concierto de Riccardo Muti en el marco especial del Pavaglione situado en la ciudad de Lugo, a medio camino entre Rávena y Bolonia. El concierto formó parte del programa Caminos de la Amistad, del Festival de Rávena, peregrinaciones veraniegas que Muti realiza anualmente, desde 1997, a ciudades heridas por la guerra, el terrorismo, los problemas humanitarios o las catástrofes naturales, para tender una hermandad a través de la música y que inició, en Sarajevo, tras la Guerra de Bosnia. Este año la Orquesta Juvenil Luigi Cherubini unió sus fuerzas a varios músicos de cuerda de la Filarmónica Nacional y el Coro de Cámara Estatal de Armenia.
El concierto empezó con una interpretación íntima y sombría de la Inacabada de Schubert. Es difícil hoy escuchar un inicio de la obra tan lento, casi remisivo, que parece ser el manifiesto en música de cierto desencanto sobre la vida expresado por el octogenario director italiano en sus últimas entrevistas. Si no hubiese sido por el toque casi celestial que abre el segundo movimiento podríamos hablar de una interpretación casi nihilista.
Siguió el Te Deum para la Emperatriz María Teresa, Hob. XXIIIc:2, que Haydn compuso entre 1798 y 1800. La versión de Muti ganó mucho en el desarrollo, con ese operístico paso del luminoso do mayor al tenebroso do menor, que alude a la pasión de Cristo, Muti destacó todavía más en el Kyrie en re menor, de Mozart. Una composición asombrosa del año 1781, en que estrenó Idomeneo, aunque la tonalidad y el ambiente dramático recordaban más a obras como Don Giovanni y al Réquiem.
No obstante, fue la cuarta obra, la Misa núm. 2 en sol mayor, D. 167, de Schubert, lo más destacado de la velada. El director napolitano supo resaltar la admirable unidad de la obra, a medio camino entre la tradición sacra vienesa y el lied. En la obra pudimos escuchar, además, a los tres solistas vocales del concierto, los armenios Nina Minasyan y Gurgen Baveyan, y el tenor italiano Giovanni Sala. Lo mejor de la misa fue sin duda el melancólico Agnus Dei final, donde el joven compositor austriaco muestra toda su maestría expresiva con dramáticas introducciones en la sección de cuerda, que la soprano armenia con su voz adamantina elevó a niveles impresionantes de expresividad.
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