El regreso a los escenarios de la legendaria artista británica, 35 años después, renueva el desmedido interés por su misteriosa y magnética figura, capaz aún de romper récords de ventas y repercusión. Medio mundo suspira por la ampliación de su gira.
No parece fácil que hoy en día puedan repetirse fenómenos semejantes. Se podrían contar con los dedos de una mano los casos en la historia reciente de la música pop en los que el fervor popular ha conectado milagrosamente con figuras creativas que habitan en las antípodas del populismo más complaciente. Músicos que no solo desafían los límites preestablecidos al servicio de propuestas alambicadas, plenas de polinizaciones con disciplinas artísticas colindantes (que les otorgan un prurito arty: a ver quién tiene bemoles para debutar con una balada al piano llamada Cumbres borrascosas en el año II de la era punk ), sino también creadores que sienten que no tienen por qué comulgar con las implacables cadencias editoras que demandaría una industria (o lo que queda de ella) ávida por seguir alimentando la máquina. Su producción solo obedece a su propio devenir vital, y poco importa que tarden un lustro o más de una década en dar continuidad a su obra.
Si la figura en cuestión es una mujer que, además, ha roto estereotipos y moldes preconcebidos respecto al propio perfil femenino en la música pop, la excepcionalidad es aún mayor. En nuestro país (y eso sí que es una excepción cultural, pero en sentido lamentablemente inverso) no ha sido nunca un objeto de deseo mayoritario, ni remotamente. Pero en su terruño logró vender las 77.000 entradas puestas a la venta en marzo (para sus 22 conciertos consecutivos entre finales de agosto y principios de septiembre en el Eventim Apollo de Londres) en poco más de quince minutos.
Teniendo en cuenta que su única gira data de 1979, no es de extrañar que la vuelta de Kate Bush a los escenarios haya sido saludada como una de las noticias musicales del año. Before The Dawn es solo su segunda ronda de conciertos en más de 38 años de carrera, y ha generado fenómenos tan aparentemente inverosímiles como volver a colocar ocho de sus once álbumes (incluyendo el recopilatorio The Whole Story ) al unísono en el Top 40 británico, en la misma semana. Es la primera mujer que lo consigue (si bien en época de vacas flacas, cuando se necesitan menos copias para despuntar: Madonna colocó siete en 1987), alcanzando un logro hasta ahora solo al abasto de monstruos mediáticos como Elvis Presley o The Beatles.
Dotada de un talento único y prácticamente alérgica a las entrevistas (lo que alimenta el aura de misterio que siempre la ha rodeado), la de Kent ha supuesto un influjo innegable sobre Cocteau Twins, Tori Amos, Björk, Stina Nordenstam, Fiona Apple, Julia Holter, Wild Beasts, The Week That Was y un largo etcétera de músicos sin cuya perenne sombra las cosas no habrían sido exactamente iguales. Incluso para bandas aparentemente lejanas en cuanto a estilo, pero que se han aventurado a interpretar algunas versiones de temas suyos más de una vez, como The Futureheads (“Hounds of Love”) o Placebo (“Running Up That Hill”, que aún es con diferencia la mejor canción de sus conciertos).
Estandarte inexpugnable de lo que podríamos entender como art pop en su más amplia acepción, Kate Bush es una rara avis en la escena internacional, que ha logrado conjugar largos periodos de mutismo con una expectación inusitada (“estoy completamente desbordada y genuinamente impresionada por la positiva respuesta que he recibido por parte de todo el mundo”, comenta en su web oficial), y que prácticamente nunca ha decepcionado. No lo hizo tampoco con 50 Words For Snow, el que fuera su último álbum, hace ahora tres años.
Solo nos queda suspirar porque, a sus 56 años, aún tenga el pálpito de ampliar su gira a otros latitudes. Aunque en vista de la escasa demanda que suele generar nuestro país por esta clase de citas (nos viene a la memoria el caso de Fleetwood Mac el año pasado, pero el listado podría ser interminable), hará falta algo más que cruzar los dedos e iniciar una cruzada en las redes sociales para obrar el milagro de que siquiera llegue a acercarse por aquí. Gustosamente perderíamos cualquier apuesta con tal de equivocarnos.
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