La nueva novela gráfica de Oliver Schrauwen confirma la progresión de un autor que transforma ya cada una de sus obras en una radical reto para el lector y el lenguaje de la historieta.
Que Olivier Schrauwen no es un autor al uso es algo evidente desde la primera página de ese debut sugerente y atípico que fue Mi pequeño (Norma Editorial), una obra con reminiscencias gráficas del clasicismo de McCay pero que entraba a trapo a un surrealismo desconcertante e inquietante. Con su segunda obra, El hombre que se dejó crecer la barba (Fulgencio Pimentel), demostraba su capacidad para la mutación continua, para la asimilación de estilos dispares provenientes de la pintura y el cómic que eran fusionados con irrespetuosa elegancia y sugerente acierto. Ahora, con Arsène Schrauwen vol. I (Fulgencio Pimentel), certifica un estatus de genio que se intuía pero parecía exagerado afirmar en un autor de tan corta obra. Pero no hay lugar a la duda, porque aunque la temática ha dado un cambio radical de rumbo, pasando del absurdo más rabiosamente surrealista a la biografía íntima de su abuelo, su increíble capacidad provocadora y fascinadora no hace más que multiplicarse, abriendo un camino de futuro al que no se le pueden poner fronteras.
El relato de Arsène Schrauwen es sencillo en su planteamiento, la historia de un hombre que deja su país para cruzar el océano y empezar una nueva vida en las colonias. Lo es más en su estructura literaria, apenas esbozando los hechos, las personas que conoció en ese cambio. Y sería tentador decir que también lo es en ese trazo apenas insinuado, sintético, en el que una rejilla repetitiva muestra viñetas casi vacías. Es una sensación que se mantiene a lo largo de la fugaz lectura de esas 56 páginas que vuelan como un suspiro sin que apenas seamos conscientes de haberlo terminado.
Sin embargo, es tan sólo una simple apariencia. Un hábil juego de espejos que oculta una compleja estructura narrativa que sólo está al alcance de los genios. La lectura más sosegada permite descubrir la intrincada red de efectos que usa Schrauwen, con ese juego de realidad que incide directamente en trasladar sensaciones, llevando en volandas al lector, pero aislándolo por completo de su entorno para que autor logre el absoluto control sobre él. El uso de dos tonos de color, relacionados con las sensaciones de calor y frío, consigue crear una especie de ritmo circadiano propio impuesto por la lectura, un ritmo que acompañará los sentimientos y sensaciones del protagonista, que es aislado por completo por parte del dibujante de su entorno. En la mayoría de las páginas, los personajes toman una posición fija, cambiando todo lo que hay a su alrededor, en un efecto de control de los tiempos que recuerda al conseguido por Richard McGuire en su fundacional Here, pero que aquí dota al ser humano de una inquietante estaticidad que magnetiza la mirada. Un efecto mesmerizante que sólo es roto por digresiones radicales en la planificación de la página que trasladan la realidad a un espacio casi onírico. La extraña atmósfera que consigue el autor hace prácticamente imposible no sentir un extraño hormigueo constante, que de alguna manera alerta al atrapado lector de la ruptura de los límites entre realidad y sueño, entre recuerdo y hecho.
Es imposible quedar indiferente ante la propuesta de Olivier Schrauwen, brillante en su fondo y forma y acompañada por una cuidada y exquisita edición de Fulgencio Pimentel.
Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!