En momentos en los que todo nuestro mundo mediático cercano parece volverse loco por un nuevo monarca que se apodera de todos los titulares, sin espacio al disenso o a la reflexión real sobre esta forma de gobierno anclada en el pasado, “mi Ray” cumple casi 20 años sin estar entre nosotros. Él fue tan obrero como arquitecto sonoro, aunque no te equivoques, nada de Pladur ni de “boom” del ladrillo, muchacho, este Genio (así apodado) quiso que el Gospel llegase a las calles a su manera y a los clubs de mujeres con carmín en los labios y creó estrofa a estrofa nada menos que el Soul. ¿Te suena? A mí sí…y suena realmente bien.
Llega el tiempo estival y arriban a puerto y a discotecas de dudoso gusto canciones infumables, pero a la vez llega esta época y, con ella, los llamados sueños de una noche de verano. Como aquella vez que vi, a lo lejos, en la Plaza de Toros de Alicante, flanqueado por la novia que más me ha durado, al gran Ray Charles. Sólo nombrarle se cuadran cual soldados orgullosos aquellos alumnos aventajados que siguieron su estela, situados todos ellos en la encrucijada de aquello que para simplificar llamamos “Música Negra”, pero que abarca una cantidad inagotable de sonidos reconocibles e inolvidables. Desde su punto de vista (cero bromas sobre su ceguera a causa de un glaucoma) se trataba de interpretar el blues bajo diferentes ritmos.
Esta discapacidad, que fue apoderándose de Ray con sólo 5 años, hizo que sortease la muerte de sus padres con, si cabe, más coraje. El mismo coraje que le hizo exigir las cintas de las grabaciones de todo aquello que grababa con el legendario sello discográfico Atlantic Records. Un momento recogido de manera excelente en el más que recomendable biopic interpretado por el también cantante y pianista Jamie Foxx. Ya nadie le iba a joder tras haber nacido en el Sur, ser negro y ciego, ésta vez no. Es sencillamente la nada desedeñable capacidad de sacar lo mejor de uno mismo a pesar de las penurias vividas, todas ellas radiografiadas en su voz de una manera exacta y conmovedora.
Ray era mujeriego, pero nada pendenciero, eso sí, le gustaba más seducir que comer Gumbo en New Orleans. Y esa condición jamás la ocultó detrás de esas inseparables gafas de sol… ni falta que le hizo. “Sólo había dos cosas que me interesaban: ser sincero conmigo mismo y con mi música”, bramaba con igual clarividencia que autenticidad. Muchos puretas de Nashville le cuestionaron cuando se atrevió a cantar Country con un personalísimo estilo que le hizo granjear críticas de ambas facciones fundamentalistas: las de los blancos sureños y las de los negros con cerrazón mental. No obstante, aporreó a la puerta de prejuicios y clichés musicales y los tiró abajo interpretando míticas piezas como “Hit the Road Jack”.
Si hay un momento y un flash cinematográfico que rescatar, de esos que tanto nos gustan en “Vidas Salvajes”, ése sería aquel en el que suena el tema principal de “In the heat of the night” en el film homónimo, con un inconmensurable Rod Steiger y un comedido pero luminario Sidney Poitier enfrentándose a las barreras raciales todavía (más) vigentes en aquellos revueltos años 60. ¿El artífice de la pieza? el amigo de Brother Ray, trompetista de vocación y Rey Midas de ocupación: Quincy Jones, un colega de correrías y estudios de grabación, quien más adelante le acogió en su sello para poner un broche más que digno a una carrera repleta de hitos. Todo ello en el camino dibujado por una raza que se sentía orgullosa de poder adaptar todo estilo que le diese la gana con elegancia y buen gusto.
Su trayectoria fue tan larga que incluso había una canción en la que el coro le decía: “Ray, ¿cuándo te vas a hacer viejo?”. Él, genio y figura, replicaba orgulloso: “Cuando el cielo se venga abajo y haga frío en el infierno”. Ayer hizo una década que se fue, pero seguimos sintiéndole cerca, más cerca incluso de aquella vez en aquella plaza de toros que por una vez sirvió para algo realmente mágico.
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