Es junio de 1970 en uno de los lugares más calurosos del planeta: Almería. Yul Brynner está allí rodando Adiós, Sabata (o Bye, Sabata, o Indio Black, o Sabata, tu sei un gran figlio di…). Sabata es un pistolero muy eficiente al que le aburre arreglar los problemas a tiros, pues es infinitamente superior a sus contrarios. Sus aventuras consisten en diseñar una trampa perfecta, en la que aquellos van cayendo con la inexorabilidad de un juego de gato y ratón, tan previsible como adictivo.
La primera aparición de este personaje, entonces interpretado por Lee Van Cleef, fue un taquillazo inesperado. Ahora a Brynner, que siempre necesita dinero para no descarrilar su estupendo tren de vida, le han ofrecido actuar en la secuela de un éxito seguro, y participar en beneficios. Lo que no sabe Brynner es que dentro y fuera de esta historia, casi todo es mentira.
Adiós, Sabata es un hijo bastardo, una secuela que no corresponde con el personaje ni con el equipo de la primera película, que sí está rodando la verdadera continuación a unos 150 km al oeste (no va con segundas) de allí. El contrato tiene más lagunas que un plano de Venecia. La participación de beneficios es una quimera. El yunque del sol en el junio almeriense convierte la brillantina del coprotagonista Dean Reed en un mejunje radiactivo. Los maquillajes se derriten convirtiendo los rostros en mapas multiétnicos. El traje de pistolero que Brynner usa en la película es una elección tan macarra que posteriormente será reciclado por The Village People. El rodaje en sí es un gran despropósito.
Cuando Yul no está interesado en algo, suele hacerse el pasota. Siempre ha sido así. Cumple con lo mínimo sin quejarse demasiado, y solo muy ocasionalmente deja que el divismo lo enemiste con el resto de sus compañeros. Suele tener buenos detalles con el reparto, y la gente se pregunta cómo se las apaña este hombre para vivir tan a cuerpo de rey. Su director, Gianfranco Parolini, le permite escapadas no incluidas en el calendario, y transige con sus peticiones, por raras que estás sean. La última de ellas reúne en una fiesta sorpresa a todo el casting para celebrar su 50 cumpleaños. Es un 11 de julio, sábado. Encarga una enorme tarta donde figura el lema Un sabato per a Sabata, y una fiesta flamenca a juego. Disfruta como un niño viendo el desmadre en el que va convirtiéndose aquello.
Nadie cae en la cuenta (ni tiene porqué caer) que Yul cumple realmente 55 años ese día, y la tarta de los 50 ya se la hicieron soplar en otro rodaje: Morituri (1965), con Marlon Brando oficiando de maestro de ceremonias en uno de los estudios de la Century Fox, habilitado como el interior de un barco de guerra.
La leyenda habla de una tercera tarta con 50 velas, en 1967, terminando el rodaje de Mi doble en los Alpes, una de espías en la que nuestro héroe se enfrenta contra sí mismo. Dos Yuls por el precio de uno, soplando acaso velas al mismo tiempo.
A estas alturas, de Yul Brynner solo podría asegurarse que nació en Vladivostok. Igual ni eso.
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